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Encomio de Mar del Plata:


Te tengo que dedicar un gran destino. Y hasta Hegel te habría dado espacio si no estuviese entretenido como siempre entre París y Londres; entre Berlín y Viena, entre Cartago y Roma.

Te tengo que defender de todos tus enemigos, de todos aquellos que te dan fama de populosa, de olvidada, de todos aquellos que no comulgan con la idea de tu existencia.

Tendrían que saber que fuiste hija de la aristocracia que te invento como su balneario a la vez inaccesible donde la gente más pudiente podría escapar de todo el tumulto y de cómo te convertiste en el balneario más grande es decir; como fuiste arrojada a la historia y con la fuerza de un impulso extraordinario fuiste creciendo polimórfica e inmortal. Tal cual una especie de apéndice que se entrega al mar, recubierto de enormes contradicciones. Tal vez no te hayan recorrido de punta a punta por la costa, ni se hayan detenido tanto a mirar desde cualquier de tus lugares tus contradicciones.   

¿Quién podría decir que tú, ciudad, alejada de tantas cosas y a la vez tan cercana no podría ser la madre de una gran obra universal? ¿Por qué no pensarla? Porque te quieren sin historia, ¿Por qué solo desean que seas apéndice “involuntario”, un mero balneario gigante. Tengo que decir que supongo que debo estar mintiendo; tal vez y cayendo en quien sabe que sentimentalismo. Todos tenemos derecho a exagerarlo todo, para hacer de nuestra voluntad algo curiosa, casi primaria y de pulsión. Es el impulso genuinamente romántico que nos lleva de una punta a la otra de la vida sin escalas sin escatimar recurso alguno. Debe ser por esto que la decisión siempre es tajante y como en todas las cosas humanas, todos los que han pasado como amantes te recordarán dulcemente o te verán de manera agria y enemiga.

Ahora yo se de buena fuente que antes o después la historia me va tener por poeta y escritor horrible. Esto de no estar llamado a ninguna cosa grande y excelente pesa. Pero tengo que decir que al menos por los tiempos recorridos, y por el gusto del paty, sumado a la sal en la cara; experiencias de lo más corrientes y para nada heroicas si se puede describir grandes extensiones. Sin reclamar entonces a las grandes dimensiones ni pensar en un mar de gente que se viene a olvidar del destino de un paraje que muchos les gustaría pensar como sin tiempo. Tiene la virtud de ser la costa mar platense, la cual contiene muchas expresiones de la sociedad argentina. Aunque no sea el balneario más joven y hasta crecido como ciudad, casi alejándose de esta idea que solo tiene que existir para el descanso. Tal vez sea por esto que no quieren mito sino batalla y que riega de arena y sal toda tu historia, continuamente arreciada por los golpes del tiempo. Ahí estás como refugio extraño de caminatas bajo el sol, de la resaca y el mareo imposible de vencer que pueden ir cortando la cara con su ingenuidad potente.

A tal punto que en el medio del frío fumando porro o lo que sea. Sin duda y sin esperar, la historia de la humanidad va ocurriendo al paso de la muerte de la ola tras la siguiente sin demasiada desesperación. Tal vez sea una especie de abrigo de muerte dulce casi por intoxicación. Por esto sin duda y sin descanso debemos pensar en aquella fuerza del presente que nos fue arrancada que no molesta pero es la que genera la poesía, plenamente derramada de montaje, de mala memoria, de injusticia. En síntesis de un acaramelado post-modernismo sin fin. Una idea de una ausencia de progreso, un limbo al cual quiero dedicarle un grado cero. Una verdadera voluntad de santitos, y de ser grasa e injusto de ser populista de pasar de la “Aldea a la civilización”.   

Así que en “nuestra guerra de ranas”, en nuestros impares, en nuestras relajadas meditaciones, Mar del Plata es el lugar donde las clases obreras veranearon e invadieron la ciudad que era puramente oligárquica, la cual desde ese momento se la argumentó como deslucida. Esta es la ciudad que evoluciona como espejo que tiene dos ciudades la que es profundamente lotofágica para sus visitantes y la real, la concreta que consiste en la existencia de las industrias como la lana y el pescado. La que consiste en la ciudad de todo el año.

Por esta razón tengo que contar con que alguna gente cuenta con que Mar del Plata existe. Y yo puedo decir que mi memoria sobre esta ciudad ha cambiado porque la he tenido que ver demasiadas veces movido por situaciones distintas. He esperado horrores en Mar del Plata aunque estuve de vacaciones, he tenido desplantes histriónicos en esta ciudad, he perdido plata en su casino, he visto ganar demasiado dinero (para el que había apostado). Se han recorrido sus prostíbulos; los hemos recorrido, se ha podido entre otros tantos y yo, comenzar a ver donde estaban todas las cosas. La desesperación primaria y la paz, la paz de la mañana muy débil donde el sol del verano no te asa. Aquí esta la versión de la Mar del Plata que me gusta pensar como caleidoscópica. Donde se puede ver gente que vomita alegremente, gente que rompe cosas, donde se puede ver la multitud, la barbarie. Donde se camina efectivamente sobre casas bajas y altos edificios. Donde se intentan todas las variantes posibles donde, también a veces se comen grandes garrones, y otros tantos grandes esfuerzos.

Donde el tiempo que puede ser desperdiciado a la vez que se aprovecha, puede ser devorado desde los pisos llenos de meo, cenizas de cigarrillo y tantas otras cosas. Sin tener que ser novela, ni una Dublín de culto, ni una necesaria bella París, donde el mundo cuando se empolve de cultura y de que hable de la ciudad a la que no puede ir. Bueno entonces, tal cual fue el mandato que se contará no solo la crítica, sino que se narrará lo que había pasado. Mar del Plata era como la verdadera barrera de muchas historias, y viajar entre sus calles es viajar en el tiempo. Viajar a través de él saltando de un lugar a otro, sin temer recordar, porque recordar cuando se sabe viajar y cuando se puede tener a la muerte el bolsillo, ella segura sin que se asuste ni que nosotros nos tengamos que asustar.  

Retrato demasiado sentimental para una ciudad que no puede ser Troya. Pero puede que tenga algo de pasado un poco por perderse. Y tal vez sea así porque las ciudades tientan solo a quienes las hayan poblado. Y los enamorados de las ciudades por los libros que hablan de ella, jamás la han querido ver tal cual, tal vez sea como la desgracia de un matrimonio en la madrugada que termina por ser algo así como hemorragia de alguien que pudo ingerir una astilla de acero. Ese momento donde uno se da cuenta que cada época tiene una cosa distinta. Cada variante graciosa, cada impulso repentino a perderse. Esta es la ciudad de los terrores de la fiebre que alguna vez padecí, en esta ciudad dialogue con el frío y con sabores que nunca más pude reconquistar. En esta ciudad, me soplaban humo de cigarrillo en las orejas para que bajar la otitis.

Esta es la ciudad de la Isla flotante de sabor naranja, de las rabas, de la arena, de la revolcada en el mar que tal vez podría haberme llevado a mejor vida, de nadar borracho y negligentemente, de la que se puede sentir el miedo. De la que se puede ver las cucarachas, los forros y los soretes que llegan a la costa porque muchas veces es la vida, y sus residuos lo que también aparecen.

Jamás podré decir que esta Mar del Plata sea la de todos, jamás podré pretender algo tan ambicioso. No creo que tenga esa virtud de acuñar una ciudad de sueños ideales, una que desenvuelva sobre sus cuadras. No quiero una ciudad de geometrías infinitas no por pensar que eso tiene que salvarnos de las ciudades perfectas. Debe ser por todo este compromiso de papeles cruzados que nunca terminan de resolverse que se puede elogiar la demencia del verano con su disolución que no todas las pieles pueden resistir que no todos los cuerpos pueden tolerar y que al fin y al cabo deja de lado la turbia necesidad de repetirse. No se trata en nuestro caso de beber más éter, podríamos pero no creo que haga la diferencia. Con el THC, el frío marplatense, un poco de mala sensación y como todo lo que tiene que terminarse de forma abrupta tal cual unas vacaciones sin dinero y sin gloria, sepan que el ómnibus nos reclamará volver.      

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