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Carlos Negrín se va a morir porque se le da la gana: (Visión del Accidente)

El hombre que ha sido la base de la enemistad nuestra historia con el resto de los personajes espera que la muerte lo encuentre. La espera lleno de deseo, casi famélico. Su manera de ver las cosas está signada por el hecho de que sus sueños sólo le remiten al pasado. Duerme para rebobinar. Número uno es una pendeja exquisita quizá sea lo mejor que alguna vez tuvo entre sus dientes. Aunque ya es demasiado tarde, su vida esta marcada. Recuerda a la mujer con la que soñó esa que se quedó estancada en el pasado, la crueldad de un deseo que no muere es terrible. El desea su recuerdo como si tuviera veinte. Poco importa lo demás, poco importa. Esa amiga de su infancia ¿sería la muerte misma? Es decir un deseo que no se cumple que lleva una carga de desgracia, ¿no es el amor a la muerte eso? A ella la recuerda antes que a él, esa imagen de la pequeña nena. Una maldición, creo que sólo ama eso. Ama a esa nena de cuatro o cinco años, el principio de su vida mental, si la recordó es porque su mente de simio debió sentir una gran atracción y no es azar aquello.
Negrín se mete un trago puro de fernet cada día es más rico. Pasa por la antigua casa de la mujer, pasa por la casa donde sabe que no la verá salir. Con gusto se tiraría al portal a dormir, confiado en que el alcohol haría que todos fueran ángeles. No obstante el camina con determinación ese día un sueño le dijo que la muerte lo iba a encontrar. Él se caga en el cientificismo de la era, ese que pone computadoras y rubias que petean por un sueldo. El piensa que los humanos son dueños de su miseria, cada cual sufre como quiere. Nadie puede estar libre de eso que te digan: puto, drogadicto o montonero da igual.
Negrín pasa bajo una obra en construcción, primero le cae un fierro en la cabeza y lo lastima eso lo hace detener la marcha. Mira con fijeza la estructura al tiempo, esta se le viene encima, lo aplasta. Carlos sonríe al saber que su muerte es esa, el terminar aplastado por la circunstancia. Sentía que era el gesto, nunca un suicidio, su vida no fue huir, su vida fue un accidente. Una idea bochorno. Sintió la voz de esa mujer de esa niña que no iba a ver nunca más que le decía: “Suerte”. Una sola palabra, una sola vacía como siempre, como todos sus deseos por esa mujer que no volvió a ver. Tal vez era la muerte la felicidad, el mientras escupía sangre y lo sacaban por debajo de la madera y los metales sonreía, lleno de la mística. Su extraña compañera vestía de violeta y estaba entre esa gente que no la veía. Tal vez era la despedida de su mente, una despedida acorde a una vida que no tuvo, su final por lo menos para él sería novelado. Descasando, simple, respirar sin tensión. Negrín constato que su vida había sido un accidente su familia lo era, no por eso no los amaba en su torpe forma pero él no los había elegido, ellos tampoco a él. No podría echar ahora a las puertas de la libertad culpas a su mujer e hijos, ellos eran libres de él. Todos eran felices.
Ni un cardumen de putas empapado en vino podría compensar aquello de lo que hablo. La sensación propia de esa vida, la vida del tipo mediocre. Rubias y altas, esbeltas y perfectas, diosas postmodernas, él no las quería. Escupía sangre ¡Santo alivio! Perder el peso, perder la fuerza. Los paramédicos se lo llevaban lo metían en una odiosa ambulancia. Él veía su sueño, la playa, sus propias cosas muertas, su vida, sus matemáticas, su visión absurda de un Nóbel, todo se hacía mierda. ¿Esa era la libertad? Un mundo perdido. Santa suerte y poderoso remedio. Negrín murió sin pena, sin pedir a dios, simplemente quería escupir un nombre con M pero no pudo. Su vida se agotó, sus sueños se fueron borrando, su cuerpo era carne sin resistencia. Un peso fijo, un punto.
Aunque el mismo en esos minutos se vio como un gran hombre, un hombre al fin alcanzado por una desgracia merecida. Ya no hay deudas que pagar, es hora de reunirse con los viejos de los padres y abuelos, es hora decirse parte de algo que antes no podría siquiera nombrar. La historia, simple y llana historia. Su musa en la muerte, su tentadora, era tan joven como él la había dejado. Parecía que los ideales vivían en esa imagen. Parecían ser lo contrario a la vida común a lo cotidiano, la mujer imposible e incorruptible, el delirio justificado en la agonía, las cosas pegaban mucho mejor.
En el infierno lo esperan los balances, las comidas a medio hacer, su mujer con su amante. En el infierno lo espera su propia vida. Él espera por lo menos que lo libren de la esperanza de esa mujer que lo salven de la crueldad de vivir pensando en una existencia arruinada desde la juventud. Ausencia de guerras, ausencia de poetas, ausencia de cosas, principio de mentiras, grata angustia en comprimidos.
Carlos al fin era importante, en ese mundo de todos los días, él era hoy la noticia, el no podría verse morir ni en el almuerzo ni en la cena. Ser famoso por un día es negarse a morir querido, las narices, las narices de todos van a querer su tajada, ese picante olor a fiambre. Carlos sabe que su dios es tan mortal como él, su dios él mismo conoce el fin. Sin tener otra excusa que despedirlo junto a sus ideas, junto a lo derrotado de su vida. Ha puesto un dedo hacia arriba, Carlos no es de este mundo. Carlos pertenece ahora a los números, a las coordenadas. Por fin es una fecha y será un registro ya nadie le preguntará el porque de la vida. Su existencia de ameba se ha ido como quien ahoga una llama y no apaga.
Número uno se llana de horror ve al viejo ese muerto, el accidente fue filmado por un transeúnte. Tan bizarro como cruel lamenta el hecho de haberle negado la opción de saber que era padre de otro espanto más. ¡Mierda! Número Uno se agarraba el vientre. Un bastardo, ella odiaba tener que explicar cosas como esas, no se imaginaba explicando a su hijo del hecho de que su padre ya había muerto. Ramiro no iba ir más a su casa ella se lo iba a asegurar por una vez en la vida se sentía en deuda con alguien, el absurdo era que ese alguien fuera Negrín.
El resto de sus conocidos llegó después, su hijo estaba en la comisaría, su hija estaba desesperada muy lejos de allí, su esposa brindaba con su nuevo hombre por la muerte de la mierda aquella. Ramiro se quedaría conmovido por la muerte de su enemigo, se lamentaría de ese hecho, ahora él era más débil. Antes molestaba a alguien.
Número dos le dijo a Pablo lo que pasaba, ella tenía buena memoria y sabía que Carlos Negrín era compañero de trabajo de él. Ella dijo: “Pobre hijo de puta murió como un perro ¡mira! ¡mira! Salió en la tele.” Pablo se mostró como siempre en estos casos, quiso pensar que ese hombre que moría lo había hecho porque quería como si todos los hombres eligieran a sangre fría el momento de su final. Estaba feliz por él, ese era su destino. Perdido en esa realidad, Pablo asumió que la vida de número dos le importaba más que la de él por lo que el mismo moriría a manos de ella. Ella en cambio moriría o bien por un suicidio o bien por vejez según lo impetuosa que fuese con la muerte de él o la de cualquier otro.
Ana se deprimió bastante por lo que pasaba, veía aparte que Ramiro se encerraba más en sí mismo. Pensaba que de alguna manera eso también llegaba en mal momento, esto recordaba a todos que al final la vida es un fracaso por eso hay que hacer algo más que vivir. Hay que de hacer que nos lamenten, tratar de hacerse querer, hay que fracasar de la mejor manera posible.
Uno se apaga con el tiempo, Carlos estaba apagado, su expresión era de paz pese a los huesos rotos. El alma es la cárcel del cuerpo, libre de ella el cuerpo es mas real que nunca, es puramente un cuerpo. Nuestra decadencia como especie consiste en tener una cultura que dice ser del cuerpo pero que responde a nuestras ideas de psicología, siempre le ponemos un traje, un sentido y un trabajo a un cuerpo que funciona sólo porque se nutre. Carlos en parte se dio cuenta de esto cuando al final era una persona como todas las demás ausente de una tragedia sobre sí que valiera la pena con fundamentos maso menos serios. Límites al placer no hay lo que si hay es limitantes al acceso no todos pueden hacer lo que su mente les induce y muchos se llenan de horror a ver que no son los únicos deseantes. Así es la existencia humana un consumo, mutuo tal cual el del los gusanos después de nuestras muertes. Nuestras imágenes de mujeres siendo consumidas en todas las maneras sólo nos duran por un tiempo. La vida ausente de la representación de la orgía termina apagada. Desprendidos entonces seguimos viendo en sentido de lo pornográfico y lo publicitario nuestra lógica superadora, somos tapados en un mar de consumo. El muerto es un consumido es un terminado es un tipo que ya no puede cargar con esa culpa. No puede pedir disfrutarse un poco más aunque disfrutarse sea en esencia macabro.
Negrín iba en un cajón negro, no fue casi nadie al velorio. Ramiro fue pero lloró como pendejo, Ana lo sacó. Fue número uno, ella miraba gravemente el cajón. Sin otra excusa que pensar y pensar. El viejo se había salido con la suya, entró la mujer esa que tanto impacto había causado en la vida de Carlos, quiso saber sobre la muerte. Sin saberlo número uno fue bastante imparcial en el relato, le contó sus últimos días, le contó que su muerte fue accidental. La mujer no encontraba del todo consuelo parece que Carlos le mandó una carta el día antes de morir. Parece que esta mujer estaba aterrada que alguien que la recordaba perfecta y casi divina estuviese ahora muerto. Era un golpe jodido para el ego. La mujer se va vestida de violeta pero ya más vieja, era sin embargo increíble su estado de conservación. Número uno vio esa mujer como lo que era, un deseo con patas, nada más, a él ya no le importaba que había sido de su vida. Él quiso saber que la vida era juntar recuerdos.
Su victoria final era esa irresponsabilidad fortuita. ¿Cómo decirlo de otra manera? No molestar es difícil cuando se esta vivo. No molestar es un acto de torturarse. La culpa por el sincero acto de cagar es un trauma de la vida de la conciencia. No digo otra cosa. Los muertos, que santos eran, eran pobres imbéciles que trataban de vivir como no se puede abogar por “El muerto”. 
Así fue al final, el cajón salió por gente de la funeraria. Divino cajón parece un barco que flota un porta containers, eso es, miles de cosas viajan con los muertos. Muchos pequeños espacios a recortar. Profundamente grave puede ser un hombre que lleva bien un cajón, horizontalizando la vida vertical. Número uno no quiso ver a las palas hacer su trabajo, el cura estuvo ausente. Una cruz que remite a la ficción de las cruces en muchas tumbas se erigió sobre él. La muerte, número uno mirando, mirando, mirando. Fría como la misma muerte. Llena de necesidad de volver a su vida de tirar libros por el aire porque estaba aburrida. Ahora jodida, futura madre, no quiere otra cosa que un hijo y una biblioteca con orden. Carlos se reiría bajo tierra pero los muertos no se ríen. Los muertos son parte de eso que decimos los vivos, viven en cuanto se dicen que son “los muertos”, pero ellos no se dicen a sí mismos. Sólo el que habla se dice, la tragedia del loco no es la del hombre en coma, el hombre que ya no tiene mente no existe. Vive, puede volver puede volver pero durante tiempo no ha existido. Han existido hombres, han existido cosas pero él no puede dar su molesta fe sobre ellas entonces al fin estuvo muerto. La vida sólo es esa continuidad de la conciencia. Hechos que no tienen otra cosa que hechos, la especie de va extinguir por la misma debilidad que tiene el ser humano es inútil e irrelevante.
El último gesto el fatal no puede ser compensado por buenas intenciones. Sólo es un sentimiento. Una formalidad. Morir, eso es todo.
La mujer misteriosa era “mate” con una molesta “i” en el medio. Carlos se vio derrotado el mismo día en que se vendió y dejó ir lo que justamente ese día al fin se le acabó, la vida. Mucha gente vive entonces por medio de la excusa del fracaso lo que en otro sentido y de otra manera no lograría vivir. Por ese tiempo Ana recoge los dibujos de muerte y desesperación de la ciudad, la gente que se cuelga de los semáforos, las mujeres que se arrojan de los balcones, los policías que se vuelan la tapa de los sesos. Ana esta fascinada que la desgracia sea un disparador tan potente y con ello se regocija. Junta todo lo que puede. Salen varias imágenes, todas ellas cargan con el gesto propio de Ramiro. 

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