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Ius Sanguinis:

Fascinados por un espíritu hedonístico la vida se pasa recortada. El pecado del egoísmo se acentúa con el tiempo. Lo particular se hace gigante, y las veredas se hacen finitas. Todas las existencias parecen estar regidas por principios mecánicos sin otra pena. A la vez somos como la basura, obvios, llenos de marcas, revueltos de adentro hacia fuera. Emanando aquello que no debería quedarnos bien. Una muerte imposible. La luz naranja, la comida llena de grasa, el ver a la cara sin otra cosa que decir.

Creo que el mundo esta nadando en una especie de conversación. No hay pasado. No hay principio de causa. La idea de un teatro. Así dados a la caída, entregados en esta suerte de lo casual que hace que cuando se va de un lado para otro el tiempo importe poco. Feliz es no ver, feliz es no pensar y cuando el tiempo pasa ininterrumpidamente con relojes rotos. La vida es, y no se pasa. O quien sabe qué. El reverso de la melancolía es esa sensación casi de inmortalidad, cuando se está donde se quiere estar.

Ahora siempre en este dialogo secreto y poco constructivo en la polémica. Supongo yo que más allá de la presión de la punta de la nariz. Jamás seremos inmunes, nuestra pretendida indiferencia para que sirve, ¿no somos animales en medio de un zoológico? ¿No somos seres en enjaulados sin razón de ser? O al final pretendemos ser ideas. Porque sería muy divertido pensar que apenas logramos respirar un poco más de lo normal, apenas pretendemos dejar de ser perros, hayamos podido volar. Vamos oliendo por ahí nuestras antiguas malas costumbres. Ese “yo” que se odia tanto, porque cuenta la existencia de un relato particular y por lo tanto pecaminoso porque nunca tiene un deber ser. ¿Qué buscar?

Un sillón, un lugar donde se reposa, mientras el cuerpo se va despegando de sí mismo, donde la rebeldía en la oligarquía de los órganos se pone en conflicto. ¿Dónde esta nuestra búsqueda? No sería mejor pensar el testimonio de la decrepitud que no encuentra otra respuesta que más elemental. Se teme que pensando haya algo que valga la pena y eso es verdad. La insistencia en las mentiras, nos hacen creer en los idilios. Esto es así, y parece que la vida fuera una sucesión feliz de ideas agradables, que los hacen arrodillar, ante nuestro propio genio. Un dios que no existe pero que no importa, esta es la realidad, ¿Quién quiere en medio de placer? Un observador no lo necesita, no requiere actos de justicia. No apela a nadie más. Nuestras ideas, nuestros preconceptos naufragan constantemente cuando se encuentran con aquello que no podemos deshacernos. Nuestra búsqueda de aquello que nos excite que nos quite el porque, para hacer lo que sea necesario. Educados para preservarnos, lo más queremos es fundirnos en una desgracia que nos fascine. Morir de una vez, morir, en medio de un reventar. Quitamos el sueño y el alimento, nos llenamos de enfermedades. Hacemos mapas de cuerpos cada vez más deformados. Envenenamos la sangre, llenamos el alma de nuestros hijos con el sentido de la tragedia. ¿Y el deber? ¿No les suena como una imagen desteñida que sin sentido reaparece en la languidez?

¿Dónde están nuestros calmantes? ¿Son necesarios? Hipócritamente buscamos que nos salven pero no queremos nada, no queremos mesías ni redentores. Buscamos soluciones, al toque. Buscamos tener eso que estamos necesitando y al final si las consecuencias son negativas con los nervios iluminados podemos sufrir. Pareciese que ese fuese el momento auspicioso para la profecía. La inmadurez estaría allí decretada. La idea de que no somos nada, y de que nunca fuimos nada. La idea de que los reventados van por acá y por allá, con la única aspiración de llevar un alma y heces en sus cuerpos. Pero la belleza existe en una forma brutal, tal cual si no fuese otra cosa que una llamada a nuestra percepción. Con cada vez menos uniones, lo indeterminado se llena de luz. Justificarnos con palabras sólo da aquella idea de que hemos de durar más que un rato que apenas podemos estar en las conciencias de los otros por unas horas. Pero sospechamos que la memoria ajena es una dictadura y lo que aquí es verde, allá puede ser azul y lo que aquí es el cielo podría ser el piso. Sospechamos siempre, estamos en alerta, pero a la vez tentados de no temer absolutamente nada. Sin esperar, y sin esperar, carentes de esperanza podemos vivir la vida tal cual la percibimos en una cosa que pocas veces hacemos. Ya que somos supuestos y pensados, ya que juegan con nosotros.

Nuestras cadenas, están en nosotros. ¿Por qué no morirse un Lunes a las cuatro de la tarde? Está mal, es un acto de egoísmo, esta mal editado, sorprendería a la tropa. Sería un atentado a la razón. Molestaría al sentido, esa pobre manera de decir que nos íbamos a ir igual. Pero luego de haber sido “útiles”, entonces en vez de polemizar con las cadenas que son inertes, deberíamos hablar entre nosotros los esclavos. Somos de la peor clase de humanos, somos los civilizados, los perversos por excelencia. Tenemos todas las marcas que podemos conseguir. Si no fuésemos esclavos de las sensaciones que buscásemos conseguir ¿para qué especularíamos? Porque no hacemos otra cosa que pensar en lo que buscamos o lo que hemos perdido, si valiese mucho el mundo ideal. Acaso, no sabemos que esta conciencia que se nos muestra, es extrañamente, distinta. Particulares, perseguidores de anécdotas. Atados a razones sin motivos, estamos unidos a la especie del destino. Nuestro misticismo, es una especie de felicidad que es la cosa que se quiere escribir, pero porque sin problemas, no se puede escribir, debemos contar que esto ocurre en una jaula. Y que al final no sabemos tampoco a donde vamos, y no sabremos nunca a donde ir.

Claro que podemos hacer otras cosas, podemos llenarnos de pretextos, y de categorías podemos apelar a las palabras para que nos sigan digiriendo. Sus formas ácidas, sus correcciones y sus incorrecciones, sus relativismos, trabajan para hacer de nosotros cualquier cosa menos animales. Allí existe, la tragedia de lo incompleto. Allí la vida es el problema, más que la subsistencia. En esos casos, llenos de razones de cosas que no se terminan de resolver, allí vive el hombre postmoderno. Atado a razones que son un anticipo de la muerte misma, medicados por razones técnicas, con pretextos que nos hacen comprender. Sí que nos hacen amantes de la verdad, verdad que no sirve, verdad que es palabra de un amo. Un amo que no esta sino en ese mundo, en ese Verbo, en ese así sea. Fuerza por demás mentirosa, ya que el azar pesa tanto en nosotros que apenas podemos hilar dos ideas medianamente presentables. ¿Cuándo nos quedaremos secos?

Las bocas abiertas, desinflados. Allí clavados en el espacio, al fin fugados del plano del cambio y habiendo vencido, la continencia de pensar particulares. ¿Dónde nos preocuparemos? Esa nada, esa nada débil, esa nada débil que parece una serie de pequeños moretones no medra nuestro animo. Todo lo contrario, induce a seguir viviendo. Induce a seguir, a continuar y al ver, el crimen, de no saber si esta bien o si esta mal lo que se hace. A tener la película objetivada, lejana indiferente. ¿Será que los minutos son cortos? De la cama a la tumba, no habrá más que confusiones que repercuten nuestra vida. Que legislan que nos conectan que nos ponen en pie, ciegamente, de un lado para otro. No esperamos otra cosa que el bien y la satisfacción vayan de la mano. No deseamos otra cosa que predecir. Ver el futuro, religión.

Es mejor terminar hundido en una especie de miseria inexplicable. Es mejor esperar que las cosas nos pasen, es mejor pensar que nos están robando. Creo que se resiste uno a pensar en aquellas materias. En todo caso, quiere creer que el caos, nos va a terminar acompañando. Nuestros cuentos, fantasías que nos compensan morirían de pena si podríamos vivir todos nuestros delirios; si fuésemos esa clase de criminales que no temen ni al tiro que los va a llevar al fondo de la tierra. Entregarse a no entender para vivir una clase de desgracia que esta unida la imprudencia. A vivir sin necesitar de muchas cosas, a estar tirado en una cama sin dormir. Pensando cosas que apenas se sostienen y entonces, perder la idea, viviendo entre el sueño y la vigilia.

Hay una clase de tributo al mundo de la materia. El cual nos lleva a donde quiere. Materia que esta allí, que nos recuerda que todo lo que hicimos fue inútil. Que nos dice que lo mejor es el silencio, cuando las fábricas paren, cuando la gente se ponga hacer cualquier cosa. Cuando se hunda en sustancias, como premio a sus servicios por continuar con el esfuerzo que no se concreta en nada. Por esa manera de tapizar de nubes los cuartos pudientes, por las muertes que con cuenta gotas nos recuerdan que las luces de la vidriera son lo anticipos de la muerte, esa manera decirnos que estamos en venta. Esa manera de expresar que no hemos alcanzado otra cosa que el principio. La idiotez, esa clase de idiotez que nos hace estar livianos. Esa comodidad, esta clase tan rara, de sensación. Esa irresponsabilidad que no dice, mañana habrá futuro. Una irresponsabilidad que no se indigna porque no pide libertad, sino que llama al crimen. Sin castigo, sin mundo, sin observador. Parece que el viento, apenas nos tocará que la mañana fuese lo mismo que la noche. Nos diría que en todo caso, la vida es ácida y llena de ironía, la divinidad, esta cerca de nosotros en el oscuro objeto de nuestro deseo. En el envoltorio de la desgracia, pero esta clase de cosas, no son tragedia; son comedia, así volvemos al todo. Vencidos de una vez, bajados, nos entregan a nuestras raíces. Y así nuestros futuros, nos pisan, nos olvidan y nos escupen. La pasión por la vida es aquella que nos hace seguir. Como si sin apuro, esperásemos que las cosas se detengan. Unidos a una suerte de desgracia, la cual termina siendo la pasión más absurda y ridícula. La idea de un amor a la irrelevancia que termina haciendo sufrir, nunca lleno al borde de la locura. Caminando, dejando que las cosas pasen. La existencia, no nos dice nada. Este es el silencio en medio del caos. Es la esencia de nuestra libertad, locos como estamos, yendo con las cadenas a buscar disolvernos. Sin esperar más nada.

Todos lo escriben desde sus egoísmos, están marcados por esa suerte. Fantasmas que responden a esa manera particular, vanidad, lujuria toxicomanía. Vivir lo que sea y como sea. Esa es la manera en que somos tan inútiles como eso que pretendemos decir. Esa fatalidad, es algo feliz. Porque nos hace sentir, con los corazones retumbando en nuestras cabezas. Porque nos hace pensar que estamos entremezclados en lo humano.

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