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Lucia (a través del sentido hepático):

La luna sobre las cabezas de las gentes, la impresión del astro que aplasta. Entonces en la potencia del contraste crece día a día, nuestra pena y desgracia. El licor que nos atonta es el que nos hace sonreír conociendo la estupidez. Para qué luchásemos; para resistir, sólo pretendemos eso. La potencia de la noche es suficiente, las palabras salen como si sangrarán y profundamente prohibidas profundadamente divertidas surgen.

¿Obsesión? Claro sí. Tenemos por meta que las perlas de sus ojos nos perforen, queremos que nos dé la dosis justa. Atentos por el veneno, nos hemos hecho sus clientes. Verdaderos y santos clientes, ahora son las otras y Ella. Como si el mundo tuviera una antinomia entre todas las mujeres, cual si fuera el fin de toda la vida, cual si fuera la sincera maledicencia. Si queremos verla hasta en el entierro queremos irnos cubiertos.

Si forma los cuatro puntos cardinales, si es las armas de las potencias desatadas. Pone los cadáveres en poses extraordinarias. Ella es la electricidad genuina, queremos su sincera frialdad para con las cosas que oculta la verdadera y cruenta pasión. Queremos que sus uñas nos vayan borrando los recuerdos, queremos ser incautos. Viendo el peso de la luna y una mujer que le hace sombra. Una mujer que se impone sobre el mar y la noche. Una parca perfecta, una parca delineada, estilizada… profunda. Una verdadera muerte, no un pretexto que cae por debilidad sino el orgasmo sensorial. Vivir al punto de querer que nuestros cerebros revienten cual si fueran éxtasis de santos.

Profundamente contenidos en el tiempo, esperar con ella no es esperar, es simplemente quedarse pensado. Vivir una vida sin peso, una vida llena de contradicción propia de un mortal que no puede terminar de ser fiel, un hombre infeliz y a la vez devoto que amaría los pies que provienen del petróleo, los sentidos de sus graves burbujas. Sabemos que su fidelidad está en su brillo y que aunque haga lo quiera no limita su puntas sino que se expande cual si fuera una bomba, una delicada bomba, luz que cega, divinidad. ¿Puedo estar loco? Si puedo estarlo pido que arranque mi cabeza y que se la lleve. Ella que acompañe de la manera más simple sus pasos, cuelgue débil de un cable y de su cuerpo. Para así verla en la pura dependencia. Que Ella nos lleve a todos los devotos a las puertas del infierno que todos los rojos contrasten con sus negros. Que el azufre le dore la piel que la llene de hollín y que sus ojos brillen por la fuerza que contienen. Eso queremos, ser arrastrados por la más infame pasión asesina. Debilitados hasta el límite, reventados y estallados. Queremos poner nuestras sonrisas a las desgracias queremos que la luna se hunda en el mar. Queremos que ella nos hunda, queremos que nos lleve a un lugar sin retorno. Entendemos que los otros nombres deberían perder el sentido, suponemos que eso no importa, entendemos la negación de todas las otras instancias. Sentimos una melancolía incompleta, una suerte de maldición, sólo ella puede eso. Su mirada nos pone en una distancia que puede ser enorme, ella nos puede consumir sin quererlo, abatirnos por accidente y supongo que ya somos más que dos, los que pretendemos decir lo mismo. No creo ser el más afortunado en la suerte, pero si creo que ser uno de los afortunados en las experiencias, mi decir tiene esa consistencia propia de quien es obsesivo. Ese que recalca el mismo punto hasta que la gente ya no sabe de lo que habla. Lucia misterio, misterio en mis palabras y mi mente impronunciable sin otra cosa que adjetivos. Limpia, terminada, pulida. Regulada, llena de una economía que haría que lo demás se ajustase. Es la ley la gravedad, la expresión tiene la sentencia. Es el frío por al piel que nos sobrecoge, es la última de todas las instancias.  

Tenemos deseos, deseos propios de las libertades que nuestras mentes nos dan. Deseamos queremos escalar, una y otra vez. Percibimos que nuestros cuerpos conspiran contra nosotros, recordándonos el hambre y la sed. Pero incluso sin ojos, podemos tener la guía la voz. Queremos que nuestros sentidos se unan a ella queremos ser sus aprendices sus herramientas, queremos desangrarnos de a poco ir nutriendo su propia forma. Queremos que nuestros ojos estén en ella y que nos dejen volver a ver el mundo desde un lugar de privilegio, parpadear con sus palabras. Necesitamos que nos narre el detalle, ese sentido tan único y necesario. Deseamos que nos perfore la nuca y así nos hundirá los ojos hacia nosotros mismos para tratar de dar razones a las necesidades a la esencia de la vida y de las cosas. 

Propio de ese canibalismo obsesivo de la belleza es el capricho el que la perfecciona si su voluntad lo dice, ¡existe! No existe dios que nos ponga en mejor sentido. Ella nos tiene que quitar de nuestros cerebros todas las debilidades probando nuestros delitos y arrancando, descartando nuestros cráneos para dejar que las palabras sean libres. Estas son al fin producto de lo que ella hace en la gente y no lo que la gente hace de ellas. Nuestras manos agujeradas, nuestras sonrisas desesperantes sólo piden verla, y verla, y verla. La noche de Dalí, la luna de Cataluña entera, el desierto que se funde en la plata derretida. La sangre como una línea roja que semeja un río, un río delgado, un perfil algo que nos llena de de un disfrute tinto, cual si todo se derramara incisamente cayendo de un lugar otro, tiñendo y tiñendo. Ella al fin podría desquiciarnos, haciéndose omnipresente. 

Una serie de hambrientos seguidores, en medio de la llanura pretenden seguir su camino ya sea en el cemento o el metal, ya sea debajo de la tierra. Si en el fondo deseamos que nos arranque la columna. Al fin, libres de toda señal ajena, depurados de todas las dudas pondremos nuestra mente a trabajar entre ella y todo lo demás. Ingenuidad propia del adicto el cual no sabe que su cadena es su deseo. Sentimiento de los cuervos, volamos desde lejos, sólo la luna, nosotros, el desierto y la carencia. Queremos que deje ser un fantasma despiadado que quiebre la tierra y que nos siembre. Retorcidos fijos, clavados en la tierra que fue su camino seremos historias en el tiempo para decir que la conocimos. Desmembramientos simbólicos, rejuntes, bochornos, molestias, falsas pretensiones imperiales. Le dejamos que ella sea la impronta, el brillo, la escena.

Ante nosotros que nos devore nos consume la posibilidad que sea eterna en nuestro sacrificio. Ella en su manera en su manera de absorbernos nos destruye. Nos supera, nos invade, nos deja sueltos, libres de toda convención. Alrededor de ella los objetos están en cero, absolutos. Cual si tuviéramos ya la bala en el cerebro. Si las otras personas, limitadas mujeres, se las asocian con la luz y con la calma yo asociaría a esta con la tormenta con la fuerza primitiva que no se repliega con la imposición. Ella nos hace parecer santos torturados cuando en realidad sólo pedimos más de ella, siempre un poco más, no importa qué. Consumo, consumo, consumo. Las imágenes que entonces abren nuestro apetito. Las imágenes sinceras, la carencia de la redención, la verdadera naturaleza nuestra, un cuerpo débil y un deseo enorme que la masacraría sólo para besar cada molécula de su persona. Lo peor que tengo ella me lo pide, lo peor de peor. Mi jactancia, mi verdadero y asqueroso orgullo ante la pieza que tiene firma (no le podemos dar cuenta al azar en que la poesía y biología parecen trenzarse sin otro sentido que molestarnos y así podernos despertar).

 La única gran pieza que tiene todo lo que se necesita, obra total. Muertos cuando se aburra, vivos cuando nos quiera. Tenemos hambre y sed, necesitamos consumir su atención cual si fuéramos espectros. Dudan todos, dudan se consumen en parte en la duda de saber si en realidad tienen algo de ella, o si ella es parte de aquello que no se puede tener. El odio de los perros que siguen es inmenso y pensar que este sólo escribe y otros quien sabe que hacen, tal vez algunos queden arruinados de por vida. Simplemente se preguntarán por el misterio de haberla visto, preguntarán si la vida es sueño o es tragedia, a ellos los compadecemos, nosotros los perros fieles.

Las botellas vacías recuerdan a Lucia, tienen ese sentido de búsqueda en la siguiente, morir en plena búsqueda no sería en vano. Un hombre hartado en alcohol en las últimas de las últimas sería en ese caso un pobre hombre, aún necesitaría una copa más. La última de las últimas, la que lleva a la inmortalidad. No queremos que nos quiera, sólo pretendemos su regazo y que nos ahogue si eso gusta. Soñamos ser decadentes, soñamos atardecer al lado, ver el rojo unirse a lo negro en un grito de libertad que se rebela contra el tedio insignificante de la convención. Pretendemos que nos llene ese vacío eso que hará que sus perros no ladren de noche, duros y resentidos a su puerta.

 Lo que no quiero y no quiero en ninguna de mis formas que me olvide qué nos olvide, que no olvide a ninguno de aquellos que ahora saben y sabrán de su existencia. Hemos sido estafados por la vida que nos promete cosas que son bastante imposible, hemos sido engañados por una poesía que nos hace débiles cuando nos pretende únicos. Somos en suma mortales ansiosos de morir pero no morir en cualquier lugar, no morir en cualquier circunstancia esperamos que ella nos visite en la forma que le plazca, en el signo que se antoje pero que su ausencia no se note. Su acción, su estar, su permanecer, nos quitará el aliento de una vez. Doblados sobre nosotros mismos, rendidos, no es otra cosa que el consumo lo que necesitamos.

Ante la fría luz del astro, ella ¡Reina!    

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