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Ojos negros:

El cuarto era un lugar solitario, la luz era baja. Había pocas cosas. No se necesitaba pensar demasiadas cosas, lo importante era sin embargo no tener en cuenta aquellas cosas.

Miraba el fondo de la lata. Si la cuestión es describir lugares, la idea era bastante correcta, no era miseria sino descuido lo que había hecho marca en este lugar. Así era todo, simple y llano. Miraba fijamente la pared blanca. Pared que no era tan blanca. Pero ¿Qué sería lo blanco de las paredes en casos como estos? Lo mejor sería pensar en otras cosas. Pero no se podía, poco había por hacer, se tiro sobre el mismo colchón y dio la vuelta. No más, ni menos. Esperando entre el sonido de su respiración y pensamientos varios.

Tal vez podría haber pensado que cualquier cosa tocaría su puerta lo cual era medianamente imposible. Pero sin embargo si se lo piensa es lo de menos. Todo esta marcado como siempre por lo distinto. Las cosas tienen que pasar por alguna extraña razón, pero él no estaba entendiendo demasiado de razones. El calor se pegaba a todo incluso a él, caía entonces una gota por su cabeza sin problema. Sus ojos se hinchaban y pensaba que veía las cosas con una claridad mayor que todo tenía más detalle a la vez que sus horizontes se ensanchaban. Era bastante incomodo. En su mente, un recuerdo.

Mirar  un tren que se iba pero sin saber qué tren era. ¿Era necesario esperar este cómico tren fantasma? Tal vez todo lo contrario se trataba de lo imposible. Pero en otros tiempos, el viajaba en un tren, verde, en donde esperaba. Recordaba entre angustiado y entrecortado aquella tarde. Sin embargo eso no le decía absolutamente nada. Su peso, el peso de lo que ocurría se le iba metiendo en las costillas, y las paredes eran blancas, pero ahora veía cada línea por pequeña que fuera sin necesidad de enfocar. Era fácil sin duda, pero no entendía que podría ser. Su extraña manera de ver el mundo se iba acentuando, vez a vez. 

Esto era el final de un tiempo, después de todo siempre tiene alguien que pagar. Al final siempre se encuentra a quien colgar y si no se lo encuentra, se lo inventa. A él le había tocado la sensación de tener que estar en ese cuarto caluroso sin ventanas, noche tras noche. Pensando que la vida era en vano. No era peligroso sin duda, lo que tenía era que efectivamente carecía de sentido. De sentido para todos. Así era, terminantemente. Justamente, sin esperar que otra cosa pudiese pasar. Su imaginación se iba diluyendo, ya no había lugar para lo terrible. La voz se ahoga en lo reseco, no indaga más, no espera indagar más. Si escupiese, escupiría clavos.

Claramente en ese momento tenía un gesto de odio, y de sesudo horror. El rechazo siempre vigente como al tullido que se lo deja esperando bajo la lluvia porque saben que no puede huir. Eso es vivir así. Pero no importa, el mismo tenía un espejo en el ridículo y minúsculo baño del que disponía. Entonces su mente torcida, iba mirando, su reflejo pero algo pasaba, no había blanco en sus ojos. Sinceramente era gracioso, era una especie de animal extraño casi sin pupilas. Y así estaba, con sus ojos negros, sin distinción. Puro cristalino. La luz era terrible, pero así se veía. La luz le quemaba los ojos, se puso enroscado e intento dormir. Apenas podría cerrar los ojos pero lo logró.

Durmió quince minutos. Se levantó volvió al espejo, y vio. Eran los mismos ojos. Así andaba atragantado. Harto y podrido. Pero tal vez fuese irreversible, no dormir, no cambiaba nada. Sin ojos negros o con ojos negros daba igual. Cuando los que estén por allí, le digan la bendición, es decir que lo miren como un monstruo, simplemente recordarían lo que siempre pasa. Eso y ser otra cosa daba igual. Si las cosas no iban a cambiar.

Hay que inspirarse sin duda, en los peores momentos, nuestras peores ideas pueden morir, y de ellas, las grandes; las geniales, les pueden crecer alas. Pero parecía que esas ideas no iban a llegar. Había una suerte de contradicción entre odio y ganas de olvidar pero sus nuevos ojos, eran pura ironía, cuando quería estar ciego veía más y más. Ahora veía cada locura, veía el detalle la mosca de la esquina. Atrapada ella, y la araña que la devora. Estaba en un juego contra sí mismo. Cansado, tal vez, no tenía concentración suficiente. Pero que bueno que era no tenerla, el tiempo tenía que pasar.

Hizo mierda el reloj de agujas, es demasiado molesto, tener que mirarlo a todas horas, porque ese reloj tarda en decapitar los minutos y los segundos. Y eso es terrible. Terrible para él que sentía que la vida era esperar, y el día sería un horror que le iba a quemar los ojos. Maldito sol y el tiempo que pasa. El desgraciado tiempo que pasa, y eso era pasar y esperar. Le premiarían, siempre le premiaban los que no entendían nada.
Los que pensasen que eso era como ser un fenómenos de circo.

Lo bueno de esperar, una vida y otra vida más. Pero no se trataba de auto compadecerse casi se iba convirtiendo en una diversión indecente, unos anteojos negros para siempre. Podría usar anteojos negros de noche y ver mejor que cualquier idiota que quisiese imitarlo. Es más, ese negro, ese ligero negro apenas lo afectaba el captaba la luz como nadie. Mirar el rojo al medio día con esos ojos sería una tortura deliciosa, pero al hacerlo caería al suelo y la gente observaría que sus ojos eran distintos. Así son las historias desgraciadas.

Pero no se trata de la desgracia sino del color y más del color rojo. El rojo es el color más potente en la retina y es el contrario al negro es el que menos excita el ocular. Así que por suerte tenía tres colores en su vida, el traje de la pinturería el amarrillo asqueroso y sucio, un traje negro de un velorio de un tío, y una remera gris harapienta, unos shorts, unos zapatos negros y unas zapatillas destruidas.

Por eso tomo el traje negro, se vistió se puso los anteojos negros y se puso a dormir. Durmió como tronco, y eso lo hacía feliz. Su mente se fugo, su negro se fundió con el negro de los ojos y el negro del traje. Y la noche invertida fue blanca, porque si el hubiese querido mirar la luna, esa luna a sus ojos, sin anteojos sería fuego.

Sonó el jodido despertador, como un martillo en su sien. Pero gracias a dios el cuarto no tenía ventanas. Eran las seis de la mañana. Salió y apenas por el pasillo sintió la luz. Ya se le estaban quemando los ojos. Así era, terrible y sin cuidado, ojos quemados.

Se metió al cuarto, y tomo un papel y se lo puso por sobre los anteojos así evitaba el contacto con el sol de frente. Lo primero que haría sería comprar una gorra. Así el sol no sería tan maldito. Cuando salió a la calle sentía que se quemaba, pero el de negro, iba a ir a su trabajo en la pinturería.

Cuando entró y lo vieron de negro no sabían que pensar. Pero cuando les mostró los ojos pensaron peor. Llamaron al gerente, el gerente se asustó pensó que era cosa de la pintura adulterada. Por lo que le dijo que no estaba obligado a venir por unos días, después de todo, como le habían venido los ojos negros en una noche, en otra noche se lo podían ir.

Así fueron las vacaciones del hombre de los ojos negros. El cual para estar mejor se tuvo que meter debajo de un árbol frondoso y en pleno mediodía ver mejor que nadie. Es complicado ver en los lugares con demasiada luz como es complicado ver en los lugares terriblemente oscuros. En este caso, la luz era muy pero muy potente, pero con sus anteojos y la sombra con dolor pero con esfuerzo veía el mediodía con nitidez.

Cosa extraña, era ver las cosas, así, el mismo si anduviese en imagen surrealista por la playa con su traje negro podría verlo todo menos el sol. El cual lo consumiría de dolor tal cual si le cortasen una mano. Así que era cuestión de mirar, una mujer bastante habladora se puso a su lado, y cuando vio que casi no había respuestas, siguió hablando de manera más campante, pero cuando el mismo, harto ya que le cuenten cosas sin hilo porque su origen era dudoso. Le mostró sus ojos negros donde la mujer pudo ver el reflejo de su propia cara, la expresión de sonrisa rota del hombre del cuarto era suficiente. La mujer huyó.

Él estaba feliz, esos ojos negros, lo harían capaz de hacer muchas cosas. Incluida la de obtener tal vez una pensión por discapacidad lo cual era horrible pero si tenía que pasar, que pasase. La cosa sería ver como se podría secar todo ese sudor, la cosa sería pensar que más iba a hacer con su vida desde ese día. Porque no estaba dispuesto a perder los ojos para parecer más normal, mejor eran esos ojos negros que le permitían guiarse por más inhumanos que fueran. Si los pocos amigos que tenía no lo seguían importaba poco, mejor el milagro de ver que la pertenencia a un grupo de personas que puede ser tan voluble como cualquier otra cosa.

Ahora es complicado, muy complicado tomo un papel y empezó a hacer la copia de lugar. Para su regocijo estaba copiando demasiado bien parecía una impresora en segundos tenía la copia del lugar con una velocidad que hubiese espantado a una buena parte de los estudiantes de dibujo. Así que ¡Voilá!, ahí estaba el dibujo, perfecto. Un genio del arte, una birome 5 minutos, y el mejor paisaje que se haya hecho de esa plaza olvidada de dios, del gobierno y de la madre naturaleza. Cuando la misma mujer insistente, volvía a contarle la historia, ¿quién sabe dios que jodida historia? Pero vio el dibujo y le gusto, y tanto le gusto que quiso llevárselo, y él le dejó. Después de todo, podría hacer otro, e hizo otro igual sin más dificultad que el anterior. Y cuando se dio cuenta tenía dos, y cuando tomo en el recuerdo la cara de la mujer molesta, la copió y era idéntica.

Cuando esta mujer volvió con su cantinela, vio su retrato y estaba fascinada, y entonces trajo en brazos a un nene hijo de su amiga. El hombre arqueó la ceja, hizo el dibujo se lo dio. Y pensó que ahora la maniática le iba a traer cada pelotudez que podría encontrar ver la habilidad, mientras tanto las hojas del anotador iban volando y el mismo, sin cansarse hacía el dibujo del pendejo. Perfecto. La mujer, no sabía que pensar seguía cagada hasta en las patas. Pero el tipo no era agresivo, es más dibujo esa expresión de horror, para horror de la mujer, que después se dio cuenta que estaba casi frente a un espejo gráfico. Se fue corriendo.

Él sabía que iba a volver, mientras el estuviera en el maldito banco verde y no se fuese de allí, iba a volver. Más papel traía la mujer, más biromes, más cosas para dibujar. Era pesada sin duda, pero porque cada vez le costaba menos, hacía decenas de dibujos por horas, y hasta cientos cuando llego la tarde. Eran segundos, la mano iba muy rápido, cerrada todo, definía y cerraba. Eso era todo, un Dalí, de ojos gigantes.

Por eso y por el hecho de que la mujer los había vendido en la plaza con un habilidad para parlotear inmensa que decía que estos dibujos para hacer creer que el hombre que estaba en ese banco era un discapacitado y si se lo podía ayudar comprando sus dibujos.

Al tiempo cuando el cielo se hacía violeta y las cosas iban perdiendo su potencia, hizo los atardeceres, de todos los tipos. Pero bueno, era cuestión de esperar.

La mujer acercada hasta el grado de la indecencia, le dijo que tenía que cenar, o comer algo. No comía y no bebía nada, y la sal por su cara, era casi una marca blanca. Algo asqueroso pero ella ni se animaba a poner cara de asco, ya que el hombre veía demasiado bien.

Y por eso, termino en su casa comiendo, y así tragaba lleno de hambre, porque ese mismo ayer el día que sus ojos habían crecido él no había cenado. Pero sin cenar durmió y sus ojos crecieron. Algo pasó, mientras le seguían contando esa historia la cual no siguió el hilo inclino la silla, y se cayó seco. De su cabeza brotaba la sangre, y así, tiño todo. Horror para la mujer, de los ojos orejas, e incluso boca. Todo era sangre.

Había muerto, mirando la luz del techo. Así quedaba, ahora veía los rojos labios de la mujer que no había notado y hasta que perdió la conciencia se quedo asombrado por el poder del rojo ese sin poder ver que su propio rojo lo bañaba y lo hundía, en un final más bien gris. 

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