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59- Hoy se ríen de las Bombas.

El humo, las heridas. Un grupo de soldados que se cagan de la risa. La guerra ya duró demasiado; están acostumbrados a enterrar a sus amigos y hacer amigos nuevos. Todos fuman cigarrillos porque es la primera hora de la mañana. No hay tiempo para desayunar, entonces el humo puede cubrir las primeras necesidades.

Ayer vieron a un tipo volar por el aire mientras otro lo acribillaba a balazos. Pero este escenario nunca termina, desde el horizonte de los dos bandos siguen llegando hombres y armas. Así ellos están ahí parece, y solo saben que matando más que los que se mueren por su lado podrían ganar. Aunque tal vez sea absurdo. Las ciudades que ellos recorren siempre son ruinas, las cosas que encuentran se suponen inútiles.

  Sin embargo la cuarta división siempre tiene buen humor va cantando, ¡Muerte a los Azules!, ¡Muerte azules! Esta es la única división que nunca para. Por eso esta gente siempre es el terror, asesinos como pocos. Nunca esperan tener que mantener prisionero alguno. La columna en medio de un marrón anaranjado es sinónimo de cortejo fúnebre.

Así en ese día se encaminaba contra una torreta, la cual los miraba pero parecía vacía. Un sentimiento de tranquilidad invadía el ambiente. La ciudad entera estaba vacía. La cuarta estaba a los pies de una ciudad abandonada. Miraron a las cuatro esquinas, fue entonces cuando tuvieron la revelación, ángeles incendiarios pasaban por sobre sus cabezas, arrojando bombas y misiles. Toda la ciudad se hizo fuego, desde lejos solo era una serie de cosas que ardían. Entonces fue el momento donde decidieron que era la hora de entrar para ver el fin de esta división, su manera de ser, su espíritu.

Los soldados mercenarios, los comunes, pasaron paso a paso hacia el interior de la ciudad la cual había sido reducida a un chiste. Olían ese olor a carne cocida, a carne humana cocida, ellos se preguntaban que hacían allí. Pero algo les inquietaba unas risas estridentes, unas risas por demás arrogantes, unas risas de gente que agonizaba. Los gritos, delirantes. “¡Es el paraíso! Hemos vuelto al hogar.” Y así vieron gente que escupía sangre por la boca. Se levantaron, miraron, señalaron.

Enemigos en pánico no vieron tensión en sus caras. La cuarta división iba corriendo mientras disparaba. Pronto los tenían tan cerca así los pobres mercenarios eran acullicados en sus caras. Caídos, eran aplastados una y otra vez en ese pequeño espacio que quedaba en las calles reducidas por las cantidades de escombros. Sin embargo los azules querían salir de allí. Intentaron por todos los medios bajarlos a balazos, no podían, parecía que luchaban contra gente que ya estaba muerta. Puede que esta gente fuera del infierno, quizás eran esos crímenes los que los mantenían vivos. Por lo menos era la imagen de horror.

Muchos de ellos, abrían otros paquetes de cigarrillos que obtenían de los soldados enemigos y continuaban fumando en medio del humo ya presente. Parecían que no tenían necesidad de aire ni de agua. Perfectamente libres, iban sumando su voluntad. Ellos solo esperaban esos momentos donde destripaban gente. No entendía ya de otra cosa. Reían de todo. La muerte era para ellos lo cotidiano, cual se fueran la misma muerte iban cosechando en pleno medio día humanos. La mayoría quiso huir. Corrieron hacia fuera de la ciudad. Muchos se caían se fracturaban y así eran automáticamente ejecutados sin otra medida que saludarlos, les decían; “En Buena Hora”. La cuarta división rojinegra nunca perdía gente. Eso era misterioso para los enemigos que vieron a más gente que antes en las puertas de la ciudad ardiente. Se dieron cuenta que peleaban contra la guerra misma, una clase de maldición hacía que esta gente nunca cesase. Hoy para muestra macabra se reían de las bombas.

Por suerte para los lejanos, sólo eran imágenes de video. Los enemigos desesperados, continuaron disparando línea sobre línea sin resultados. Ya que por lo que parecía, se estaba peleando contra la guerra misma, la muerte estaba en su contra. Este ejército se reía de las bombas y el dolor humano estaba más allá de todo. Su fuerza no era humana. Tal vez eran una suerte de fantasmas, una suerte de recuerdo que aún seguía asolando la zona. Todo en ese escenario era surrealista, ya que los enemigos seguían llegando para pelear contra la cuarta división.

El resto de las balas, las trazadoras, todo era en vano. Era la misma meseta, la cual resultaba inconquistable, todo el paisaje lleno de cráteres y ruinas sólo evoluciona día a día. No obstante los azules con su obstinación seguían tratando de ocupar ese pedazo de suelo por todos los medios. A los meses eran arrasados, una y otra vez. Hombres de a pie, con rifles y cuchillos, iban contra tanques y aviones, ganando una y otra vez.

La idea era clara la guerra parecía absurda o por lo menos lo parecía, la idea de contenerlos no funcionaba. La cuarta división era como langostas por lo cual, nada de que lo pusiese en pie podría aguantar el simple paso del tiempo.    

Los cadáveres de los azules se asaban y eran vistos por otros lejanos. Todos en indiferencia, frente a los gritos de horror la risa de la cuarta división los ensordecía. Estos soldados estaban condenados a ganar esa guerra, no podría terminarse a menos que se desistiese. Cosa que para el mundo militar suena bastante paradójica. Miles de bombas caen sobre la ciudad, un enjambre de misiles. Este no es un manifiesto sobre la paz, sino sobre el absurdísimo de una guerra, soldados que hace un siglo que recorren la meseta siguen inmunes. Primero mataron a sus hermanos, luego sus sobrinos, y hoy a sus descendientes. Todos los traidores e invasores caen bajo sus manos. Pero ellos no pueden construir, sólo quieren dejar en paz a sus propios muertos.

La testarudez humana no tiene límite por años y años, la cuarta división lleva millones de victimas a su fin. Todos narran lo mismo, un enemigo que no se puede terminar. Parecen pocos, esos bastan. Marchando, van dejando todo lo demás a un lado. Los muertos ajenos no inmutan. Donde ven algo en pie hacia allí se dirigen. Mientras se los ve a los lejos parecen humanos, pero cuando se los enfrenta parecen hijos de “cielo colectivizado”. Santos guerreros eternos, lo cuales impiden el paso de todo mortal. Esta es la meseta que se hace eterna. Seca y árida, regada por fluidos, las moscas son de tamaño de gorriones.

Cada día que pasaba tenía por demostración que las tropas, eran autentico inmortales. No duermen no paran, su guerra es con día y con sol. No toman agua, no comen. Viven solo fumando unas cajas de cigarrillos que no se acaban. Siempre obtienen de algún lugar ese humo que los hace vivir. Una de las escenas que hizo que este pánico se detuviera por meses fue cuando fueron rociados con NAPALM, las figuras humanas llenas de fuego, avanzando, disparaban. Y en muchos casos, viendo lo útil de llamas humanas solo iban con los puños y los pies quemando gente a la carrera.

Por lo que no hay piedad posible, incluso los quisieron freír con la “gran bomba”, pero era inútil. Todo volaba por los aires, pero a lo lejos debajo de toda formación calcificada una columna de hombres caminaba hacia los agresores. El pánico era lo único que hacía que todos los días, hubiese enemigos frescos. Los azules no entendían, su historia era finalmente perecer y lo harían de la peor manera. La fantasía macabra, el imperio, iba a caer, era cuestión de que la humanidad pereciera a manos de una guerrilla eterna y espectral no era poca cosa. Pero era parte de una gente que no podría imaginar otra cosa. Seguían agrediendo a un poder que apenas podrían comprender. Morían como insectos, y morían solo para ver que su trabajo era en vano. Los generales perdían la cabeza, algunos de ellos preferían suicidarse. El ruido de las botas, el ruido de los disparos no se oía, las baterías propias parecían dominar todo menos la guerra.

Así era el desgaste, una suerte de maldición. Pero aquella ciudad era una más, allí las bombas caían y caían. Algunas veces, la propia cuarta división agarra alguna que por azar no estallaba y las devolvía sus dueños, los aviones caían a los costados. Todos corrían pero era en vano, “una vez que te veían no podrías correr”. Así era el mensaje de las radios, y las pantallas que veían a hombres vestidos a la antigua que arruinaban millones de dólares en equipamiento militar. Así eran, “¿conquistarían el mundo con general alemán y soldado español?” Quien lo sabe, esta división estaba más cerca de Lovecraft que de la Illiada. Este era un enemigo que no se podría vencer, una representación de la muerte misma. La propia risa mecánica que salía de esas traqueas podría inquietar al humano promedio. Todas las guerras hasta las más descabelladas suponen un fin claro esta no era el caso, estos seres sólo vivían para combatir. Por ello no tenía sentido. Esta idea, fue algo que el poder seguía ignorando, el poder no puede entender algo mayor a él, era algo distinto. Algo sobrenatural.

“Hoy se ríen de las bombas” de nosotros, los humanos. Se ríen esa ansía por matar por la cual los hombres buscan dominar. Así cuando cada uno de los cobardes que con armas se enfrentan a lo desconocido caen. Queda todo dicho, esta es la lucha donde los mercenarios se cagan encima. Por algo será, este mundo tan irreal, contiene una suerte de justicia, donde el dinero vale poco. La violencia pura se enfrenta a una suerte de enemigo, el cómodo ejercito industrial. Esas cabezas vacías caen una y otra vez, paridos para morir de la forma más estúpida encuentran su sentido allí. Muriendo contra la cuarta columna. Nada puede pasar sobre ella, esta era la suerte. Jamás visto, milicianos incasables, llenos de sangre y de sol. ¿Por qué dios ha abandonado a los soldados?

La risa esta es la risa divina, una venganza total sobre los poderes de la tierra en forma de poema. El orgullo que no puede conquistar absolutamente nada, volando y deshaciendo al tiempo. Para no ser nada, siendo presa del olvido la única cosa que reina en esa meseta desde hace un siglo. Nadie puede ser reconocido, ni distinguido, este destino es la completa desaparición, la nutrida intuición de la nada. Una suerte de condena, la misma que parece tener por fin una paz. Señores, puede que este sea el relato de una guerra que se cierra sobre sí misma, no dando respuesta alguna. Una guerra sobre la cual no se hace historia, todo son risas. Y llanos, comedia y tragedia, que se hacen contrapunto, dando esa gran arcada de al absurdo. Muchas veces las propias bombas esas que nada parecen provocar desentierran antiguos muertos, volviéndose y otra vez sobre los huesos de otros humanos previos.

Se pasaba este día donde la condena se repetía, la columna cuando el sol se ponía a sus espaldas agrandaba conforme la sombra se extendía. Pudimos ver todos, la realidad. Puños al frente, los soldados no cesan. Las manos enemigas se tapan las caras, era la hora en que la jornada terminaba, los que podrían huir se subían a los vehículos dando la espalda. Hoy las bombas eran motivo de alegría, y de lejos se cantaba, ¡Muerte a los Azules!, pero ¿Quién demonios eran los azules? Los soldados no sabían no tenían idea si ellos eran considerados el enemigo real. Morían contra gente que los ignoraba pero los desintegraba. Así era el sentimiento de pánico frente a estos hombres. Las banderas enemigas eran dejadas ardiendo. Solo querían terminar su trabajo, matar gente. Hoy habían hecho nuevos amigos, más muertos que se sumaban. Y más muertos que se iban. Parecían que rotaban. Nunca acrecentaban su número y nunca lo disminuían. La guerra había durado demasiado. Pero no para mí, yo ya veía algo raro. Esto no era una guerra, era un ajuste de cuentas al fin, el karma volvía. Parecía que años y años de dominio se sentían pesados, no eran los misiles, no eran las bombas, era una voluntad extraña la que les impedía ser de otra manera.

Los puños levantados, los fusiles en la mitad del cuerpo hacia delante. ¡Viva la República! ¿De que demonios hablaban? No tenían idea. No se sabía contra se peleaba realmente parece que los últimos enemigos reales fueron vencidos ahora. Solo era cuestión de sufrir una venganza.

La historia iba a terminar con ellos, solo se tienen los registros de las filmaciones y de los testigos que huyeron. Muchos de ellos dicen que la única manera de librarse de tales demonios es abandonar aquellas tierras de una vez y para siempre. Pero no son escuchados. Nadie que los ha visto esta en el poder, por eso siguen ocupando, y muriendo, día tras día.

Llega la noche, desde lejos, vemos que siguen marchando pero nuestra velocidad es segura. Pensar que los pudimos filmar, y ver y no morimos. Quizás porque no les disparamos, tal vez porque estaban ocupados. Los titulares no muestran estas muertes, pretenden la idea de un enemigo escurridizo y hábil. Así se daba la falsa idea de una victoria posible en esa lucha por la libertad en una tierra de muertos, nada más estéril. Nunca se vio que un pueblo de asesinos, diera la libertad a nadie, por eso, los demonios luchan. No tienen otra cosa que hacen deben darse su libertad. Así son verdaderos, liberadores, tronadores de caos. Verdaderos, justicieros, dando por fin a los imperios. Los cuales se enroscan contra quien sabe que obstáculo.

Hoy se reían de las bombas era su rutina. No hay enemigo contra el que no puedan. Pero aún no se comprende. El caos, triunfa, la mente pierde.     

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