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Algún tacón entre las pezuñas de cerdo:

Las mañanas son amigas de poca gente. Puede ser que es parte del capricho y por eso, la vida de nuestros sujetos es jodida por el sol. Nada peor que se este a la mañana cuando se durmió poco. Esa sensación de ardor en la cara sumamente molesta. Todos fueron levantados por el sol de alguna manera. Pese a que unos se levantaron medianamente con el despertador fue el sol el que les rompió esa sensación de sonámbulos. Su molestia su manera de ser impertinente es de por sí horripilante ya que el cuerpo sigue dormido, la cara en medio de una fiebre es la que esta despierta quemándose tal cual si le apagarán cigarrillos una y otra vez. 
Todo ese malestar fue lo que arrastro justamente ese día, Ramiro y Pablo desde distintos puntos llevaban en la cara la expresión de cansancio. Pablo se había levantado en medio de la madrugada y estaba despierto sin saber porque. Ramiro simplemente estaba sin dormir pero eso común en él. Su vida era una forma de ver las cosas. Su oficio el de sonámbulo ahora es más cansador, de hecho en la casa donde pasó su noche no había café, no lo podría creer por eso estaba a “menos diez”. Estaba muy cansado sin el oro negro no se puede funcionar, el café es como el petróleo, es la misma cosa, ayuda a todo lo demás. Hace que el cuerpo pueda ser eso que le mandamos ser, una maquina. Si pensamos que el subte quita al sol de por medio es un alivio. Bajo tierra, la molesta luz es más débil por ser artificial. La cara de la gente es indiferente como siempre, no cambia nada la propia cara. No existe en el apretuje un espacio para que los otros se pregunten por nuestras caras, las cuales son irrelevantes y que al final se las van a olvidar.
Es parte de la vida ser anónimos, esperar que la invasión de imágenes, las publicidades en sí no nos terminen de hacer invisibles. Claro que esto no importa una vez que fuimos aislados con música y somos parte de una realidad ajena. Moriremos con un tiro en la nuca si la casualidad así lo dicta sin embargo no estaremos en pie preocupados sino que la pasaremos sin sufrir. La propia realidad solipsista del consumidor esa gran manera de existir aparte en un mundo en el que parece que no sobran los lugares. Pasamos el tiempo en medio de esas ideas, no es el azar sino la manera en que algunos la pasan. Otros no. De todas las formas posibles, la peor o la mejor es esa que nos va condenando con el tiempo. Sí una forma más, una forma más de vivir en este siglo, la obsesión por la época y por la manera en que esa época se llama así misma. Más allá de la realidad de los pequeños relatos, más allá de la imprecisión, esa forma nueva de ser y de estar es algo que nos conmueve de alguna manera. No obstante no era una cosa para pensar mientras se esta medio dormido, es mejor dejar al cerebro ser una especie de fantasma, negando un poco la realidad en la que uno ya se metió.
La oficina los recibe como siempre indiferente tal vez es más aburrida porque ellos dos están molidos. El radical no tiene con quien pelear, la secretaria aún no llegaba, le abrió la puerta de la casa a Pablo y sin despedida de nada, lo dejo en la misma calle. Todos estaban al revés, era un día irónico. Pablo se puso a comer los maníes de Ramiro, ambos amagaban con dormir, cabeceaban de a ratos. La oficina seguía, la molesta luz blanca también. Las ideas, los silencios seguía, el maldito ruido de las teclas. La indiferencia total, sólo se conoce bien al que esta al lado a ese que se le pueden oler los pedos, lo demás casi siempre es medio misteriosa. No se sabe mucho, existe la cordialidad, la manera obligada que permite trabajar mejor pero no mucho más. Esta no era la escena de terroristas que deliraban que salvaban el mundo, estos eran dos burgueses que les importaba poco el rumbo del mundo, total seguirá girando. Esa manera de pensar, en torno a la mercancía. Todo se vuelve mercancía cada experiencia, respirar es un acto de consumo, porque mientras se respira circunstancialmente se huele y se puede fumar. La nicotina es una forma de respirar con aditivos, Pablo fuma, encanta fumar, le forra el cerebro de esa sensación inevitable como la de fumar. Cosa que no produce ninguna otra cosa. Ese olor que desagrada a los externos pero no a los que respiran aliviados con el alquitrán. Lo importante es eso, están construidos ambos de sus hábitos de consumo.
Si esta es la generación que se hace indecisa por excelencia que necesita de la publicidad esa cosa que sirve para que la lleven de las narices. Generalizar esta mal, sólo es parte de la banalidad esa cosa que disfrutamos cuando comentamos la originalidad de las propagandas y terminamos consumiendo nuestros grandes santorales: Coca-cola, Quilmes, Branca. Una manera más de vivir, porque todo hoy tiene que ser dicho con esas cosas. Vos no imaginarias una historia sin marcas, estas existen, están en todas partes, la publicidad nos rodea. Los culos famosos de todas partes, las pornstars, todo eso es cotidiano y es parte de esta gente. Gente que vive en parte como el mercado quiere, cambia como cambia el mercado y se va sorprendiendo mucho cuando observa que el mundo se puede caer y levantar demasiado seguido. La histeria de la crisis económica llega a la vida cotidiana, las cosas se suceden unas a otras. Es así, no hay explicación. No obstante esto no jode la vida a dos personas que aprovechan todo lo que pueden para dormir en la oficina. Eso es lo mejor, la peor parte del día se la pasan durmiendo.
Así es la vida, cada cual tiene una mentira bajo la manga. Los kilómetros de pornografía, los millones de horas de anime. Las nuevas versiones, las calcomanías de la infancia. Las fotos de los famosos que todos critican, los imanes de la heladera. Cosas que se ven a diario y van formando parte de nuestro mundo. No es sólo la indiferencia frente al vaso de cerveza. ¡Bendito seas Roquetín! Tus nietos no les importa nada. Son hijos de un sistema que los desarma y les crea algo que decir. Son presas divinas, son nuevas bestias, rubias y estúpidas. Quizá no tanto aquí en el cono sur, el intelectual rajó del pueblo. Prohibimos no vender, prohibimos no consumir, matamos a los libres pensadores, consumimos terrorismo en vez de acción directa. Ramiro sueña. El teléfono suena. Pablo se despierta también.
Otra vez es numero uno. Esta vez es peor le grita: “¡Te quiero ver!” y corta parece una pendeja. Pablo esta a las puteadas limpias a él sólo se le quejaban ¿Por qué mierda no era tan cómodo? Eso le molestaba, pensaba que número dos no llamaría ni en pedo. Si llamaría si le hubiesen metido un tiro, sólo para decirlo que el tiro se lo había metido otro. La secretaria, llegó justo en ese momento, siguió con la indiferencia. ¿Qué carajo estaba pasando? Pablo estaba demasiado sorprendido de repente todos hacían sus vidas, no era el sol. Todo era un pijazo, así nomás. Era la propia muerte. ¿Se iba a hacer el hombre invisible? Ni siquiera quedaban los Tupper en la heladera. Era triste, como un diario mojado en la cara, te indignaba. Tenía que salir de esto, en última instancia que se arme conventillo en la oficina. Aunque eso podría fin a ese reinado de todo me importa un carajo. Bueno, era hora, se paró medio dormido, se fue a hacer un café muy fuerte, casi un pastiche poco líquido. El cual tuvo por fin levantar a ese ser muerto. Lo logró, era otro, ahí estaba lo más bien. La secretaria tipeaba frente a un monitor con los ojos clavados ahí, nada la movía, oyó los pasos, ponía la cara en la pantalla no quería mirar. ¿Era medio de chiquilín hacer esto? ¿Quién sabe? Parecía que funcionaba. Después de todo era una manera de tenerlo así parado como idiota esperando, al rato como a los siete minutos, una débil voz, le tiraba: “¿Necesitas algo?”. Después de tomar aire, Pablo dijo que él era buen cocinero, además dijo que la invitaba a cenar para “compensar” lo de ayer, él se sentía muy mal, no quiso estar en su casa. Explicaba que esta muy desorientado. La mujer lo miraba con gesto indiferente, esto le reventaba a Pablo. Estaba en medio de ese juego que no solía querer jugar. Él era la persona que no se involucraba con nadie y quería seguir siendo eso. No esperaba cambios, no le gustaban esas cosas. Pero la necesidad lo llamaba a vestirse con otras cosas, quien sabe. Esta es una historia rara. No es el común denominador de todos. ¿Por qué no se fue a buscar otra? Estaba preso del capricho esa era la única realidad. Una realidad que como siempre queda a mitad de camino, lo extraño es pensar que hoy en día nos podemos apoyar en algún que otro ejemplo. Todo ese laberinto lleno de espejo deja esa señal, el rastro. Pablo estaba en plena dejadez y por lo tanto otra vez no vería a número dos. Claro que cada día que no iba perdía un poco más de ella, ya que no pasaba noche donde número dos estuviese sola. ¿Qué importa después de todo? La puta es el paradigma de occidente, el ejemplo del arte, el orgullo. Claro hay que poder ser sincero. Pablo era parte de esa sabia burguesía que tenía su gran debilidad por las cosas que sólo número dos puede hacer. Este era un día bastante raro. Se puso después de mucho tiempo a llenar las jodidas planillas Pablo estaba trabajando. Era una nueva era o una excepción que permitía un leve descanso. Era una suerte. 
Ahí el trabajador más obsesivo era el radical, hombre sumamente obsesionado por los principios y el orden. Todo su escritorio estaba ordenadito, los zapatos bien lustrados, unas gafas negras y pesadas. La cara era bien pálida era un tipo más con problemas, un buen divorcio (es decir un divorcio que fue una guerra de guerrillas) perdió mucha guita, entre esas cosas la casa. Tenía dos hijos que no le respondía, tenía fantasías frecuentes que en las cuales era poderoso o simpático, ninguna de las dos pasaban. El pensaba que su esfuerzo le iba a valer la pena, no era cierto, estaba allí enterrado hasta el cuello con esa gente. No había salida, bien jodido. No era para nada idiota, el quería ser matemático termino de contador. Se aburre mucho más, el quería ese universo de las ciencias, sólo quedaban balances. Pero bueno había que vivir. Tomaba agua mineral, mucho agua mineral, chivaba mucho. La foto de sus hijos con la cara de su ex mujer recortada, era todo un símbolo. Cada vez que hablaba de su ex decía: “La hija de puta esa, ojala la violen”, era su jaculatoria. La mujer esa lo había engañado y además le había ganado el juicio de divorcio. Todo era malo, terrible, lo peor creo que también lo cuernió con el abogado sino no se explicaba. Hasta pensaba que se había encamado con el juez por lo terriblemente absurdo del arreglo, durante más de dos años no pudo ver a sus hijos. Eso le dio tiempo a la madre para reeducarlos, logrando poco a poco que lo odien. Lo peor de lo peor, competía contra un padrastro con más dinero. Su vida era sólo un pagar cuentas, estaba con la corbata como cadena. Se iba a morir allí seco, tenía que hacer horas extras. Se moría, su partido el radical no gobernaba, no se bancaba ser opositor, odiaba a los del poder de turno. Soñaba con una guerra civil. Estaba piantándose día a día. Si su manera de ser, era un testamento a la propia memoria. Su vida no podría ser una metáfora. A veces tenía puntadas en los huevos, casi estaba maldito. Lo peor era su guerra semanal con el montonero ese que le rompía las pelotas, pendejo impertinente (Ramiro). El radical, tenía nombre, su verdadero ser vino al mundo con el nombre de Carlos. Sí Carlos Negrín. Un nombre raro, “negrín” pero bueno. La gente no se acordaba mucho del nombre por eso se lo conocía como el “radical” o “el gorila”, eso paso un día cuando estaba en el baño escrito con un marcador en el espejo; “Carlos, gorila de mierda, JP tu vieja.” Muchos creo; recién ahí se enteraron que se llamaba Carlos. Lo malo de Carlos era su trabajo, tenía que darles a los ricos para que los pobres se caguen más de hambre, todo de manera ordenadita. Después hablan del abogado del diablo era injusto. Carlos deliraba mucho, soñaba que la secretaria le daba bola a él, pensaba que en el fondo, Ramiro y Pablo eran putos. Hacía terapia con la imaginación. Era una persona que estaba esperando que le apareciera una úlcera. Esta era la manera de ser de la gente, era su manera de presentarse. Sí Carlos necesitaba de la marihuana pero la desaprobaba. No sé si es el mejor consejo. Esto no es una apología, no se hagan los que no se que no saben de lo que hablo. Ese olor a churrete es el rosario del siglo XXI, XII y los siglos que sigan. 
Carlos estaba a punto de meterse un tiro en el culo para intentar sufrir más y tener vacaciones pagas en el loquero. Era parte de su manera de ser. Estaba loco, tendría que haber sido matemático, ¿hubiese sido más pobre? No. La guita ahora se la lleva su exmujer. Ya esperaba que le infierno existiera para cagar a palos eternamente a su mujer. El diablo aprobaría que la pasión de torturador que estaba incubando se tuviera que desahogarse. La crónica es esa. Carlos creció antes de las bandas de mierda, antes de Internet, antes del mal. Carlos era uno de los más viejos de la oficina, “los pendejos no laburan pero se les paga menos.”; esa era la radiografía de su mente. Era un resentido, era un tipo que esperaba que todos estos terminaran peor que él. Si por lo menos fuese un científico loco del subdesarrollo estaría feliz. Nada de pueblos bananeros, ciudades futuristas, llenas de robots y prostitutas robots. El radical tenía que bajar un cambio, tenía que tratar de ser una persona más normal. No iba a poder. Se pudrió se hicieron las siete. Ese día se iba a la mierda, se iba bien a la mierda. Tenía un gustó esperaba que el mundo estuviese más arruinado para los hijos de estos mierdas, esos hijos de puta que se pasaban garchando y no hacían nada. Agarro el portafolio, lleno de ira, la mierda esa, cuero, hecho mierda, era uno de sus antiguos regalos del día del padre. Sin embargo tenía ganas de prenderlo fuego, si fuego. Malditos complacientes de pendejos buenos, apenas aprenden a manguear plata seriamente te cuestionan. Carlos estaba por matarlos a todos, sabía que eso iba ser noticia, nada más. Se fue como siempre sin saludar a nadie. 
Se subió al colectivo, miraba con odio por las ventanas, el cartel que mas odiaba era el de “Farmacity”. Pensaba que la combinación naranja y azul era funesta. Miraba con ganas de buscar algo que ver distinto. Justamente encontró una mina medio entre baqueteada y exótica, era especial. Se dio cuenta de eso al rato. Carlos sabía que no lo iban a mirar, él era un pescado muerto y colgado de un gancho. Era un pelotudo. Un pelotudo, se lo decía a sí mismo para no olvidárselo; no era cosa de perderse. La mujer tenía pinta de que ya le habían pasado tres regimiento enteros. Sin embargo la base, lo que sustentaba todo eso estaba bien hecho, era una especie de auto antiguo, raza fuerte. No la mierda de plástico que se prende fuego de nada. Él tenía un auto que vendió por el divorcio. Puteaba y puteaba sin para ahora por el auto, estaba jodido. Eran todos cerdos, todos querían coger. Lo demás es una suerte de antesala a un teatro de irrelevancias, una suerte de compensación. No era la historia de un nazi en un burdel de holanda en 1941 (si es que esa imagen es posible). Era la historia de un sujeto que estaba preso de un traje y una corbata. Era así, ahogado, lleno de baba para con esa mujer que veía de lejos. El era un jodido boludo, el pensaba. No se piensa, pensar hacer daño. Pensar lleva a vernos. Algo terrible. Número dos era esta gran mujer, número dos dijo: “este es de oficina tiene pinta de que esta loco”, se fue y se sentó al lado. Carlos no sabía si estaba alucinando. Creía que lo estaba se miraba aunque no tenía espejo, todo era lo mismo, el jodido portafolios, la gente. Todo era igual, sólo que había una imponente mujer a su lado que le susurraba cosas al oído. Podemos describir la escena como una perdida de la biografía de Carlos, donde al final llegaba la parte final, la parte necesaria, el precio. En este mundo el precio es todo. Nadie se escapa del precio.
Era es la única manera. Carlos pensaba; era caro, Carlos pensaba que no llegaba a pagar la luz. Pero sin luz se vive, sin luz se puede vivir, gente por siglos vivió sin luz. Lo malo era si le cortaban el agua. El agua, ¿es necesaria? Se iría a bañar a lo de su propia madre. Todo era así. Su mente de contador, juntaba monedas fantasmas. Por suerte no iban a ir a su deprimente casa. Al fin bajaron del colectivo, se fueron para la casa de número dos. Si Pablo se enteraba que su “¿mujer?” estaba con el radical se pegaba un tiro en las bolas. Si su mente fuera un fantasma fugaz, estaría por allí gritando: ¡”La puta madre!”  Sí era así, el Radical estaba loco. Estaba en la misma escena que estaba Pablo antes. El radical les puedo decir que invirtió bien después de que número dos lo agarró se olvidó hasta de cómo se llamaba. Es más le decía señor Negrín, el radical deliraba y quería que lo llamasen “Señor Negrín”. El era el señor Negrín casi sonaba a gerente. El tipo que se movía a su ex mujer era un gerente pero por Raúl Alfonsín que ese terminaba con un cáncer de próstata. Cuando Carlos invocaba a Alfonsín era por su frenesí antiguo alfonsinista, o sea era su manera de creer en lo absoluto.
Es verdad, Carlos estaba contento de ver ese culo que tenía tan cerca. Si tan sólo tuviera más dinero; volvería, tenía que tener más dinero. El mundo es dinero, el lo sabe es contador. Triste destino aquel, una vida de condena, una vida de condena absoluta. Sí su ser era ese, el disfrute de algo. La puta esta era genial. Carlos no era de las putas aunque su mujer había terminado también que no sabía que era realmente lo más barato. Esa realidad era difícil. Ya se no tenía luz, un día de estos no tenía mas gas. ¿Quién mierda quiere el gas? ¿Para qué sirve?, el invierno llegará después. Estos dichos y no dichos, cada cual con su destino. Si tan sólo supiese que Pablo tiene una especie de relación con esta mujer casi se sentiría en las nubes. No lo sabía, no lo sabría nunca. Se fue de la casa de número dos. Ese día la mujer había atenido que remar mucho. Conocía esa clase de trastornados iba a volver lleno de efectivo como un pajero frenético era cuestión de esperar. Número dos sabía esas cosas. Era hora del whisky.
Pablo estaba en otro mambo. Sí lo suyo era inventar que sabía cocinar, iba a ir a su propia casa. Era imposible saber si ahí existían siquiera muebles. La secretaria estaba con él, la mujer miraba escéptica cuando llegaron al tugurio donde decía vivir Pablo. Puedo decir que la ventana rota que tenía era simpática. La mujer se río demasiado, la puerta que apenas abría. Un foco iluminaba una mesa roja de madera barata. Era un chiquero eso, era el primer taco que entraba allí, era la primera mujer que pisaba en ese horrendo lugar. La cocina, la mugre que allí había sólo son suerte la podría explicar Santo Tomás de Aquino. Cuanta degeneración, ni cama había sólo había un colchón. De todas las cosas llenas de vejaciones, lo único que se podría rescatar era el guardarropa. Lo demás era para prender fuego. Lo único que faltaba era una rata pero encontraron una paloma para compensar. La heladera de ciento cincuenta años estaba vacía. La cara de Pablo era la de una sonrisa de oreja a oreja. La mujer no se fue era el minuto diez, esta operación era sumamente ridícula. Pablo casi podría argumentar cosas raras, “lo que es la vida del pintor” se le ocurrió decir. La gran siete, lo único que faltaba era que tuviera que demostrar. La secretaria estaba impresionada, el infeliz apelo a recordar lo que estaba en la pared de la casa de ella. La mina rápido le dijo llena de emoción (se notaba) ¿Puedo ver? La cabeza de Pablo era una suerte de cámara lenta, “¿Qué poronga hago?” pensaba lento y sostenido. En el armario estaba un dibujo del padre de número dos. Lo saco era una cosa más rara que la mierda, muy rara. Muy, muy, muy rara. El no sabía cuanto valía. El era un incomprendido le iba a demostrar. Puso cara de esfuerzo, sacó el dibujo. Se lo puso en la punta de la nariz. Mi obra, “Las bañistas”, buen titulo para una abstracción en violetas y azules. No había “bañistas” todo tenía que ser interpretado. ¿Vos sos Pablo Kelpercamper? Pablo es Ortiz. Pablo dijo que Kelpercamper era su nombre artístico. 
La mujer estaba contenta. La cosa era “rara”, los Kelpercamper tenían personalidad era bien “raros”. Tal vez era un verdadero talento, un loco excéntrico, un Van Gogh. Pablo no tenía puta idea de quien era bien Van Gogh. Estaba en una mentira feliz. Una excelente mentira. No obstante, las pinturas no se comen. La secretaria le dijo; “Kelpercamper algo hay que comer”. La mujer se fue al chino. La propia mujer, estaba impresionada con ese artista desconocido, ese loco de atar. Pablo no tenía de lo que estaba a punto de hacer. Era una forma más de vivir.
¿Quién después de todo le ha dicho alguna vez que no es artista? Le han dicho que es de madera, le han dicho que el futbol no es lo suyo. Le han dicho que es una deshonra familiar, le han dicho que su padre era de Racing y ¿cómo él era de Boca? Nunca le dijeron una mierda sobre el arte.

Se sentó en una de las dos sillas que había. Pensaba: “¿Qué tal? Kelpercamper. Suena tan mal, es casi único”. La especulación es que no había muchos Kelpercamper. La mujer volvió y se metió a la “cocina”. El verdadero terror, llegó entonces la hora de la verdad. Un cajón que apenas abría allí había cuchillos. Iba a comer una tortilla de papas en su propia casa, podría morir ahora casi en magnicidio, famoso y con tortilla de papas. Era un suceso, su próximo cuadro, Composición 5: “La papa”. Pasaba algo raro. La mujer ahora lo miraba como si el un tipo que ni se pagaba la ventana fuera alguien importante. La gente es ingenua Pablo lo sabía. Sólo que el artista era el desequilibrado padre de número dos. Así llegó a sus ojos una tortilla de papas. Sí una tortilla de papas, sin excusas. El veía bien. El era un artista, no tenía puta idea de que mierda decir. Entonces dijo: “Ese amarillo…”  Los ojos azules lo miraban quería que dijera alguna cosa del amarillo. Pablo pensaba en cosas amarillas: un pollito, una sombrilla, le techo de un taxi, una papa, el sol para los pendejos era amarrillo. ¿El trigo era amarillento? Pero al final, sin ideas iba tirando; “Ese amarillo, me inspira, me dice que tus ojos celestes se ven con algo que podría ser reemplazado. Podría ser los ojos de esa papa.” Pensaba que esas cosas solo las decía cuando estaba en pedo. Esta vez estaba en plena clarividencia. Lo que es ser artista pensó. La mujer pensaba si eso tenía sentido. La cara… esperando, pensaba que eso decía algo más. En verdad Pablo era hermético.
Ella soñó muchas veces con ser artista, los viejos, le rompieron cada dibujo, figurita o lo que fuese. Ni los dibujos de pendeja, nada, nada de nada. “El arte es para gente que no tiene nada que hacer”-sentencia paterna. Lo malo de ser hija de un burgués frío. 
Terminaron de comer. La secretaria le preguntó: “¿Dónde aprendiste?”. Era obvio que no tenía idea, dijo Brasil. El padre de número dos, amaba Brasil, su otra mujer soñaba con huir a Río de Janeiro. La secretaria que tampoco tenía demasiada idea no sabía. Pablo tenía que inventar, pensó en un nombre de brasil, dijo: “Sí, sí, sí. Joao de las Costas, el pintor de la selva”. La mujer jamás en su vida oyó de tal maestro. Pablo dijo que era producto de la persecución política. Otra vez sonaba a que le estaban inventando, lo que pasaba es que Pablo miente siempre tranquilo. Le mentía a la vieja y ganaba de esa época miente con habilidad. Un buen mentiroso vale mucho. 
¿Dónde estaban las armas de su pintura? ¿Había alguna? Tendría que decir que pintaba con medios poco convencionales. Le dijo: “Todo lo que será nuevo se va a pintar con una cuchara”. Era como Dalí. Aunque ahora, sólo pensaba en la mujer que vio ayer, estaba demasiado concentrado. Le prometió un retrato. Ella fascinada, él muy complaciente. Era hora de tirarse en el colchón de atrás. Era la hora justa. La mujer casi se mataba ante de quedarse allí. Pablo remataba: “Este atelier… era de mi padre”. Su padre un loco vicioso que había matado a su madre cuando él era joven. Le contó todo lo que alguna vez había oído de número dos. Era una forrada tras otra. El loco padre de número dos estaba medio loco y encerrado pero seguía creando. Lo que nunca vio de él era un retrato. En fin, las cosas se ponían lentas por fin estaba todo bien. Pablo se montó a la secretaria más ferozmente que nunca, sí esta era la vez era el artista de la ciudad, el rey. Era un mentiroso y si algo le gustaba a Pablo era mentir, era su arte. Tendría que escribir pero ese era el mambo de Ramiro. Él era el nuevo pintor. Un pintor que pensaba que una mujer tenía que tener un buen culo. Era su filosofía. Al rato se quedaron dormidos, abrazados. El viento pasaba por la ventana rota. Lo había logrado de nuevo Pablo, era un cretino genio. Un nuevo tipo de genio. 
El zapato en medio de la mugre, era obvio. Pablo era un artista hacía de cualquier situación cualquier otra. Una mujer en un colchón en una casa de mala muerte. ¿Era arte-vida? No tenía idea una verdadera ni puta idea. Dentro de unas horas tendría que inventar una buena historia sobre aquello. Ramiro iba ser útil, los come libros, siempre saben de cosas, por fin gente que puede ser útil. 
Era cuestión de horas para volver a la oficina, la tramoya estaba armada. Era tiempo de seguir, la nueva era. Diversión, eso es obvio, la vida tiene que tener esas cosas, una especie de mundo alternativo. Sería mejor falsificar cheques pero eso no lo sabía hacer. Todo era cuestión de tiempo. Un hombre es tan estúpido como las mujeres que lo rodean y el dinero se lo permitan. Hoy un cuchitril mañana una mansión.

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