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Maimoselle:

Uno tiene la fuerza del intestino escrita en el destino. Miras, la comida, te duele el estomago, la comida tiene grasa, te la bajas igual. Es parte de lo que haces, bueno eso pasa con la gente cuando busca otra gente. No buscamos gente buena, nos gusta buscar gente jodida, gente que no nos quiere. Personas que pueden hacer de nosotros lo que se les de la gana. La secretaria se estaba vistiendo frente al espejo, se miraba como si pudiese ser su propio objeto, cada detalle en ella era algo, cada pelo, cada botón que no era parte de su cuerpo pero estaba allí. Sumaba y decía, ella era un dibujo lleno de sangre, repleto de ella. Ana, iba tomando color. Su destino era tener al verdadero artista ahora, quería a Ramiro al trastornado y enfermo Ramiro, sí el tarado que nadie notaba. Justamente por ser un tarado, o un simple loco presentaba esos dibujos tan personales, llenos de rarezas esos que le llamaban la atención. Aunque no conociese a la pelirroja sabía que ella había sufrido el mismo procedimiento. Ella ahora parte de una mente ajena que la recordaba centímetro a centímetro.  Una persona que quizás era torpe no sabía acariciar, no sabía coger… pero llamaba la atención. 
Es como oír ladrar a un perro, el ruido te llama la atención. Ramiro era algo así, era una persona que dibujaba cosas que sorprendían quizá porque eran un poco violentas. Era como si tuviera que retorcerse sobre sí mismo para lograrlas. Ana estaba de alguna manera ansiosa de poder retorcerse de esa manera, justamente el pobre engendro ese tenía ese precio, esa cualidad… ese color. Era necesario absorberlo. Claramente Ana era una viuda negra, su mente se balanceaba de un lado para otro. La pregunta era… ¿cómo le gustarían al loco este? No lo sabía aún, creía que no sería difícil. Aunque todo tenía que ser hecho con tacto, el tipo era demasiado paranoico; si se lo tomaba a mal huiría de allí. Un poco de indiferencia, un poco. Pero nunca demasiado, esta gente se retrae fácilmente. ¿La pelirroja? Un obstáculo… ¿podría ser? No lo sabía, después de todo. Ella se miraba ahora como tantas cosas, incluso como arma. Sí como arma, a la mierda con la otra estúpida. ¿Quién sabe de dónde la habrá sacado? Seguramente haría lo que Pablo quisiese que haga eso era una seguridad hoy. Pero se lo tenía que sacar, Pablo por lo menos no era dibujante y mucho menos parecía muy serio en lo que hacía. La manera de ver eso se hizo evidente. Tanto que al final, era una mujer contra un hombre por un hombre si el hombre, no era gay la suerte ya estaba echada. La “otra” podría ser parte de Pablo. No sería una posibilidad que en su poligamia ahora también sea usada para otros fines como ella supo después en su propio caso. Lo importante es saber elegir y querer menos. Era la manera, ella misma, ahora en el espejo de su casa. Se miraba una y otra vez, eso cuesta tiempo valioso para llegar temprano. Pero… ¿a quién le importa llegar temprano? Iba cambiar de vida pronto. Era justo que fuese así. Esa ambición se le había rebelado. Ella iba a hacer lo que quisiese, la beneficencia era cosa del pasado. Porque de alguna manera a ella la veían como un trozo de carne, no se podría fiar, que el culo valía menos que el alma. Eso era molesto para su ego, aunque no tanto para otras cosas. Nunca se vio ejerciendo el poder. En su casa, la mujer era secundaria, era un mueble más, su madre no se hizo valer lo suficiente. Eso era cuestión de tiempo, la hija podría enseñar mucho a la madre.
Hay una suerte de distancia, ella misma se ve ahora, es así, una suerte de imagen que se intenta vender. Ahora ya no es sólo la vanidad, no es sólo estar linda, había que rajar la tierra, Pablo tenía que quedar idiotizado, Ramiro adicto y el resto no tenía mucho que entrometerse. Ana no sabía que estaba entre medio de dos mujeres bastante particulares, los hombres eran un peso menor en esta lucha. Número dos le podría meter una bala en la frente, no es una gran posibilidad, pero si le tocan el orgullo creo que lo haría. La experiencia esta de lado de número dos. Justamente es el oficio de número dos el que quiebra voluntades y lo ha ejercido casi toda su vida, es el carisma versus la técnica. 
Número dos, se ve en el espejo de su baño. La noche anterior fue difícil, esta cubierta de pintura, la cara y el pelo tenía azul. No obstante estaba feliz, su hombre pintaba allí. Otros clientes podrían sentirse sorprendidos por la tela allí pero a número dos le perdonan lo que sea. Esa casa no era para criticar la decoración. En todo caso era un lugar donde la gente olvidaba sus problemas. No obstante número dos quería cuidar a su poyuelo, Pablo era un idiota, un verdadero idiota pero se veía que tenía esa energía que los pintores más salvajes tienen. Su padre, deliraba con Pollock, ella lo recordaba, si habría roto sillas, pensando en que todo estaba perdido. Mantenía diálogos con el artista norteamericano, le reprochaba cosas, se tiraba al piso. Se ponía a tomar whisky. Ella veía esas cosas, ella era pequeña, era una esponja. Los vicios de su padre, la prepararon para ver a la gente como animales, animales que tenían que ser tratados de la manera correcta. Su propio padre era casi una bestia, se podría decir que su madre, lo amaba y le temía en una suerte de intermitencias asombrosas. Le temía al tenerlo cerca, lo amaba cuando no estaba. La madre de número dos justificaba la conducta de su padre, la vida del sufrido era así, supuestamente la madre, había conocido a ese trastornado cuando era como un sol. ¿Un sol? Una bola de fuego que consume las cosas que se le acercan demasiado, creo que no había cambiado nada. Números era el carácter de su padre, la vida era una mierda… ¿y qué? Ella se movía de un lado a otro, sin temer. Pablo le parecía una pobre cosa, un pobre tipo. Ya que lo veía como parte de ese conjunto de hombres que se dejan vencer por las condiciones, la falta de carácter a la hora de hacer las cosas es un rasgo que mucha gente lleva hasta con orgullo. Número se contiene, piensa que ella puede hacer que no sea tan cretino, para brillar, muchas veces hace sólo falta ser reflejo de la luz. Ella era luz, Pablo era el filtro. Se iba a enroscar a él como una serpiente. Una manera de consumirlo como si fuese un cigarrillo. Se metió a bañar para sacarse toda esa costra. Tiro la rompa por ahí abrió la canilla, y el vapor comenzó, llenado de capas el aire, es lo bueno. Número dos no cuida la casa, el techo es negro, es más negro que el alma de un sacerdote. Ella igual lo mira buscando en cada mancha un significado. Tiene la tendencia, a dejar que se empapen los pelos negros. Tiene tendencia a cantar, lo hace bastante bien, contradice la esencia de cantar bajo la ducha, no tortura a sus vecinos. Es lugar es alquilado, una vez cada tanto cae el dueño, y se va suficientemente feliz para nunca subir el alquiler. Tendría que haberse esforzado en sacarle la propiedad pero no quería pagar impuestos. Varias veces se pensó con un viejo, pasando los días como un trofeo y luego heredar pero no era lo de ella. Ella trataba con todo tipo de personas, no le importaba tanto, a menos que fueran violentos, entonces si era capaz de cortarles las pelotas. Mucha violencia vio en su vida. Era una parte de su manera de ser, nadie era suficientemente jodido. Sino que la mataran era simple. No tenía miedo que le metieran un golpe, la vez que lo hicieron se busco uno de los peores tipos que encontró y se vengó. El abusivo apareció muerto y hasta en el noticiero, el titular de asesinato mafioso le dio tranquilidad. Hubiese sido una buena vida siendo la mujer de un mafioso pero un día lo mataron, ese fue en parte el hombre su vida. La trató siempre como una reina y en parte lo era. Esa sensación de poder, la satisface cuando esta sola como en ese momento. Si por algo estaba tranquila era por aquello, nunca temió a la muerte seriamente. Morir junto a un criminal con todo lo que ello imprime tenía su imagen perfecta, llena de balazo como una película de principios de siglo pasado, cuando los ladrones huían por los Estados Unidos.
El revolver ese que tenía era un regalo de ese hombre. Ella amaba ese revolver, era una de las cosas más preciosas que tenía. La otra era un vestido rojo, una cosa demasiado llamativa que usaba poco. Una cosa que le quedaba un poco chica, era una de cuando era más joven pero era demasiado valioso para tirarlo. Era una de las pocas cosas que se había llevado de su casa, parte de su historia. Lo único que la ataba a una casa medianamente lejana en el tiempo. Todo era parte de una vida, no hay tanto espacio para la nostalgia sino se vive en un museo, algún se romperá y habrá que tirarlo. Mientras tanto era una cosa muy bella, muy única. Salió de bañarse y así mojada se fue hasta la cocina sin mediar en secarse, se preparó el desayuno de ese día, medio kilo de café diluido en agua y eso fue todo. Se vistió, salió y pasó el día buscando cosas, entre ellas más colores.
La tercera y no me menos desquiciada era número uno. La cual volvía a sus affaires con mujeres. Sí, una parte de ella se lo prohibía pero cada tanto se enamoraba de alguna. Algunas se resisten a esto, algunas mujeres se horrorizan. Otras no, otras son geniales amantes, amantes discretas. Su amor más fuerte con una mujer fue con una mujer que cruzaba los cincuenta. Era divina, tenía unos ojos tan raros eran grises, sublimes como el tiempo que se va, eran casi una idea de la ciudad, la contaminación. Fue profesora de ella, enseñaba estética, materia a la que nunca se atrevió a faltar pese a lo inusual del horario y lo malo del viaje. Una de las cosas que ella sentía con fuerza es que para bien o para mal no iba a encontrar una mujer así, ella tenía maso menos veinte. Pero ella no podría ver la diferencia de edad, poco le importaba todo su cuerpo estaba implantado en la de su objeto. Parecía que cada año la había tallado, la suerte de que la estaban esperando a ella a número uno. En esa época, usaba un pelo muy corto. Llevaba ropa oscura y se la pasaba bastante bien, la vida era violenta pero deliciosa, vomitaba y al otro día estaba perfecta. Eso es una sinfonía. ¿Quién afina mejor que la resaca? Recordar así editando una y otra vez es un precio barato para la propia vida. Vomitar sin temer. Ella quería llegar a los cincuenta como su profesora. Aunque claro, no sabía que decirle. Ella hacía desmanes por allí, andaba con varios hombres, los cuales luego se peleaban, lo que menos parecía era estar interesada en una profesora. Pero pese a que la ignoraba la mayor parte del tiempo la idea la perseguía, y cada semana era peor. Esta era su manera de vivir, su manera tan poco decorosa. Ella se cagaba en los valores de la familia convencional, su madre se había ido también con una mujer, su otro padre era una bioquímica. Una mujer que le permitió que se pudiera costear esa clase de estudios. El padre, su padre, era un tipo raro, se pasó la vida resentido después del suceso, al final se fue a vivir al sur. Igual la quería, le mandaba mermeladas y cartas.
No paso tiempo para que número uno sólo quisiese a su profesora, no pasaba en la que no se levantase con esa sensación de que le faltaba algo. Era algo bastante incómodo, era una suerte de confesión, se ponía con los ojos abiertos a mirar el techo, entonces veía a su musa. Libre de toda culpa se masturbaba frecuentemente. Al tiempo, dejo a sus chicos, era tiempo de buscar lo que ella quería. La convención molesta, ella siempre resalto era pelirroja como el fuego, igual que su madre. No necesitaba carta de presentación. No obstante, su profesora, no quería nada con ella. Le ponía el desprecio enfrente, ella sabía que era timidez. Su propia madre, hablo del “miedo” de algunas, mujeres que saben que no necesitan eso que dicen que tienen que tener. No les importa, porque la mierda, el machismo y todo eso, se lo pasan directamente por el culo. Número uno, era bastante más impulsiva de joven. Siempre ganaba siguiendo su capricho. Su manera de ser, era esa, tomar y vivir. Saquear, pasarla bien. Es parte de cómo ella, pensaba que los jeans de su profesora era una jaula. Una jaula que tendría que ser dejada atrás. Un día, unos de los pocos antes de que las clases terminaran, ella decidió perseguirla hasta su casa, una vez lejos de todo ese “lugar” donde aprendía. Estaría más cómoda. Su subió al mismo colectivo, la profesora no entendía que pasaba. Para ella su alumna estaba loca, completamente loca. Era unos ojos que tenía clavados todo el tiempo, ella estaba bajo presión ya; quería la cátedra propia, un escándalo con una pendeja podría arruinar todo. Pero… la pendeja era linda. La profesora recocía que la chica era atractiva, lástima esa ropa negra siempre idéntica que le hacía parecer medio estúpida. Ella se vestía con colores siempre claros, como una luz, una suerte de cosa oriental. 
No obstante número uno se prendía fuego, era un mar de sensaciones, necesitaba su presa. Poco importaba que viniera después. ¿Era necesario tanto mareo? Ella no era un personaje de una novelita, sabía que la ilusión tiene que ser sostenida con hechos. No se ama al aire, se ama la carne. Parte de la hipocresía del mundo es querer separar a las personas de sus cuerpos, es un intento vacío de alcanzar absolutamente nada. Ella lo veía así. Así cuando se bajaron la calle las hizo las próximas, caminaban una al lado de la otra, al fin, la profesora abrió la puerta de su casa y la dejó pasar. Se pasaron la noche y la mañana en una suerte de consumo mutuo, sólo que su profesora le veía como una cosa más, número uno estaba trágicamente desesperada. Lo de trágico fue cierto, nunca pudo tolerar su indiferencia. Cuando su profesora la tomó como un asunto superado ella se cayó literalmente al piso, dejó todo. Se fue literalmente a la mierda, creo que había sido demasiado débil. La debilidad se paga en este mundo por ser un gasto innecesario.
De esta manera número uno fue pasando de mano en mano, trataba de esa manera de olvidar. Una cosa bastante común en nuestros días, en vez de caer en esas renuncias insípidas que muchas veces llevan otros. Ella dijo sí a las otras posibilidades. Una mujer como ella volvió al estado de siempre, sus hombres, muchos de ellos imbéciles a sus ojos, la mantenía entretenida. Mientras tanto la familia su antigua familia estaba en la suya, cada uno haciendo su vida, sin tiempo para seguirla mimando como siempre. La infancia de hija única tiene esas cosas. No obstante fue por esa época en que sucesivamente se desprendió de su seguridad, pensó justamente que el mundo la invadía. Ese mundo que no se deja estar a menos que lo tengamos a raya, esta era en sí la experiencia de la orgía autentica que se planteaba frente a ellos, y número uno se cayó del tren. La sensación le duro un buen tiempo, justo por eso encontró a Pablo. Sí fue un suceso, se olvidó en parte de la vida, la “mala vida”, pensaba que era su manera de ser convencional. Su miedo a volver por su mujer amada, su profesora estaba muy presente. Fue de esa manera como se fue recuperando de las heridas pero a la vez fue tomando un miedo cada vez más marcado a lo nuevo. Solo quería estar con Pablo, era la única maderita en el mar de la incertidumbre. Sí era una maderita algo patético para atarse, una manera de no poder mirar para adelante. Ese descanso parcial en su vida, esa forma tan impropia de estar ahí. No sería kunderiano, sería algo que rozaría lo patético. Una excusa más como las que hoy se levantan en medio de razones que apenas podemos entender. En el caos, vamos perdiendo cosas. Un día pueden hacer de nuestro cadáver cualquier cosa, la memoria ajena, nos jode pero no nos define. Número uno lo sabía estar solo es eso. No es una simple escenificación del ego. No es un televisor encendido hasta que nos metemos a dormir. Si fuese eso, sería tan estúpido. Pensar, es molesto. Siempre se supo, ella pensaba demasiado, pensaba tanto por tanto que quiso saber. Una vez se desesperó por el infinito, es decir se puso histérica. Sólo Pablo la calmaba con esas ganas naturales de mentirle, siempre le decía que le importaban en esas cosas cuando en realidad sólo era por sexo. Ella lo sabía pero Pablo sabía oficiar de oyente, por lo menos en el primer tiempo.
 Ahora estaba sin embargo con un extraño y no muy confiable sujeto, Ramiro estaba loco. De eso no cabía duda por lo que ella pudo leer en sus novelas, lo importante ahí no era el estilo, sino que estaba afectado por su propia vida. El odio que llevaba mal resuelto con su familia. Su condición de irresponsable, sus malas relaciones con parejas anteriores, la tendencia absurda hacia el suicidio y el homicidio. El tipo era un megalómano que vivía en un mundo irreal. Por lo tanto sólo quería tener una mujer bajo su mando para pretender mandar a alguien desde ese punto de vista era muy miserable. Por otro lado daba muestras de estar necesitado de mucho afecto. Su vida no había sido fácil, fue segregado muchas veces. De alguna manera se veía como un mono enjaulado. Número uno jugaba con él, lo tenía casi como una mascota. Eso era en parte por esa manera de ser de número uno donde amaba tener el poder. Ella buscaba que si excitase como si de esa manera pudiera ver al desesperado Ramiro. Ese que llegaba siempre, cargando sus penas, sus miserias pero que las dejaba un raro. La verdad, esto lo reconocía numero uno, Ramiro era fiel como un perro. Podría tenerlo para siempre, no sabía si no sería promiscuo, eso sería cuestión de controlarlo, cosa que hasta ahora no era su objetivo. No había intentado por ningún medio hacerse con el botín. Si su manera de ver las cosas era esa, Pablo le había dejado de obsequio al tipo ese. Era un tipo predecible, Pablo era simplemente un vividor, consumía sexo y se iba. No podría decirse que pensase en una mujer más que la tuviese enfrente en cambio Ramiro con sus kilos de escrupulosidad era diferente. Pensaría en ella aunque no quisiese, eso era una cosa que le gustaba porque de alguna manera le facilitaba el control. Un control que permite consumir. Ella no quería dinero, ella quería atención por parte de un desconocido quería un esclavo. Su vida era también una renta que le daba su madre era una heredera, cuando sus madres se fueran de este mundo llegaría su hora. No obstante eso también quitaba el sentido a su vida, nada era demasiado necesario. Pablo fue bastante iluso porque no se dio cuenta que su gran vida podría haber estado con el patrimonio de número uno. Ese día, estaba recordando, nuestra pelirroja, ahí quieta, se iba a preapartar una ensalada. Libre de toda culpa, aspiraba a ser un relato puro. Ella se miraba mucho el culo, pretendía saber que ese culo era su fama. Una persona reducida a un culo no era persona reducida a nada. Los hombres pueden ser muy obsecuentes cuando a caprichos se trata. Parece que tratan de comunicarse con el culo obviando a la persona. Mucho tipo a pie, esta en ese dilema, tan buen culo piensan, saben que no la van a convencer. Entonces sólo queda la paja y la eterna estampa mental de algún culo ilustre. 
Una de ella sin embargo quería esos dibujos, y esas cosas. Así volvía ser en parte quien era. La vida de llorona estúpida fue un lapsus de burguesía, un instante donde quiso ser esposa y madre, lo peor, el hijo de puta (Pablo) no la quiso. Todo era un simple desastre, como quien se quita lo ojos y luego pretende encontrarlos. Pero… ella tenía su juguetito. Eso era infantil. Todos queremos tener nuestro juguete, nuestro simple capricho del ego. Una manera más de entender el amor entre las personas, dos egos que se devoran con engaños de perspectivas opuestas y que se retroalimentan.
Número uno intento varías veces ser vegetariana, al final siempre dejó por el simple hecho que no soportaba la vida esa sin carne, sin grasas. Aunque no comía tanta, pero el simple hecho del capricho, la simple idea, la cual casi la excitaba era suficiente para darse cuenta que dejar la carne seria imposible. Ella igual se veía como una pelotuda un día iba a estar vieja y nadie ya la iba a querer, el culo se cae, los dientes. Su propio pelo iría perdiendo color. Ser anciana sería un horror, la lapida sería absurda: “Pelirroja loca, le gustaba coger y vivir, prefería olvidar, no quiso saborear su final murió colgada”. Su manera de estar entre las cosas no le era molesta, ella solía masturbarse mucho. Casi lo hacia compulsivamente era su vida, su desesperación sin remedio. Sus tardes, sus tardes eran difíciles, salía poco. A veces iba hasta el parque se triaba en el pasto. Soñaba que se lugar era una suerte de paraíso bizarro, donde podría montar desnuda sobre un caballo negro. Pero sabía que esas cosas, eran pasatiempos mentales, llevaba la “Para Ti”. Leía se aburría, muchas veces la hojeaba y la tiraba al tacho. En realidad número uno solía leer novelas de todo tipo, su novela favorita era: “Los miserables” aunque llegó a leer casi de todo, Coelho incluido. Su vida igual era una cosa muy inútil, sus días, todos sus días eran al pedo. Nunca se dedico a nada serio desde hacia años. Tampoco pensaba hacerlo, eso de andar metiéndose a una oficina era al pedo. ¿Trabajar? Eso es torturarse, ella lo decía una y mil veces. 
Uno puede pensar que de alguna manera, número uno se podría haber enamorado de número dos. Es una idea débil ya que no se conocen y sólo están unidas por Pablo, aunque sería factible. Las dos mujeres podrían ser escamas, siempre unidas, brillando en una totalidad que siempre les resultaría gratuita. 
Las tres mujeres estaban en la esencia de ellas mismas, una ambiciosa, la otra dominante y la última hedonista además de un acentuado nihilismo. La secretaria tenía una vida por hacerse, número dos sentía que Pablo era un infeliz justo para hacer lo que ella quería y Número Uno esperaba una catarata de humillaciones y perdidas hasta secar a Ramiro como un árbol para dejarlo tirado por ahí.
Carlos estaba en pleno dilema, su vida era perdida de tiempo. No podría a esta altura soñar una vida con una puta. Una puta que había sido mejor que su esposa a su juicio en todos los sentidos de la palabra porque no lo engañaba. Aunque claro, Negrín estaba pendiente de sus hijos, pensaba que esos pelotudos iban a caer en la droga. Su madre era demasiado liberal, demasiado permisiva, los pendejos entonces, estaban siempre al borde de matarse porque hasta que laborarán (según su juicio) no iban a tener un propósito en la vida. Era jodido, Carlos esperaba que el cigarrillo lo matase. Soñaba con morirse de una vez y que el mundo hiciera con lo que quedaba lo que quisiese. Era su manera de ser irresponsable, igual no quería matar, no quería que dijeran que su camino era el fácil. Su vida a su juicio era una mierda, fácil es ser gerente, ser dueño, ser… rico. Él lo único que tuvo fácil fue darse cuenta que los bienes gananciales en un matrimonio cuestan demasiado caro. Tal vez si hubiese sido matemático, pero la santa mala suerte lo quiso contador. El mismo en el secundario decía que la contabilidad era una tarea para infradotados. Jodido capitalismo ese, estaba siempre hasta las manos. La única mujer que le abría las puertas cuando hacía frío y poca plata era su madre. Una madre que trataba de mantener a flote un hijo que tenia aspecto de Titanic o de hospital público, el destino lo había cargado de abatimiento. Pero así cada tanto cenaba acompañado. El día que la vieja partiera todo iba ser muy duro, eso lo tenía casi memorizado. Amar a la madre como Edipo, patrañas, el quiso meterse en cada culo y agujero que encontró. Su juventud intentó ser turbulenta. Su viejo un día casi lo mata a trompadas, así Carlos Negrín se incorporaba al sistema. Ya tenía las bolas rotas cuando cruzaba los veinticinco. Recordaba a las pendejas de la secundaria esas que chupaban tan bien la pija. Todo era tan distinto hoy. Estaba viejo, acercándose a los cincuenta. Maldecir era su meta, era un radical, un signo negativo en el cielo de Buenos Aires.
Carlos sabía que Pablo era tan idiota que hasta podría ser un artista medianamente útil. Pablo era muestra de snobismo, o lo sería. El desgraciado tenía a Ana atrás, creo que Carlos cambiaba una semana de su vida por meterse con alguien como Ana. Una persona que el consideraba carne fresca. “Carne fresca” una idea que le venía cuando encontró a su propia hija en plena felación con su primo. Pensar que él iba a buscar un libro. Los desgraciados ¿no pudieron cerrar la puerta? No; eran tan impunes. Recordaba que sacó al tarado ese de su casa más que nada porque estaba enojado. Su hija como siempre hizo una escena histérica, la madre la razón le dió. El se fue a la mierda unas horas y esperó que las cosas mejorasen. Su otro hijo era un barra, lo malo no era que le faltasen huevos, lo malo era que pensaban que lo iban a matar porque eran medio pelotudo. Sus hijos eran una trolita y un violento. Él no los iba a cambiar, pese a todo los quería, los dos lo ponían orgulloso. Su hija era capaz de cogerse al Papa ¿y qué? Su hijo era un personaje que daba su vida domingo a domingo con tal de mantener el honor en alto.
¿Cómo pudo ser todo es posible? Carlos nunca tuvo la menor idea, el se paso trabajando casi siempre, más de diez horas al día para poner todas la demanda de la yegua en la casa. Hasta la casa de la costa, si habría trabajado como infeliz para que esa casa la usara  más el amante que él, lo peor todavía la andaba pagando. Carlos tenía aguante, sus pelotas eran casi un cenicero. Tendría que haberle roto todo a su mujer, la frase que no entregaba el culo, a él no le entregaba el culo. Es decir, la rabia de Carlos era inmensa. También eran sus ganas de fingir que ninguna de aquellas cosas era real. Esperaba ser absuelto por un ángel. La manera en que sus años pasaron no fue gusta, iba a amargar el pasto de su propia tumba. Sería un NN como siguiera así. Clarín iba a seguir y el se iba a caer seco. La única terapia (que se podía pagar era la de un choripán en la costanera) el fresquito del río y el olor a grasa. ¡Que placer! Una cosa barata en medio de la urbe. Dios estaba del lado de los populares, Perón no sería, porque él era radical y le importaba ya todo un carajo. Era Yrigoyen, si el gran Yrigoyen.
No iba bien con lo de la persecución de esa mujer, número uno, ni siquiera la había buscado. La verdad que  Ramiro era más triste que él, iba ser un cornudo que quería saber cuan cornudo iba a ser. Un infeliz previsor no como él, un pelotudo ilustre laburador. Acá no se trataba simplemente del optimismo conformista que a nadie llena. Se buscaba otra cosa, libertad. Eso hacer lo que quisiese, era ridículo, por lo tanto era un sueño. Este mundo desea la libertad, la sueña y la sueña en vano. Dándose cuenta que al final, para terminar mal mejor cagarse en el otro.

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