Sí. Siempre que existió la infamia algunos han conquistado ese titulo en medio de la tribulación. Se dice que la literatura tiene que ser didáctica es decir que tiene que ser fácilmente digerible. Claramente el que piensa esto no esta en sintonía con otras cuestiones de peso. Una de ellas la afición del hombre por las cosas que están en contra de la naturaleza como también por el amor de las sustancias que alteran aquella.
Yo, un narrador endemoniado. Entre los arabescos dejo la estela de todas esas sensaciones. Al menos eso es lo que espero. Dicen también que el arte vive para los aplausos, muchas veces también vive para el escándalo. La propia lengua de lector muchas veces se mueve al compás de lo que lee es decir se puede saborear.
El romance entre una mujer y un caballo puede ser un tema por demás escabroso. No obstante muestra como algunas cosas han podido pasar sin que nadie se haya alterado demasiado. Sí, hay cosas pueden sonar enfermizas pero son también reales. El amor de esta mujer por el caballo y este caballo el cual no podremos saber si la amaba pasó hace una buena cantidad de tiempo en una localidad alejada.
Lo importante es decir lo que pasaba, empecemos por la descripción. Una mujer de piel muy clara, pelo rojo, bastante flaca, solitaria y taciturna. Vivía en una propiedad alejada de la ruta, no pasaban muchas cosas para ella. No habla por gente por días. Aunque por ello no pierde los ánimos sino que por el contrario sigue afanosamente trabajando para mantener su casa. Ella fundamentalmente vive de una pensión porque es viuda. Su vida es muy extraña para los ojos de los que viven afuera pero ella la considera normal. Sólo quiere paz y que no la cuestionasen.
Cerca de la casa hay un establo, allí están justamente los animales como también su único y actual amante el caballo, así pasan sus días todos. El caballo un ser enorme, blanco también muy tranquilo. No hace nada que pueda llamar la atención.
Todo empezó un día de agosto, llovía mucho. La mujer estaba en el establo mojada y sola como siempre. Sus pensamientos estaban en cualquier parte. No obstante cruzó por su mente lo impensable, lo terrible, lo casi imperdonable para cualquier otro mortal. ¿Sería un caso grandioso de miseria humana? De desprecio. Puede que lo sea. Pero no pensaba en eso. Su moral se había disipado solo quería a su amante. Por algo ella se entrego a esa pasión tan sórdida sin pensar en el futuro.
Pasó así el tiempo sin pena ni gloria, mientras la mujer desarrollaba este amor enfermizo por el animal. Nunca podremos saber que opinaba el animal esto esta muy claro. Lo que si entendemos que ambos no estaban mal. La mujer mimaba mucho a su caballo. Así era la vida, tranquila y sin sobresaltos. Todo desde fuera parece normal. Muchas veces no se trata de otra cosa. Por algo la gente tiene sus historias ocultas y por ello no deberían ser juzgados porque si es que buscan la felicidad ¿puede haber alguna victima? Claro esto suena completamente inmoral porque es completamente inmoral.
Eso no importa, yo la conocí así. Esta mujer estaba ahí lo más tranquila, era muy sexy y todo lo demás. Aunque hay que hacerlo notar; no tenía en cuenta nada de lo que tenía a su alrededor. Si valoraba el hecho de que existiese algún visitante. Por lo demás todo lo le daba lo mismo. Era viuda, estaba sola. No le importaba nada más; esperaba que su marido fuese no menos engañado por el uso del caballo. Así ningún hombre lo reemplazaría, claro suena raro pero esa fue la razón que me dio. Muchas veces las razones de las personas son más raras que las personas mismas. Incluso más raras que los relatos que se hacen de las personas.
Creo que nada allí encajaba del todo. Yo era una especie de testigo, ella estaba por allí. Yo pasé alguna que otra vez. Solo sabía que su cara de alivio y satisfacción solo ocurrían cuando estaba con el caballo. Por lo demás la vida era tediosa, tan tediosa como un reloj de pared que ella tenía. Parecía que la condena del marido muerto perseguía.
La mujer no era otra cosa que eso que mantenía al caballo y viceversa. Todo se arruinó un día. Para los de afuera no importaría. Yo por mi parte quede conmocionado. Un día llego a esa misma casa. Nadie contestaba. Intenté abrir. No pasaba nada.
Rompí entonces la cerradura, vi a una pelirroja radiante con el cuello roto. Su sonrisa, ahora diabólica por la tirantez post-mortem. Sin embargo bella. Una carta, una que decía que su vida había sido un error, una que explicaba cosas. La idea era simple, un lunes como tantos otros, el sueño terminó. El caballo murió antes, seco y duro. Sin vida. Inerte, cubierto por moscas, la causa según me dijeron “natural”. La mujer no pudo sobrevivir a un mundo sin su esposo y sin caballo, sin un alma y sin un cuerpo.
Comentarios
Publicar un comentario