La última gran rebeldía. La sacrosanta necesidad de Lucifer, el mearse en la demonología. El placer de cagar en una santidad que sólo puede conmover a fanáticos, personas que creen en la verdad y en la mentira como gente de seis años. Los juegos más licenciosos, valores que no se ponen de acuerdo. Lo bizarro, el tener memoria corta, como un día que puede suplantar a otro con guiones opuestos. Así puede decirse que algo perdura. Los que están más allá de todo se quedan justamente por ahí. El odio a la lectura en cantidades y la escritura, al escribir en dosis. Gente que se aburre porque espera ser público. Abulia inmunda, desnudez como no sorpresa. Son los opiómanos los que le cuentan a la gente que ellos están sedados. Son aquellos que no pueden darse cuenta. Por eso, ante todo, las teorías más mal aprendidas. Academicismos rebeldes falsos, antinomias estúpidas, genuina falta de frustración académica. Desconocimiento del Artaud, una utopía de drogas, una distopía de drogas. Un