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Al tacho de basura:

Llega el momento en la vida donde uno parece que ya hizo las jugadas más iniciales en las cuales los riesgos son bajos. Terminada esa etapa sólo queda indagar por el resto de las cosas que medianamente pueden interesarnos. Porque ya sabemos que manual para vivir no existe, simplemente consideramos que toda la basura tragada es un aliciente profundamente interesante. 
Una mezcla que tiende a emparentar con la improvisación del jazz. Una imagen escurridiza frente al ruido del tráfico. Porque la vida para algunas personas es escurridiza. Carlos que se hacía amigo de número uno, la amaba a su manera llenaba el propio vacío de ser un infeliz y además del hecho de estar sólo. Cuando uno sólo tiene cuentas por pagar el trabajo es la suerte hada madrina. ¿Todo se resuelve allí? Fundamentalmente no, todo lo contrario a la visión de Carlos, todo esta lleno de la lógica del billete. Todo lo que no da billetes es amateur, o es un hobbie, amar es un hobbie, no hay un comercio por eso la gente no lo hace del todo bien. Podemos comprar muchas cosas pero esa cosa supuestamente espontánea, el atontamiento no lo podemos comprar, no podemos siquiera soñar que somos la droga de los otros. Esa es la imagen de la tarde en la cual se abandono ya gran parte de lo que se tenía abandonar es decir, el trabajo, la parte que queda antes de cerrar los ojos en alguna parte es la gratuita o personal.
Carlos esperaba que por lo menos un día, que en el desgraciado día en que fue parido al menos su hija la que años atrás no se podía despegar de él lo llamase. Pero eso no pasó, y así pasaron dos días más, Carlos le daba a su hija una buena dosis de tiempo para que recordará. Nada. Su casa, sin teléfono pero en la casa de su propia madre, la cual de hecho cada día estaba más aislada del mundo, no había ni un mensaje. Eso era Carlos Negrín, un tacho de basura, un buen recipiente de mierda que ayudaba a que no anduviera dando vueltas por el espacio. Después lo acusaban de aislamiento, ¿sería que no tenía un esófago más grande para seguir tragando mierda? Eso no se sabe. La desilusión, la manera en que no podría confiar en nadie. Bueno, eso pasaba con la gente que lo rodeaba, era evidente casi imposible obviarlo, él no era un burgués que se estaba preguntando por el significado último de la vida mientras se tiraba en un cómodo sillón. Eso hubiese sido genial, él Carlos Negrín con una segunda mujer, veinte años más joven eso es casi obvio, siendo jefe, con unos hijos igual de descarriados que los que tiene, llegaría se tiraría y pensaría en lo terrible de la vida. Esa era una queja feliz, pero eso ni por puta, eso ni por puta es creíble, en París tal vez. Acá en la Buenos Aires de los indigentes es más probable que conozca un buen cáncer de próstata a un sillón medianamente decente. Claro que si esto se percibe todo se arruina, Roberto Arlt fue nuestro gran santo. Nuestro santo que se puso a mirar desde el cielo de Villa Lugano tal vez, la vida de su tiempo. En su tiempo había putas, y proxenetas como hoy, en su tiempo había historias siniestras detrás de sonrisas como hoy. Lo que no se si había es esta suerte de culto a la gratuita manera de desperdiciar. Carlos Negrín, con las pelotas llenas, una madre que no le va a contestar pero que ya acostó decide que es hora de irse de su propia casa. Después de todo, esas paredes pueden hacerle ver más arcadas que alivio. Es probable que cómo que siga así la pierda, es decir, ve el fracaso de una casa hipotecada en su propia frente.
Se va, deja su fracaso. Se va buscar la vida que no debería tener, su “aventura” pero no porque se aburrió de su mujer lo cual sería mucho más divertido para él, ya que el estaría cagando a alguien, sino porque su vida es una suerte de infierno y no se piensa matar. O sea la va seguir como quien está preso de un fanatismo absurdo; en su caso el fanatismo le dice que tiene que vivir de cualquier manera. Cuando su antigua mujer decía que era un hijo de puta él se entrecortaba quería decir, “¡no lo soy lo suficiente pedazo de mierda!” Pero la mala educación es parte de su vida privada, se reprimió bastante en su vida de mandar al carajo a la gente. Esta es la suerte que le toca, apaga la luz y cierra la puerta. Ese mismo día, su propia madre se va a morir dormida. Carlos dirá días después, “Por lo menos pudo dormir”. De manera Carlos se fue a ver a Número Uno. Esta estaba como siempre ansiosa porque no sabía que hacer. Es más se ponía loca y arrojaba los libros contra las paredes. Estaba ciertamente desquiciada para el momento que quería evitar ponerse a ver televisión como cualquier mortal. Ella no era como lo demás, eso le valía. Le valía tanto como ponerse en pelotas en la Nueve de Julio pero era tímida (para esas cosas). “Una desgraciada puta reseca”, ella se decía eso cuando se veía en el espejo, siempre después de una importante resaca por medio de la cual se justificaba para maltratar al mundo. Ama de casa, ¿ella? Jamás. 
Los grandes, jamás viven así. Era mejor tirar los libros contra la pared, algunas veces, nada era más terapéutico que tirar la Divina Comedia por el aire.  “Dante vuela al fin”- eso la hacía reír. Era una pelotudez sobre intelectualizada, eso suele pasar en la gente que lee demasiado. No pueden tirarse un pedo sin pensar en el metano. Eso era lo que le pasaba, había recalentado los fideos del mediodía. Los mismos fideos, pero bueno eran fideos, a ella le gustaban. Cuando se ponía a pensar que su día fue mirar vidrieras, cocinar unos fideos, tirar libros, leer pedazos, pudrirse y volverlos a tirar, se dio cuenta que su día era inútil. Ella no actuaba como un ama de casa, ella era la persona que hacia lo que se le cantaba el culo. Sin embargo era demasiado eso para ella, era como que su capricho se sofisticaba demasiado. Su sobreactuación era desmedida porque era la manera en que ella lograba pasar el tiempo. En ese momento donde estaba con medio fideo comido, cae el viejo de la otra vez. Número uno mira a través de su puerta, mira y duda, es el mismo viejo, cree que sí hasta lleva el mismo traje el cual difícilmente haya lavado. La abre la puerta sin dudarlo era una visita.
Cuando los humanos se encuentran a diferencia de los perros no se huelen los culos, eso es un hecho rescatable. Muchos hombres sí cuando se encuentran con una mujer le miran el culo, es decir, no se alejan tanto de los perros. Existen los ciegos, es decir, quise decir muchos para abusar de “todos”, para sofisticar la narración.
Número uno pone la mejor cara que tiene, entre sus caras cree que la mejor es la sonriente pero sin exagerar, una sonrisa moderada. Una sonrisa de que no se ríe de la desgracia ajena. Justamente Negrín no quería que se rieran de él, aunque de hecho podrían hacerlo fácilmente. Eso ya quedaba por fuera de la discusión, la búsqueda de la dignidad en este mundo es una genuina quimera. Por algo ellos garchaban en parte nadie se ponía a analizar lo bueno o lo malo, era simple mecánica. Esto era lo fundamentalmente bueno para Carlos. Como una suerte de Ruleta Rusa, Pablo fue moviéndose y de esa manera en el azar, Carlos llegó hasta allí. Es decir caos y una subsiguiente libre asociación. Cosas que permitían poner cualquier cosa en cualquier lugar. No obstante la pelirroja era un buen bocado para un tipo como él en su momento previo a la bancarrota. Todavía en su creencia de que eso no podría ser gratis se sentía mal pero a la vez bien, era su manera de ser feliz, sentía que no se merecía del todo lo que le pasaba pero en ese caso, no tenía ningún perjuicio extra. 
De alguna manera cada ser cuenta sus historias, este caso lo reducido del repertorio del contenido y la temática es parte de la desesperación de Negrín. Un tipo que tiene erecciones y busca resolverlas, eso escandalizaría a un público y a otro lo sorprendería.
Lo malo es tener que vivir así, sabe que en el fondo es lo que se llama irrelevancia lo que invade su vida. No tiene un mundo que lo espere. Número uno le pone en frente lo minúsculo del resto del almuerzo. Una comida casera después de años era casi perfecta. No era la formula de la felicidad, el mundo que era una mierda no salvaba  a la personas son unos simples fideos. La última cena era tal vez la imagen requerida, necesitaba once condenados de su misma edad e historia. Tal vez ahí sí, la suerte lo acompañaría. Por nuestra parte hay que entregarse a otras cosas. Pensar que al final cada uno vive a su manera. Las historias de unos pueden ser el repudio de otros. El Carlos Negrín podría hacer un gran libro letrina. Un verdadero dispensador de mierda. Su vida era todo un suceso. Esa noche pasada soñó con una de las chicas que conoció en la secundaria, el estaba en una playa, con calor, sólo al pedo, viejo, chivado. Caminaba por allí como desorientado. De repente ve a esa joven mujer que nunca más vio con una rubia desconocida, se besaban apasionadamente. Se besaban una y otra vez, al tiempo le levanto. Feliz, su mente imaginaba que esa mina había terminado lesbiana. Eso no tenía sentido, pero su vida tampoco. Le contó este sueño a número uno, ella miraba sin saber que decir, la mayoría de los personajes que con lo que se cruzaba no querían hablar demasiado. Esto era raro, pero decidió hablar. 
Ella le contó otro sueño. En este estaba desnuda, iba en un triciclo por un camino bien oscuro. Un árbol enorme aparecía al rato, en el árbol su padre, este tenía un cartel que decía: “No te quiero”  Número uno se sintió bastante mal con este sueño. Pensaba que ahora la iban a tomar de pelotuda. No fue así, Carlos en todo caso fue a la cocina, vio fernet, se sirvió un vaso y se lo tomo puro. Puso el cráneo contra la mesa, él no era el gran personaje. Era lo contrario, era una basura. Una basura sin ideas. Mucho público podría condenarlo. Pero por suerte para él no tenía espectadores, se podría tirar un pedo, podría mearse encima, nadie más que número uno lo iba a saber. Esta era la virtud de su existencia, a menos que lo expusieran en la crueldad de un reality estaba al salvo. Podría ser molesto para algunos, Carlos no era Harry Potter, vos veías su vida y salías corriendo. Carlos era un pretendiente, un pretendiente a ser recordado. Número uno tenía la cara de no saber nada, es decir la cara de idiota. Por momentos ella daba señas no saber qué demonios hacer. Sus madres, no le prestaban tanta atención, su padre, no sabemos que había pasado. (El padre de número uno muere ahogado en un lago después de un accidente, ella se enterará por su madre biológica de esto y se deprimirá muchísimo) En esos momentos, ella pensaba que haría un ama de casa una esposa regular, ¿Qué haría el estereotipo? La verdad que no le importaba, fue a buscar coca-cola y se puso a tomar también. Era como sus tiempos con Pablo sólo que esta vez, todo tenía más peso. Número uno preguntó: ¿El trabajo bien? Carlos- “Demasiado bien para alguien que no quería ser contador pero se metió a eso sin tener idea y que odia cada día que se va a meter a perder su existencia en una oficina.” La verdad era esa, a diferencia de Ramiro, Carlos no negaba su vida, el laburaba y eso era todo. Ella no se veía como mujer de un contador, pese a que Pablo era un empleado pero Pablo hacía las veces de Dandy, pose que apenas podía sostener. Número uno veía a Carlos como ese tipo que se ponía a ver los partidos los domingos. Entendió que eso era todo, una cuestión. La vida real tenía forma de Carlos Negrín. 
Como idea, era molesta, ella quien era, una mujer cualquiera. Una proletaria, detestaba la idea. Ella no era eso, ella siempre pensó que iba vivir lejos incluso de Argentina. Ella estaba signada por la desilusión. Número uno le preguntó como mierda se podría vivir así con tanta desgracia enfrente. Carlos, tomó su tiempo, respiro profundamente. Le dio a entender que si uno es responsable una vez que tiene un hijo tiene que agarrar cualquier cosa. Eso fue lo que había pasado a él. Si era una historia, costumbrista, novela grasa de televisión pero era así. Carlos era un tipo que elegía de lo que había. Sólo ahora estaba frente a una mina joven que le venía a romper las pelotas con esas preguntas, cuestiones que ya eran irreversibles. Carlos deliró a causa de su cansancio y el alcohol, dijo: “Mira taradita, un día la gente como nosotros, va ser el gran tema”. Número uno, ahora le decían taradita. Ella se tomo a risa, creo que el jovato se creía autoridad moral. Algunos hombres están con una mujer y creen que la conocen, hay gente que es idiota incluso cuando envejece. No obstante tal vez le recordaba a su padre otro tipo que fue derrotado, cuando su madre se fue. En esa casa, nadie pensaba que justamente fuese el padre la clave de la cuestión. Había una suerte de corte, ella con su padre no se conocían ya tanto como antes. Carlos se podría morir allí, tal cual su padre se podría haber muerto en el sur. No había otra cosa que esa idea de distancia, ella era muy pedante, muy superficial y por lo tanto dependiente. Sin Ramiro era una pelotuda más a secas, Pablo se lo demostraba. Cuando se pusiera vieja iba a terminar como el culo. La idea de ver a ese tipo era molesta. Lo peor creía que se iba a quedar dormido sentado, no iba a pasar nada. Era terrible. Sólo fue a comer, triste imagen. No obstante número uno no pensaba despertarlo. Tal vez, era su humanidad. Se puso a pensar si tenía helado de chocolate, en su cuarto tenía una tele, podría ver una película asistida por el antidepresivo menos letal que el hombre produce.
Es verdad, era una especie de alojamiento su casa, ahora tenía al viejo ese. Se fue, busco el helado se fue a ver la película. Ella siempre con el morbo a flor de piel pensaba que el viejo degenerado iba a ir por más. Lo peor de todo era un viernes a la noche, ¿Qué hacía un viernes a la noche ella sin salir? No sabía la vida era insulsa. Pero bueno se fue al cuarto. Carlos efectivamente dormía.
Ramiro por otra parte fue convencido por la secretaria que tenía que estar con ella. Ana le dijo que tenía miedo de estar sola en su casa. El grado de idiotez de la afirmación era terrible pero Ramiro accedió. Ramiro dejó a su supuesto fetiche ilusorio a la suerte. Tenía cosas que hacer se sentía culpable por los incidentes con los dibujos. Nada peor en este mundo que un hombre que se piensa pecador. Allí estaba Ramiro en su casa ajena, su nueva casa. Su casa temporaria. Allí lo trataron demasiado bien, esa persona que parecía decir estar aterrorizada, diligentemente se puso a hacer una cena bastante elaborada. Ramiro en su reconcentración sólo se quedo mirando cada detalle de la casa, cada centímetro cuadrado. Esto era una cosa que no había hecho en la anterior oportunidad. Esperaba saber más cosas de Ana. Era evidente que era limpia y ambiciosa, era también claro que tenia interés por el arte. La cantidad de libros en la biblioteca la delataban. No obstante ni siquiera dispuso agarrarse uno para mirar. Él estaba esperando que la mujer hiciera un gran escándalo. Aunque nada pasaba y la mujer era servicial, llegó el momento donde optó por seguir en eso. Esperar, cosa para la que casi había nacido. Pese a que los humanos no tienen redención a veces disfrutan del azar. El en un silla, era el invitado ese día, ese dí ano tenía que ser un sorete más. Su romance con número uno se había arruinado en gran parte, eso lo angustiaba, tal vez a los ojos de cualquiera, era demasiado sensible demasiado para el gusto de la mayoría. Pero así vivía, eso era Ramiro. Insufrible. El olor a la comida era bueno, hacía que estomago se abriera casi respirase. Muchas veces Ramiro soñó con que lo tuvieran en cuneta en tal alto grado pero porque ya había renunciado a esta idea ahora sólo la veía, no la deseaba. Simplemente Ramiro era mediocre, era carente de espontaneidad. Menos claro cuando creía que defendía alguna de sus ideas, o sus dibujos. Pero fuera de eso, era una momia. Una momia sin otra cosa que hacer, era un esperpento, una cosa que aburriría a la gente que usa a los libros como píldoras para imaginar aventuras que no van a tener. No se puede vender bien Ramiro. Creo que hasta su olor a chivo, su falta de sentido de la disciplina todo eso lo hace un antihéroe fuerte.
Al tiempo le ponían un plato adelante, de naturaleza casi salvaje, Ramiro comió todo a gran velocidad sin dejarse respirar más que segundos. Ana lo miraba como lo que era, una especie en extinción, un idiota. Aunque era ese aislamiento lo que hacia que fuese como era. Pese a que la mayoría de la gente lo dejaba ir por su vida, la vida de fracasado, Ana quería hacer dinero y fama con él. Era hora de enderezarlo un poco. Ana trataba de convencerlo de que tenía talento, él se cagaba de la risa. Pensaba que le estaban tomando el pelo. Un viernes a la noche le dicen que es talentoso, quizás estaba en un hospital lleno de morfina. Era lo que él pensaba, nadie se puede meter en la cabeza de nadie pero consideraba que su vida era mierda, fundamentalmente una escoria. No podría creer que nada bueno le pueda pasar por sus propios medios. Eso no lo estaba consiguiendo algo pasaba por detrás de él. Siempre lo manipulaban al final por suerte lo manipularon hasta después de comer postre. Ramiro tenía esos rasgos pelotudos, o sea se ponía serio hasta que comía postre. Sería que quería postre, la verdad rayaba lo profundo de la idiotez humana y eso no le molestaba demasiado. 
Ana se dio cuenta que en parte ese era su rasgo más infantil, temía caprichos muy tontos. Por algo vivía como vivía, no veía al mundo cuando estaba en su cabeza como algo tan terrible se evadía, se iba a la tranquilidad de su imaginación. Esta era la manera en que Ramiro se evadía más apaciblemente. Ahora si oía con más atención, eso de que tenía que trabajar más seriamente en sus dibujos. Aunque claro, él se veía como empleado de oficina, el se veía siempre allí. No pensaba en otros mundos como realidades pese a sus intentos y rechazos por editoriales, él no pensaba trascender de allí. Estaba clavado, así era el mundo, sin Dios pero con predestinados. Poca fuerza había, las desilusiones de su juventud más temprana había sido más que suficientes. Ana se planteaba este caso como un desafío, era obvio que no pensaba ceder demasiado, este personaje. Todo lo contrario, pensaba perseverar seguir en su vida ridícula. Pero bueno, era la vida que vivía, la vida que hacía cuando estaba sólo, si él era un gran idiota no quedaba duda, era tiempo de llevarlo más lejos por obra y gracia de Ana.
Esta era la manera en que las cosas pasaban una y otra vez, ponía acento en cada uno de los puntos. Ana esperaba que Ramiro por ambición o resentimiento despierte pero no lo lograba. Así pasaba la hora y Ana desesperaba. Tenía que ser convincente tal vez era que le desconfiaba, después de todo parecía que sí, la gente le había tomado seguido el pelo, era un crédulo desilusionado. No le gustaba para nada ser burlado una y otra vez. Su vida sino era irreparable. Ese amor idiota que a él le pasaba lo volvía más miserable de lo que gustaba verse. Esperaba que el mundo no le diese más palo si simplemente vivía conforme a un consumo modesto, era su forma de estoicismo. Muchas veces nos sorprende que la gente pueda vivir y por lo tanto ver las cosas tan diferentes de nosotros. Ana se estaba dando cuenta que Ramiro disfrutaba de las cosas en una forma tan particular que ella misma era extraña a todo ese mundo. Eso en parte la frustraba pensar que los humanos pese a tener necesidades tan simples se hacen excusas tan complejas. Ella entendía eso, pero le seguía molestando cada vez que le pasaba. Las cosas se decidían de esa manera. No siempre se podría hacer beneficencia. El tipo diría la clave, Ramiro no sabía terminar relaciones, llevaba consigo un ancla, un karma real y profundo. Una cosa que le pesaba demasiado en cada día de su vida. Ana se iba a enfrentar a tener que entender ese mundo si quería por lo menos convencerlo de que su vida ya tenía que dar un giro. Complicado, el tipo era simplemente un escurridizo, un negador de la realidad, un irresponsable y un pasivo.
¿Cuál sería la solución? No tenía ahora idea pero sí sabía que lo tenía que seguir tratando con el mayor grado de familiaridad posible. No era bueno dejar que eso pasará de largo, sí el pensaba que lo trataban con distancia iba terminar abandonando todo eso. Para ella sería un gran fracaso, un intento de transformación fallida. Ella deseaba tener eso que tenía Ramiro sin las consecuencias. Quería consumir el producto final, así era la vida. 
Los problemas de Ramiro no iban a desaparecer y era mejor que no desaparecieran, lo importante era mantener una relativa formalidad de manera que por lo menos se pudieran suponer las cosas. Ramiro y Ana se buscaban ahorcar mutuamente. La vida de la gente puede ser ese enorme tacho de basura, unas existencias que tiene por fin contener desechos ajenos. En esta perspectiva sólo pocos son libres y de esos, los hombres más egoístas y despiadados pueden pretender decir que hacen lo que quieren siempre que pueden. Sí por cierto, se aprovechan de las flaquezas de los otros. Ramiro siempre pensó que si él hubiese tenido más dinero quizás sus dificultades hubiesen sido despreciadas, podría haber vivido una apacible y liviana existencia. Una mujer que fuese de Shopping todos los días y que lo engañase pero él tendría dinero para engañarla también y todo el teatro seguiría girando. El soñaba con su propia Clodia, una mujer que lo despreciase pero que fuese presa de un destino más cruel que el suyo. Pretendía un desprecio digno de ser poesía. La verdad en esta altura de la circunstancias, se tiene que hacer oídos sordos a la mayoría de las cosas. No podemos saber lo que el poder quiere de nosotros, sólo debemos desear poder. La casualidad se pondrá de manifiesto, al final es eso. Podría haber muerto antes, no quiso o no pudo. No era feliz, estaba deprimido por ir fracasando una y otra vez. Ramiro quería un libro, uno que se llamaba Vera o los Nihilistas. Tendría que ser una ficción eso que lo mantuviese clavado al suelo. No sería Ana, la cual era una esplendida mujer pero él se sentía un sorete, un tipo incapaz de creerse que tiene derecho a una mujer así. Pese a que una vez gracias a la asistencia de Pablo ya se la había ensartado. Un poco de mentira y un poco de verdad, él era el feo en esa historia, el sería la anécdota negra. Justamente él era el sujeto increíble. Él era la última de las opciones de mucha gente. No podría quejarse ya que era en vano.
Si tuviese el poder tendría por lo menos tres amantes, como Pablo quiso tener. Trataría de superarlo por lo menos para tratar de redimirse. Muchas veces sus razones serían calificadas directamente de mierda. El lo sabía. Ramiro necesitaba de un destino. Una misión, un astrólogo mentiroso, un cura perverso. Podría ver por todos lados instrumentos de tortura. Diversión profunda diversión para quien tenga un estomago resistente. No era de otra manera, una forma más una forma menos. Contexto. 
Ramiro que fue autor de novelas de mierda, o mejor dicho de intentos de novelas, siempre se preguntaba ¿qué hace a una novela tal? Tiene que ser una idea. Una idea que la recorra de punta a punta. Esta idea tiene que ser molesta. Ramiro se estaba rascando el culo enfrente de Ana mientras pensaba en el vacío. Ana no entendía cual era la meditación de Ramiro. Todos estaban abstraídos. Ramiro le pidió a Ana que le mostrase las tetas. Ella lo hizo, no hizo más, mientras tanto pensaba. Lo absurdo de su pedido, una tetas al aire. Nada más, porque nunca en su vida se le ocurrió la historia de unas tetas, unas simples y llanas tetas de una persona. Eso era una cosa inquietante. Porque en el fondo todo era banal, si era así porque huir. La gente pretendía no ser justamente eso que era gente común, sin metas, lo complicado de buscar algo y luego de conseguirlo sentirse medianamente bien, y aún más difícil creer que se lo ha conseguido mientras era relevante.
La vida como un consumo es eso. Un ausente llamado a una moralidad que escandalizaría a alguien si se pudiera temer mucho más. La perfección moral que uso para incriminar a los santos, o la veracidad histórica que uso para degradar a los héroes. Este es el reino del hombre común donde los enfermos hacen de las suyas. No importa donde se quiera meter ese que grita a los cuatro vientos su felicidad, esta actuando esta posando. Ramiro piensa demasiado es tedioso sentarse a la mesa con alguien que le gusta ponerle objeciones a las cosas. La queja tan maldita, los esclavos están orgullos, hoy compran. Ni que decir de las miserias que esconden como todos los demás, pero el que ya tiene quizá se cansa hasta en el sueño de no tener más. Ramiro es el tipo arruinado por su propia conciencia la cual no un perdón fácil si ve caminos a recorrer. Solitario destino, ¡no!, virtud de la muchedumbre. La pretensión cretina de querer ser alguien, cosa que la burguesía lleva como una astilla en el vientre puede ser en realidad una verificación.
Ana estaba allí oficiando para esa pretensión, el ombligo sobredimensionado. Por su parte, en su forma cretina hacía lo mismo. Todos hacen lo mismo nadie escapa, no importa lo ajustado que pueda estar el cinto. No se puede decir que otra cosa que no sea humor puede en todo caso rebelar lo aterrador del momento. ¿Quién confía en su sombra está más gusto? Ana espera lo que no va a pasar como todos. Eso es parte de la vida cotidiana, es preguntarse si después de todo no era necesario preocuparse tanto. Sentirse inútil en un sistema para las cosas puede ser una pregunta continua y molesta, Ramiro podría decir: Entonces ¿Tengo que existir? Luego me dicen que eso con gran nombre es la “condena por la libertad”, al demonio, bien sabe que el rezo cotidiano que el que más tiene es el tener y del que no tiene el no tener. Difícil, no soñar sin los medios. Presuntuosos burgueses. Riamos un poco. Esta es la vida de empleados que se quisieron meter con la filosofía tarea inútil, solo debería dudar el rico. Los que no tienen otra cosa que trabajar tristes son cuando les llenan la cabeza de mundos por hacer.
Ramiro hizo sus novelas para eso, exponiendo esa miseria que el entendía pero no sabría como cambiar, esa es la manera en que entiende que es lo que se llama cobarde. A nadie ya le molesta encontrar hoy la muerte, tal vez el miedo irracional en medio de una educación con relativos tintes religiosos es la que aún puede llamar a algo del espiritismo. Sino por el contrario es el deseo, el deseo más concreto el que hace vivir al hombre. Ramiro lo sabe de sus deseos ha vivido y no del Maná, ni de la felicidad, ni del acuerdo entre las partes. Nuevas puertas te cerrarán en la cara cuanto sea necesario. Mucho escritor se ha refugiado en las palabras y ha hecho de ellas un hechizo. Eso no era su éxito, el tendría a ver sus conjuros fracasados. La mañana le traía realidad es decir, una realidad en blanco, una ausencia de deber, un tener que hacer todo los días. Una “ocupación”, como si al final la herramienta no tuviera otra excusa. El hombre y un martillo poco difieren. 
Igual como toda vida, las más elaboradas excusas sólo empañan fracasos, mientras más sublime la idea más universal, más patente el fracaso de los grandes conjuntos. La paz cosa que Ramiro entiende como la soberbia pantomima está presente. Ana encuentra en la miseria ajena descanso para la suya. ¿Goce? Por supuesto que sí, una virtud sadomasoquista, para disfrutar hay que hacer sufrir. Ana está convencida de su poder si no lo estuviera si se viera en la situación inversa ella sería la replegada. La evasivas para con la mente son parte vital de una existencia liviana. Uno va consiguiendo cosas y el tiempo así se pasa. El hombre que como Ramiro esta enfermo de ideas sólo ve un momento gigante donde nada pasa. Estúpido.
Pablo es el verdadero hombre del futuro ese que no teme a la mentira ni a la verdad es que no duda estar representando. Por eso diversión en todos los niveles, ya nadie habla de espíritu sino de comedia. Tu fama es el mal olor que tiene todo ese pescado que los otros intentan ocultar, no podría ser malo sino se pretendiera ser bueno. Así el laberinto moral llega a un estuario. Tranquilidad al fin para Pablo el cual vive en su sueño, en su manera de dormir. Por eso este va de casillero en casillero, así lo manda el mundo. No tiene un credo que defender, sabía invención, cinismo.
Nuevamente nuestro Pablo nos muestra que eso que se dice a sí mismo aristocracia. La importancia pretendida en la irrelevancia muy apretada. La causa muy cotidiana, la insistencia por demás en lo inmediato. La teorización como algo escandaloso. No hay pies para seguir caminado. Los caminos de estos tres hombres entienden que están encerrados en particulares jaulas. Cada uno las ha visto de manera tan distinta. Carlos, se metió a seguir el mandato y termino siendo forjado a molde, ya harto espera al fin, una desaparición igual de útil que el resto de su discurso. Ramiro, está nutrido de eso que llamamos el pensamiento pesado, el pensamiento vivido, esa molestia esa molestia consentida por muchos que le dan al pensamiento más respeto que el que merecen. Esos son los que no pueden volver a mirar a su memoria a los ojos. Les molesta saber que su vida niega todas sus ideas por más ruines que sean. En cambio Pablo es el futuro, él no tiene otra cosa que esperar a que la muerte lo lleve de una manera u otra, sólo en el reposo la idea podría invadirlo. Ahí en esos casos sólo es testimonio de la soledad del que pasa la vida jugando. No hay respeto para con él ni para con nadie.
Ciertamente todos, parte de los mismos lugares y comen las mismas cosas, sin embargo esta burguesía que se muere quiere de alguna manera buscar un sucesor. Lo encuentra en estos tres modelos. Uno más estoico que mantuvo al sistema funcionando por un amor inexplicable al mundo tal cual es, otro que vive en medio de ideas que no ha tenido el gusto de inventar pero que hacen que el mundo sea de vidrio, este tiene el lujo entre los lujos de no saberse ni vivo ni muerto, el tercero sí consagrado a una vida mucho más concreta se entrega a lo que el mercado le dé y se vende en todas sus formas hasta que pierda valor. El tacho de basura los espera todos en el final, eso que dice no ser importante, es en parte una memoria que les fue impreso, ya que cada uno con la idea hace de aquello su verdadero contraste. Uno porque quiere no ver el fin de eso que parece desmoronarse, el segundo porque entiende que nada importa tener miles de ideas que no tendrían nunca realidad, el tercero porque sabe lo triste del final del placer y el final del dolor.
No son las gentes que se les juntan azar, sino por el contrario buscan eso que estos desgraciados portan. Número uno, aún no puede instalar en su cabeza el peso de una vida que no quiso y no va a tener. Ana no puede decir que quiere otra cosa que el delirio que no termina de implantar, esas fantasmagorías que pueden molestar a quienes las han puesto por encima de todo lo demás. Número dos no termina de aceptar que hay quienes se resisten a toda realidad concreta y que su evasión reviste pasar la vida sin tener otra cosa que caprichos, uno atrás del otro.
Quizás sus contrapartes buscan también las curas, cosas que ocurren por la gran enfermedad de la vida moderna. Maneras de ser, maneras de estar. Los mismos platos fríos de sus vidas son eso que no puede explicar ningún come libros desde una barricada. Tienen algo así como necesidad apremiante de satisfacción que es vedada una y otra vez, ¿Quién no pensaría de morir en pleno éxtasis? Es el maldito azar el cual los va a dejar incompletos lo que los molesta. El desprecio de las ideas, el deprecio del mundo, el desprecio de sí mismos, los deja sólo ligados a sus nervios y a los componentes químicos de sus estados de animo. Es como si al final del camino vieran a su propio objeto de deseo ahogado con una bolsa, tieso y duro. Malograr, arruinar antes de tiempo. Eso es lo que parece hacer las cosas cuando se repiten en serie. Los hombres, personas como Ramiro se desesperan. No pueden parar, no pueden. 
Así es la vida corta en los momentos donde el pensamiento se ha entrometido. Disecados por los juicios ajenos, una y otra vez la suerte de estos hombres es apostar más fuerte. Cada vez son más farsantes pero tienden a ser más necesarios. No olvidemos que su destino no es durar sino pensarse un poco como quien ve pasa el subte y se pregunta por miles de destinos o quien se pierde mirando el eterno recorrido absurdo de sus vías.         
Hay una potente idea en que todo lo humano es desgarrador en parte se basa en nuestra cultura de robos y asesinatos. Nuestro lujo, nuestros placeres como adornos cada día más necesarios no hacen más que mostrar lo perecedero que es el hombre frente al sistema que se mantiene frente a él. Es el placer de enterrarse en medio de una vagina, así lo piensa Carlos Negrín, no lo ve como un logro lo intuye al final como una respuesta, el sexo no es un problema pero no es una solución. Llevar el título de gran pija no cambia las cosas, aquí en el sur es decir en el cono sur tenemos un cierto reparo en decir las cosas así. Venimos pensando que tenemos que embellecer el barrio pero montarse a una argentina es lo mismo que montarse a una argentina, la idea de Maimoselle que derrite a los corazones de los estetas es un asunto muy distinto.
La gente ve la propia zona como una cuna de desastres, ¡qué terrible! Esto no es Nueva York, Carlos se mea en Nueva York, Carlos nunca va a ir. Su templo es su ciudad, eso no lo hace nacionalista eso hace que entienda que las personas, esas que viven con él no son simples ratas.
Si esta es la idea me considero el primer narrador que la pone de manifiesto. Carlos Negrín es la conciencia vencida del buen cronopio. Este hoy día sólo tiene la suerte de saber que la fortuna es tan grasa como todo lo demás, la mierda con cotillón sigue siendo mierda. Hay una emoción en la boca es la puteada esencial esa con la que describimos las cosas; Ej.: “Porque no se van todos a la concha de su madre”.
Este tacho de basura donde vive esta gente da conciencia sobre la idea de colonia, otra cosa tan cotidiana para que nuestro Mac Donald sea una sede de imperialismo cuado también abunda en todos sus lugares, es símbolo de la vida fugaz que se atora a la fuerza. Es la masa, la que comparte la fosa común, la tumba no religiosa donde se pudre hasta el fin siendo si fuera necesario, excelente fertilizante.
El tacho de basura es la vida humana que pide consumirse cuando se sabe que es completamente irrelevante. La ausencia de amor a las cosas, a las ideas y sobre todo de aprecio hacia las personas. No podemos no ser tan necesariamente indiferentes, nuestras cabezas quieren sensaciones libres ya de pretextos, ideas que antes daban a la vida contenido pero que hoy sólo pretenden ser objeciones. Claro está que los agentes que todo creen saber seguirán haciendo mierda ese pretendido edificio del saber poniendo al hombre siempre el plato con la mierda fresca. Parece que hay gente que no tiene ya el decoro de pensar que la vida es una mentira. Esos amantes de la verdad a cualquier costo repugnan a todos incluso a Carlos Negrín el cual deseoso mataría a cada periodista imbécil, a cada comentarista, estúpido y a cada hijo de la televisión que se fascina pajeándose ante las novedades parturientas de su madre.

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