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39-El paseo:

Este no es un mundo que mire, no es un mundo que pierda el tiempo. Acá se supone que la gente tiene cosas que hacer. Yo por mi parte, tengo tiempo. En parte me resisto al trabajo para gastar plata, es la virtud del mantenido. Pasear, o sea ir caminando mirando alrededor todo lo que pasa con tiempo para ponerle atención a cosas irrelevantes es algo que me divierte.

Uno puede decir, ¿para qué? Nunca se vuelve a cruzar a esa gente que ocasionalmente podría ver. ¿Tiene sentido ir en busca de esos fantasmas? O tal vez ¿instantáneas? Yo creo que sí. No siempre se tendrá el privilegio de hacerlo, solo unos pocos parias, esos que se cagan de calor bajo el rayo del sol. Los que cruzan la ciudad en plena luz, solo esos ven. La gente se muestra fastidiada por el calor, las personas siempre están molestas. Lo mejor, cuando uno mira a un desconocido preferentemente a los ojos se molesta mucho más. Ellos tienen que ser respetados, nada de andar viendo quienes son, ellos tienen derecho a no aparecer. Tienen ese sentido impune porque la calle “no es de alguien”. Aunque él que mira se adueña de la calle, eso implica cosas, la gente tiene que soportar que la miren. Un recorrido de diez cuadras puede ser todo un acontecimiento. Llega el punto que se mira cualquier cosa, la disposición de la basura, la gente que se repite. Hay veces que uno sabe que algunas cosas pasan, muchos conocidos de uno pasan donde uno pasea. Igual la calle parece ser el hogar de pocos, todos lo que tienen por espacio a la calle; tienen una mirada distinta; parece mucho menos tensa que la de los otros que se meten de un edificio a otro a toda velocidad.

Sí. Intuyo que la gente esta en otras cosas, algunas de ellas llevan su música a todo volumen. Conozco una sola persona que parece un hada, vive completamente en las nubes pese a que siempre lleva prisa. No importa el porque de lo que digo, algunos pretenden que esto sea la cachetada. Puede que nunca se concrete. La versatilidad es limitada, la fuerza poca. Uno se cansa, ¿saben? Pero no deja de mirar, sino la vida es gris, es una mierda. Fundamentalmente eso, hay que inventar algo que observar, casi es el recorrido de una maquina, entonces se mira el cielo. Se mira por encima del cielo, se puede percibir un cielo diferente cada día. Uno dice, ¿esta pija vale algo?, la verdad no, no vale nada es gratis, demasiado se nota el mal gusto. No vemos otra cosa que esas nubes, o la ausencia de ellas. Nunca se puede tener por bueno a un boludo que hable de nubes, sepan disculpar. Lo importante es rescatar el hecho de pasear. ¿Existe algo malo en ello? ¿Hay una suerte de maldición que no nos deja mirar más allá de la punta de la nariz? Nunca lo sabré. La idea es obviar la megalomanía propia de quien se piensa sublime por perfeccionista…. un “pensador”, puede que haya otras cosas, existencias fugaces, luces que cambian. No es una muestra de una sutileza sino por el contrario algo cotidiano, tan obvio que no lo vemos. Mil veces pasan del rojo al verde, casi ya no tiene sentido y casi siempre lo hacen. De esto, solo de esto se trata el pasear, y contar lo que se ve en parte arruina el hecho. Uno puede disfrutar en algo de esta ciudad que va desapareciendo para convertirse en una serie de cosas sin nombre, en una especie de “gran local”. El Shopping mata a la ciudad, la pequeña ciudad burguesa es el Shopping, allí todo es falso, las calles, la ventilación lo prediseñado allí impera. Por otra parte, los lugares a los que todos acceden es decir a los destinos truncos de las calles, son aquello donde todos somos iguales. Lindos y feos son presa de la calle con sus juicios. Los lindos victimas de su poder son reducidos a objetos, la vanidad se les cae al suelo. Los feos, presa de su propio dolor son señalados. Ese lugar donde las cosas existen sin que se las pida es uno estado donde aún cuando no se los cerca los destinos se cruzan misteriosamente.

Este detalle hay que tenerlo en cuenta, recorriendo se ve que fatalmente todos están en la misma. Una suerte de distancia se toma, uno puede pensar mejor, incluso finge ser otro, uno que mira. Ser el ojo, el ojo con patas tiene su precio, no poder obviar la pregunta ¿nosotros? ¿Estamos de paso? ¿Vivimos un poco allí? Si hemos de hacer mil veces las mismas cuadras, estas ¿no son como parte de nuestra casa? La gente no se siente ciudadana porque ya no disfruta de su ciudad, no se pregunta por las cosas que están afuera. No puede pensar en el fin de todo, no le interesa, el burgués tiene su casa, tiene el televisor. Allí mira, lo que no esta sus pies, sólo aquello podría ser mierda (de perro) o pobreza tiene que ser dejada. El no mirar, es decir, ¡Amén!

Los que miran, esos que tienen tiempo para fijarse parecen que se encuentran en medio de una tierra donde la gente huye de sí misma. Sí eso es divertido, consumir ficciones para no vivir lo real. Extraño, una droga mental, una suerte de deliberación que se hace en vano. La crónica de lo barrial, de la cuadra, de los malvones, todo eso queda inadvertido para el nuevo publico ese que se tiene por bueno en otros lugares. El escritor sigue al publico se le mete en la casa, le revuelve la conciencia porque parece que el público no quiere otra cosa. La suerte de ambos parece incierta.

Hay que pasear más y navegar menos, aunque claro esto me resulta a mí incluso muy difícil.     

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