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Numero dos y la nueve milímetros.

La semana estaba dentro de lo convencional. Por eso contaba Pablo con que nada lo sorprendería. La rutina de la oficina se repitió maso menos como la veníamos contando. Nada impresionante. Uno de los días más picantes ocurre justamente un martes de la semana siguiente. Pablo se encuentra con número dos, lo de siempre; peleas, sexo pero sobre todo reclamos mutuos de dinero. Número dos, le da a entender que podría estar con alguien con más dinero que él. Después de todo es el menos pudiente de sus amantes. La situación se ha tornado violenta en una serie de escenas surrealistas, ya lo han amenazado con cuchillos y armas blancas. Esta vez las cosas se ponían peores.
Entró a ese departamento como siempre, casi sin hacer ruido. Cruzó el living, todo era paz, puro silencio. Lento y metódico fue pasando de cuarto a cuarto. Tenía sus dudas, es claro, había que seguir no quedaba otra opción. Es un testigo de su tiempo y espacio, no pone excusas. La tranquilidad era muy larga. Había comida en la mesa, comida recién hecha. Las cosas estaban más ordenadas que de costumbre, Pablo se asustó. ¿Dónde estaba número dos? No tenía idea. Todo se daba de una manera justa. Las trampas son así; esta no era tan difícil de imaginar. El problema serían las consecuencias.
Justamente se sienta, cuando estaba quieto se encuentra que algo esta en su nuca. No tiene una idea acabada de qué es. Se da vuelta mira, justamente ve a número dos y a una arma. Se queda duro, ¿sería el fin de su peculiar estilo de vida? ¿La mujer estaba completamente loca y sin remedio? No tenía idea. Sólo iba sumando cosas rápidamente. Le costaba hablar, tenía una cierta sequedad en la boca. Al fin, se vio sorprendido por la actitud casi asesina de número dos. Seguramente quería dinero, supone que es un robo. Supone que era la hora en que la mujer se rebelará sin temer a las consecuencias. Si era eso sería lo mejor. Se llevaría alguna que otra cosa que pudiera tener. Esas cosas pueden pasar, raro final pero entendible. Otra cosa era si lo quería matar por alguna otra extraña causa. Su relación era bastante enfermiza puede que le hubiesen agarrado celos de repente.
Las cosas eran tensas. No se movían ninguno de los dos. El tiempo pasaba lento, como si fueran gotas que perforasen el cráneo. Los dos tenían la vista fija uno en el otro. Ambos sabían que esto no era lo esperado. La mujer estaba pensando en alguna cosa que no se podría precisar. Lo importante es que le seguía apuntando. Estaba Pablo a punto de perder los sesos. No se inmutaba si temía lo volaban. Era cuestión de tiempo, suponía Pablo que la mujer se quebraría. ¿Si no lo hacía era el final? Había una posibilidad, reducir a número dos por la fuerza. Era una cosa que le costaba pensar. Tendría que golpearla de una manera que impidiese que no le disparase. ¿Qué era lo más extraño? Que sería lo más descabellado, bueno justamente. La abrazó a la altura del vientre, mientras la pistola giro y ahora estaba a la altura de su sien. ¿Seguían las cosas así? Bajaría la guardia definitivamente. El tiempo era extraño, Pablo estaba a punto de morir si es que las cosas no salían bien. ¿Por qué justamente un Martes? ¿Tendría sentido? En una de sus manos por otra parte tiene un cuchillo, ¿podría desfondar a la desgraciada? Están los dos demasiado nerviosos, ni se insultan, no se dicen palabra alguna. Cosa rara. Justamente ahí en ese momento que debería tener tensión, suena el teléfono. Es absurdo, su sonido la repetición es una pausa al silencio pero no lo soluciona. Sigue todo tirante nadie pide perdón ni permiso. Podría sumarse otra cosa. No podría ser. Después de todo tiene poco dinero ¿Cuánto le podría sacar? ¿Por qué el arma? Todo eso era ridículo, ya le ha quitado dinero antes. El misterio era grande. Se habría enterado de algo más. Habría supuesto otra cosa. 
La manera de ver era un misterio. Pablo era un investigador a su manera tendría que ver como saldría de esta. Sin embargo no estaba en ventaja. No estaba dispuesto a matar a número dos. Creo que justamente era ahora cuando la quería más, sabía que eso era lo mejor. ¿Qué mejor manera de huir de la rutina? Esto era el súmmum, no era una persona con todo resuelto sino que por el contrario estaba a punto de querer huir de una absurda muerte. Su mente se alimentaba de estas cosas, era casi un espíritu de película. Tuvo ganas de reírse en un momento un poco incomodo. Pero las ganas lo vencieron se empezó a reír. Su agresora no entendía nada. No sabía que estaba pasando quizá fue por eso que bajó el arma. Estaba a salvo otras vez su desfachatez lo había salvado. Esta era la vida de Pablo, una suerte de enigma. Esperaba y esperaba. La mujer, estaba quebrada lo quería tener cerca por eso lo intentaba matar, su niveles de obsesión se habían ido de control. Eso era una cosa que le gustaba a Pablo profundamente. Ahora él tendría más poder sobre número dos. Claro que eso solo ajustaba los cables hacía las cosas más raras y sobretodo no llevaba a la tranquilidad. Eso era lo que menos importaba, estaba decidido hacer de las suyas. Era su manera de ser. No sería un ejemplo moral aspiraría a tener algunas agallas para seguir estirando el cogote una y otra vez.
El padre de numero dos había matado a su madre era un dato a considerar. Más cuando la mujer se lo dijo un día como si fuera lo más normal del mundo. Esas cosas podrían poner los pelos de punta a cualquiera. Era cuestión de saber escuchar y pensar que era normal. Si eso se lograba todo era manejable. No sería la primera vez que se vive y se muere de forma absurda. Sin embargo lo mejor era que había cocinado. Nunca en su vida creyó que iba cocinar algo así. Por lo que se veía era otra de sus facultades ocultas. Esta forma más pasional e intimista le gustaba a Pablo lo hacía pensar que era más importante que estaban más pendiente de él. Sin embargo podría tener costos a futuro. Si era necesario eventualmente la dejaría pero no iba a ser ni hoy ni mañana. Tendría sus costos, si lo tendría número dos era extraordinaria y puede que en toda esas ciudad no haya dos mujeres iguales. Era cosa de la propia vida, elegir si se podía y aceptar si se fracasaba. Muchas veces se lo tildaba por esto de insensible a Pablo como si su frialdad siempre se mantuviese. Era una manera de ser, distinta pero no tan distinta de cualquier otro. 
Otra de las cosas que llamaban la atención, número dos de repente le reclamaba pasar más tiempo, juntos. Parece que las cosas se iban pasando de nivel. Pablo no quería ser padre y esperaba no serlo ya. Porque aún no le cerraba nada de lo que había pasado ese día. Los giros ese día habían sido ya demasiado abruptos. Es necesidad del arte vivir así. No se trata de otra cosa. Uno si lo piensa lo arruina. Las ropas estridentes y ajustadas de número dos, las cuales la hacían una pieza kitsch no le quitaban valor. Era una especie de Barbie con mucha personalidad. Una persona valiosa. Por lo menos en el sentido que Pablo lo veía, aún estaba sin embargo el asunto de número uno. ¿Cómo podría seguir mintiendo? En eso trabajaba su mente tendría que exigirse más.
Número dos quería saber más cosas, necesitaba conocerlo más. Tendría que empezar a inventar, la idea era simple, número uno sería una hermana loca. La cual reclamaba de atención constante. Estaba tan loca que parecía obsesionada con él pero sólo era parte de su delirio. La cara de número dos mientras le contaban no parecía la de la una persona que creyese algo de lo que le decían pero estaba en paz por ese momento. Parecía que algo había cambiado en ella. No sabemos que, después del extraño intento de homicidio. 
Pablo comía pensando que se había salido con la suya otra vez. Estaría mal que se lo juzgase desde afuera. Era su vida. Nunca podría vivir en otra forma. Tenía que llamar a Ramiro para que fuera cuidar de la loca. Pensaba pasarse la semana con número dos. Eran las tres de la mañana cuando llamó, constando un exaltado y delirante Ramiro. Su socio le dijo que no habría problemas, Pablo ya se suponía que Ramiro quería “robarle” su otra mujer. Este era un asunto que empezó a desestimar hasta asumir que tal un día en la práctica se la dejaría a tiempo completo. Número dos era una persona que podría ser asfixiante, siendo brutal siendo salvaje. Pablo y ella se pasaron la noche tomando grandes cantidades de Vodka, mientras el arma aún continuaba sobre la mesa. Toda la situación enmarcaba la decadencia. Ese era el amor de verdad esa manera de perdonarse lo peor de lo peor, y no saber porque mierda seguían juntos. Un salpicado de injusticia.
La mañana siguiente fue terrible, él fue el único que se levanto. Su “mujer” seguiría dormida por horas. Tomó un refrescante vaso de vino tratando de espaciar la resaca, comió los restos de la cena. Se fue para el subte, apenas caminaba derecho, el traje estaba sucio. Estaba en sus mejores épocas como él mismo las llamaba. Por otra parte el centinela Ramiro salvaría las papas.
El hecho era que el arma seguía en esa casa. ¿Podría amenazarlo de nuevo? De eso no tenía idea tendría que verificarlo después. Fue un error dejarla el arma ahí. Era peligroso. Lo bueno es que ahora se podrían divertir a costa de los vecinos libremente. Nunca supo Pablo como número dos era tan loca. Ella amaba las cosas rojas, las flores, los vestidos rojos como maniaca que era, no toleraba elegir cosas de las que no sabía nada. La violencia es la sal de la vida siempre y cuando no se vaya de control. Las tentaciones sin embargo persiguen al hombre con moral, a Pablo lo persiguen las posibilidades que son mucho más positivas. Alguna gente siempre juzga pero Pablo es de esa gente que poco le importa. 
Llegó con sueño a su propia silla. Se puso a dormir, mientras Ramiro comía maníes, tomando café. Los dos con trastornos de sueños, también le había escrito injurias al radical al costado del monitor, el pelado ahora sufría tratando de sacarlas. La madura que cocinaba y otras personas vieron que este no era el día de Pablo pero no se metieron. Una mujer preocupada miraba de lejos, era la secretaria. Ese no sería el día donde le dirían la serie de estupideces que le alegraban el día. Tendría que conformarse leyendo a Artaud. También es de destacar, cosa que notó Ramiro y no Pablo; la secretaria hoy llevaba los labios negros. Los cuales llamaban mucho la atención le daban una apariencia desafiante. Una cosa más extraña. Pablo no reaccionaba por suerte no ronca. La oficina decidió ignorar el hecho de que Pablo hoy no estaba en pleno funcionamiento. Pensaron que lo mejor era dejarlo pasar. La verdad era esa, un día de trabajo. El ruido de las teclas y las impresiones. La gente volvía a la oficina normal. Todo eso pasó hasta las dos de la tarde. Un Pablo afiebrado se levanta yendo al baño, era hora de liberar a los demonios. Se puede decir que el ruido de las arcadas se oía desde afuera. Nadie pretendió hacer caso pero todos oían. Algunos dieron a entender que era la hora de que Ramiro entrará en acción. Fue así como Pablo estuvo al rato dando vueltas por ahí. En un estado bastante desanimado fue hasta la heladera, justo ese día, encontró brownies. Su hígado decía no, su mente decía sí. Comió aunque mientras lo hacía se retorcían sus propias tripas. Estaba sonando lentamente, así era envejecer. Cuando terminó fue agradecer a la madurita, la cual no se inmuto por el hecho de que Pablo parecía más un paciente que una persona normal, volvió a su silla. Ramiro preparaba una tasa de café debería ser la décima. En unos de sus viajes vio lo insólito, la secretaria, la mujer que todos envidaban estaba preparando un té para el convicto. Era obvio que Ramiro estaba lleno de envidia sabía que el mismo se podría electrocutar en medio de esa ingrata oficina y que nada pasaría. 
Ramiro entendía de esas cosas, lo que era el destino hacía tiempo que ya no lo discutía. Aceptaba las cosas, el mundo tiene una manera misteriosa de ser. Cada tanto se moría por preguntar: “¿Qué mierda pasa nena? ¿Estás segura? Es un gil, lo conozco es un estúpido egocéntrico”. Pero sabía que nadie le iba a prestar atención, su destino es ver como va dejando Pablo gente en el camino. Ramiro soñaba con conferencias y debates; ahora en una cocina, veía una mujer casi de film cuidando a un tipo que justamente no esperaba nada de la vida. Esto era en parte siniestro aunque muy concreto. Ramiro sabe que por lo menos es el amigo del afortunado.
Así llegó un té  que el cual nunca fue tomado por Pablo. Ramiro se lo tomó y dio a entender no sólo que le había gustado sino que valoraba el gesto. Todo esto era una mentira infernal pero que Ramiro vio necesaria. En su manera de ver el mundo semejante desprecio era una estupidez. Claro, él era una persona bastante más delirante que Pablo. Una de las cosas que alegraba la vida de Ramiro era el hecho de que ese día llevaría su borrador a una editorial. Otra vez le iban a cerrar la puerta en la cara pero eso no era lo importante. Tenía ganas de contarle eso a la secretaria pero notó que todo el discurso que había pensando ya estaba en al alcantarilla. Parece que cuando él dice las idioteces es una cosa, cuando las dice Pablo otra. El radical se vengó y le puso en la propia pantalla con liquid paper, “Cornudo de mierda ándate con el aluvión”, lo peor le había arrancado el sticker de Lenin. Era la guerra contra el radical, gorila hijo de puta. La iba a pagar así pensaba Ramiro que dejaba su vida deprimente para volver a su batalla personal con su compañero de trabajo.
En medio de todo eso, Pablo se levanta otra vez. Claramente estaba en el Nirvana. Ya estaba sano de nuevo. Por lo menos era lo que aparentaba, organizó una serie de apuestas sobre el resultado de River-Boca. Nuevamente la oficina estaba entretenida. Ramiro metió guita a Boca pesé a no seguir el fútbol, el cual es según él una distracción para las masas. Pablo se iba pasando de escritorio armando el pozo. Finalmente llegó a lo de la secretaria, ella lo miraba esperando que lo que dijo Ramiro fuese medianamente cierto. Pablo que no tenía idea dijo: “Tamaño quilombo ¿no?” La mujer lo miraba fijamente igual que cuando lo apuntaba pero al revés estaba esperando que le tiraran un tiro que la notaran un poco. Algunas veces el ego y la vanidad. 
Pablo dijo eso que no esperaba decir: “Gracias.” Consideraba que ese eterno silencio era señal de casi una aprobación total a su estilo de vida. La tenía por una fanática, si estaba delirando. La mujer sin embargo caía en las tramas de ese delirio. Hacía tiempo que no pensaba en otra cosa que en ese ser alocado y extravagante. ¿Cómo sería su vida allá afuera? ¿Cómo haría para vivir ese caos? Esas cosas creo que la excitaban, no lo sé, no podría decir certezas. Hay que esperar. Ramiro ya se había vengado, le había escrito con marcador indeleble el escritor, “Yo y el tío Campora estuvimos con tu vieja y nunca se quejó de haber parido un gorila como vos”. El radical puteaba y casi lo va a matar. Pero primero tenía que sacar la injuria antes que más gente la viera. Creo que la oficina sabía algo de todo eso que pasaba ahí. La guerra política pasaba seguido.
Nuevamente el día de oficina terminaba y cada uno para sus pagos. Ramiro agarro su libro, su amado libro. El cual tendría que proteger de las manos del radical, el cual podría asecharlo en cualquier parte. Pablo se fue como siempre antes, se despidió de forma general, la gente aceptó esa frialdad, “había tenido un día difícil después de todo había que entenderlo”. Ramiro ahora le tocaba ir a buscar a la novia más antigua de Pablo, la cual ese día no había llamado. Le tenía que explicar, lo bien que ahora le iba a Pablo en la empresa que el jefe no lo dejaba descansar. Ramiro se sorprendía del grado de estupidez que llegaba a inventar en nombre de salvar a Pablo. En parte era su manera de relacionarse con número uno y no lo despreciaba.
Pablo se iba esperando encamarse con esa perra que había conocido en una parada de colectivo. Supuso que en realidad era una prostituta, lo cual no fue tan errado ya que la primera vez le cobró y bastante. Al tiempo volvió a verla y pudo lograr no pagar más. A veces llegaron a encontrarse en otros lugares. Número dos no era celosa, siempre pensaba que Pablo era medio pelotudo, le veía un lado tierno. Creo que era su lado bueno. Pensaba que el tipo era como un nene, un nene medio estúpido pero sin miedo. Eso bastaba para que tuvieran sexo frenéticamente en nombre de una amistad que convivía con dinero. La verdad siempre andaba cerca. Una mujer y su cliente, un iluso y su vicio más caro. Pablo una vez incluso dejó en capital a su antigua mujer para irse con esta a la costa. Inventó la idea de que el y Ramiro se iban a perfeccionar en un congreso. La fecha no podría cambiar, las cosas eran raras. Dijo que: “jamás lo hubiese imaginado, decía que soñaba con darle lo que se merecía pero que la vida era mierda. Eso incluso, ella una mujer que sabía de todo, tenía que aceptar.”
Hay que decir que lo que Pablo tenía era fundamentalmente suerte. No otra cosa. Su vida era meterse en líos, era su existencia, su estilo. Otro dato, número dos no se cansaba, si había con que seguía. No se ponía nunca prejuicios. 
Mientras tanto en aquel momento otro rechazo editorial terminaba en medio de la cara de Ramiro. Otra vez le decían que lo escribía no se podría ni leer ni vender, básicamente era una mierda, una mierda resentida llena de un socialismo místico. Cosa que no se podría ofrecer a un adolescente o alguien con insomnio. Es decir no es “arte”. Otro conjunto de hojas que terminaba en un armario, esperando nunca más ver la luz. Por suerte Ramiro en parte escribía por su odio a las editoriales, casi sadomasoquista se ponía a pensar como haría para fracasar otra vez. Tal vez debería un día contar las historias tan raras que vivía y con eso algún lector de clase media lo vería “divertido”. Aunque duda que las editoriales lo vieran medianamente bien. No hacía comedias, hacia relatos que tendían a lo oscuro y lo negro, esta era la época feliz y no se permitía esas cosas. Siempre le decían que era un hijo de puta casi le tildaban de antihumano. ¿Cómo podría querer tan poco las cosas? Veía todo mal, veías las cosas sucias.
Pablo era distinto, no quería más que llenarse de dinero. En ese sentido era más sabio que su compañero de trabajo sabía que el dinero le da la razón a la gente la mayor parte de las veces no dejando por eso uno de tener menos habilidad. Claro que este romancero entre locas, veteranas y prostitutas era una imagen que pese a que podría entretener no podría salir de eso. Era una cosa “pintoresca” pero no imitable. No estaba “bien” lo que hacía. En el fondo a la gente le importa poco lo que pasa sino que lo que le importa es que las cosas pasen; aman los resultados no tienen miedo de moverse entre esas ideas.
Así era la vida llena de fatalidad y risa. Esas eran las historias que contaron siempre. La muerte de la madre de número dos fue una de esa clase de historias. Juana se llamaba. El padre la mata según el relato con un apoya papeles pesado, le rompe la cabeza, la joven número dos no cuestiona esas cosas. No le afectan en una forma convencional, se acostumbra a la idea; después de todo Juana era una mujer sin pasión en la vida. El padre en cambio era violento y errático, heredando ella todos esos gestos. Nada mejor que oír historia desde el aliento de cenicero de número dos que en este caso sonaba como un aliento a crematorio, incluso de recuerdos. No se la vio llorar nunca o por lo menos es lo que parecía. Hay gente que tiene la suerte o la dicha de estar ciertamente más allá del bien y del mal. Las anécdotas como esta tienen una carga bastante pesada para la gente neurótica. Las personas que no aceptan que haya tantos mundos como gente y que cualquier podría ser un criminal desde el portero hasta tu propia tía.
Lo peor era tener que seguir en la misma, las cosas se estancaban. No tenía sentido pensar en lo lejano, las jubilaciones, las previsiones y toda esa suerte de baratijas. El sistema ya nos quiere descartar a los cuarenta. Sólo los ricos tienen el lujo de llegar a viejos en algo que se pretenda como cómodo. Los pobres compensan con recuerdos que en el peor de los casos inventan. Esta sería en parte, la vida de Pablo, sería un cuerpo más en un geriátrico, un día. Ese es el fatalismo del siglo XXI, todo ya fue dicho.
Eso es lo que al menos piensa Pablo a diferencia de Ramiro, el segundo está conciente de que el mundo iba a colapsar. Esa suerte de religión alternativa lo ayudaba a escapar de las ideas más incomodas de nuestro tiempo. La esclavitud al sistema ya era obvia pero no es una opresión difícil; es casi necesaria. La gente no se quiere lo suficiente para querer otra cosa, se había logrado ese estado de pureza del capital. No será este el tiempo de los libros que engendran libros sino los de vidas que engendran escritores que hacen libros. La pasión del Voyeur hace la diferencia.
Los días en la condena del vivir para otros no van a terminar. Hay que odiar a los dueños, si es una prosa de resentidos. Ese era el pensamiento del “neo-luterano” Ramiro. Las grandes pautas estaban hechas, con lo que tengas trata de sacar el mejor jugo y si no queda nada siempre esta el tren, el tirarse bajo el tren. Todos son iguales en cuanto que consumen, no importa qué. Mujeres, drogas, alcohol como gimnasia espiritual. Todas esas cosas dan lo mismo. Las horas se pasan siempre, algunos deciden contarlas otros olvidarlas el papel se pierde cada vez que se parpadea. Ahí empieza la síntesis.
La fantasía burguesa es la única fantasía posible, frente al escepticismo de los ricos y el cinismo de los que no tienen. La mal llamada clase media vive en un mundo que quiere escapar. La riqueza ausente, los cardúmenes de mujeres que faltan. La vitalidad que se va por el caño. Nadie como en la Internet o la televisión. No esta el coro, no esta la quinta esencia del mundo de hoy, la exhibición. La falsa modestia hoy parece no sólo ser inútil sino que además deriva en lo imposible.
Pasquines con olor a raid. Esa manera de ver las cosas, frente a la dificultad del mundo de la cultura, la imaginación de las generaciones televisivas se hace cruda. Toda la carne queda en el asador. La moralidad es algo que se usa como consenso. Los jefes y los dueños, viven según como ellos quieren, los empleados como ellos pueden, y los que no son nada viven su nada. Así se acusa al sur por hacer culto de la miseria y no por el culto real a la riqueza. Pero claro esas son meditaciones absurdas, hija de personas que se consumen más pornografía que otra cosa. No son socialistas de carteles, sólo gente que se pone en pedo por las calles, sujetos sin ideales, ni voluntad de progreso, los cuales se los tilda de que “hacen lo que quieren”. Ver es pecado, ver lo que no se tiene que ver. La hora de los fachos siempre cae al final, así nacen las buenas familias, las puras, donde los culos no supuran.
Ramiro cae en la casa de la primera loca, la cual siempre tiene un ataque de nervios. Casi es una disciplina difícil. No se puede estar alterado las veinticuatro horas del día pero en ella pasa. Llega Ramiro y ve una mujer en el piso llorando, una mujer que va a trabajar y vuelve llegando a su casa para llorar. Es decir toda una buena ciudadana depresiva. Uno de los misterios de Pablo es saber porque aún anda con el pozo eterno de la angustia. Será que justamente la mujer lo usa como antidepresivo y no comporta de esta manera cuando esta con el sujeto. Siempre estas cosas llaman la atención, el mundo siempre esta alojando cosas nuevas. Lo peor es el odio que le tiene número uno a Ramiro ya que este es la prueba de que Pablo no va a ir. ¿Cómo puede ser que un tipo soporte estos trabajos? que si bien no son los de Heracles, rompen bastante las pelotas. Será en parte porque como muchas otra gente su vida no tiene sentido en el marco de cómo se la han presentado y no cree ya en la posibilidad de que exista una vida medianamente creíble. Por lo que se dedica a lo absurdo de la manera más insospechada. Es el secretario voluntario, ata los hilos, el que absorbe los pecados. Un forro con disciplina, un sujeto que ayuda a que el sistema aguante. ¿Qué sistema? No lo sabemos.
Llega y lo insultan primero en la editorial, luego en la casa de la amante del compañero de trabajo. Por suerte el ya conoce la casa, va y se preparará café, el día va ser largo. Al menos si hubiese sido psicólogo diplomado le hubiesen pagado por oír a los locos. Así se la pasa la mujer tirada boca arriba, haciendo escándalo desde el parquet mira el techo mientras llora. Se siente miserable, nadie sabe porque en algún momento se calma. Eso es lo que se sabe, siempre tiene una cosa para distraerse.
Ramiro busca por esa casa si hay algo medianamente útil para alimentarse. La cosa puede ser difícil. Sólo hay cosas “Light”, es el infierno del dante, su lengua se quiere suicidar. La pelirroja sufre de una crisis gastronomita que lleva a la metafísica. Por suerte quedan media bolsa de maníes, podría ir a comprar cerveza y unos fiambres. Cosa para salir de paso. Lo terrible es que la idiota esta tenía una parrilla en frente de su casa, ni siquiera el olor a choripán le levanta el ánimo. Claro que cuando caiga en el alcoholismo por el amor perdido, la loca esta, el ya va estar por el postre, el que con suerte será helado. Comer es una buena manera de evadirse y otra mejor manera de morir joven, la grasa ese asesino simpático. Los infartos, los santos infartos quitan a la gente peso de encima hasta quizás la salvan de deudas, de darse cuenta que su familia los odia de lo que sea. Número uno chilla como vaca acuchillada, sus lamentos son casi una forma de decir, “¡Soy una pelotuda!”, o en lenguaje más profesional son un pedido de ayuda. Pero lo importante ahora era la cena, Ramiro esta conciente de que todo no se puede, primero su estomago después el trabajo, el segundo trabajo.
La manera en que se relajo un poco fue yendo al supermercado. Miraba allí como perro de la calle toda la comida, las tripas le rugían. Se pasaba de un lado a otro mirando los precios viendo si podría ahorrar un peso. No pudo demasiado. Compró todo lo que pudo con lo que llevaba encima. Volvió con las bolsitas, lleno de ganas de comer mientras oye a una mina chillar claro esta. Es casi una función privada, mejor que comer sólo pensó. Mientras tomaba coca-cola y vino, un vaso y un vaso. Vio que la loca estaba calmada creo que se le había acabado la fuerza. Había que decirle que comer por lo menos ayuda a continuar y tener fuerzas para seguir llorando, eso sería sadismo puro.
Llega el momento donde número uno recalibra el astrolabio se planta sobre su propia columna y pies, se sienta en la mesa y engulle como una loca. Esto es claro porque las cosas Light siguen en la heladera esperando el vencimiento. Nada mejor que el salame y el queso de rallar para evadir el hecho de que la mujer era una cornuda, el vino servía para bajar o la coca-cola. En eso estaba la mujer libre de tirar la piedra a donde quisiese. Borges si viera esta escena diría que no es de criollos hacer estas cosas, un panorama lleno de histeria, locura y frituras no es la manera en que hay que comportarse. Esto era el siglo XXI.
La mujer no hablaba, no quería hablar, en un momento se notó que su vientre estaba a punto de reventar, había alcanzado la paz. La paz gastronómica pensamiento poco académico pero efectivo según la experiencia de Ramiro. La vida pasa de esta manera y no de otra. La mujer no se iba a poner a recordar porque había llorado como tres horas. No quería casi se dudaba que podríamos deducir su felicidad. Tal vez pensaba que Pablo en el fondo pensaba en ella, le había mandado después de todo a este sujeto que la acompañaba. Este pensamiento además de paranoico y autoindulgente no decía mucho. Ahí estaban, los restos de la cena, el conjunto de papeles que fueron el asco del editor. Y ellos, sentados, ambos llenos de comida, Ramiro sin ganas de dormir por causa del café, la coca-cola y las cafiaspirinas, la mujer sin expresiones serias. La cara no decía nada. Por suerte no estaba el televisor prendido. 
Entonces ocurrió lo impensado, número uno mientras Ramiro estaba en el baño (quien sabe haciendo qué) se puso a leer la obra tan estridente. No le parecía tan radicalmente mala sino que por el contrario se veía una vida como la de ella, llena de pensamientos inconducentes, misterios de cotillón e ideas sobre un mundo que ni televisión acepta. Ese idealismo que rozaba la ridiculez era parte de su vida. Pensar que ambos tuvieron la “suerte” de “cultivarse” como puede ser que hubiesen terminado así, casi más locos que si viviesen en la ignorancia. Nada peor que salir de la caverna esa siempre es la conclusión que vale. Ramiro vuelve y casi tiene el infarto que no tuvo en su imaginación, alguien se puso a leer lo que escribía (sin que él se lo pusiera en la punta de la nariz). Se sentó en silencio, su vanidad estaba en crisis, la critica sería divertida.
Número uno al fin se despacho con: “lo que pasa con este texto es que dramatiza demasiado, las ideas no son malas, lo que pasa es que no se puede andar exagerando siempre. Era mucho barullo, el lector no se podría detener en ninguna línea. Pura confusión.” Ramiro quería matar a la loca esa, una mujer que se la pasa llorando media tarde por un infeliz de mierda que la cuernea no tiene derecho de decir que el se la pasa dramatizando aunque tal vez tenía razón. 
No era necesario seguir viendo que pasaba esta vez se iba a ir antes. Ramiro amago a llevarse su libro. No le dejaron, la mujer se quedo apretando fuerte el libro y le dio a entender que eso era parte de lo que ella necesitaba. Podrido e invadido se fue a las puteadas como siempre sin otra idea para justificarse. Lo había conseguido alguien lo iba a leer quizás no sería Cervantes quien le haría la crítica pero Cervantes seguramente no le habría leído ni una línea. Para privilegios hay que vender mucho y ese no era su caso. Sus aires de divo se iban lejos, estaba yéndose no quería que le comentarán cada hoja que había escrito. Se fue sin que número uno siquiera lo despidiese, era así como se agradecía el hecho que se la alimentara, verificando además que no estuviese muerta. 
Ramiro era un frustrado se le notaba en su cara debía ser porque cogía poco. La realidad es la realidad se la tiene que aguantar para que inventar otra cosa para eso están los libros pero no se puede vivir en un libro, eso ya lo sabía. Aunque también sabía que todos podemos ser el libro de otros. Lastima que no nos conocen que no disfrutan de nuestras miserias como simples anécdotas. 
¿Estaría la vecina japonesa en su propia casa? Eso era un absurdo, casi tan absurdo como un gordo en bikini en medio de la nueve de julio. Claro que llamaba menos la atención, no saldría por ningún medio. Así se fue en un colectivo casi sin guita y sin su libro. Quedaría otro día de trabajo por hacer si llegaba a dormir sus pretendidas cuatro horas. Cada cual tiene lo suyo, Pablo era actor, el era escritor y usaba a su oficina como campo de cultivo para fomentar la creatividad. Ramiro pensaba en ponerle un sorete adentro del mueble a su enemigo número uno. Eso daría la paz por un tiempo. Tendría que esperar la venganza por lo del escritorio, más el hecho de que había insultado a la madre del infeliz. Eso parecía más una escuela que una oficina. La gente no era muy madura ahí dentro. ¡Gracias a Dios!, madurar hace la vida aburrida. Sólo quedaría envejecer.

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