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Sobre el peso de estar vivo y su liviandad. (3)

3-
“Hacer la pura y justa leña del árbol caído.”

Hay que ponerse a suspirar. Y hay que suspirar demasiado porque la “Obra” ha de defendernos. Por mucho que he intentado tratar de entender que mierda suelo escribir. Cosa que en el fondo no me interesa porque no me divertiría. A veces tengo que volver a pensar minuto a minuto, que poco brillantes acotación voy a sumar al día de la fecha.

Porque no me gusta pensar que la gente tiene por destino un lugar seguro creo que esto de la cultura no es un pabellón ideal. Y lejos de los panteones, como no creo en los “amantes rabiosos” de las mujeres, tampoco los puedo tener por mejores en la cultura. Siempre es el que escribe y tiene éxito el que se idiotiza y llega a pensar que la fantasmagoría que lo protegió a él los protegerá a todos. Por mi parte tengo pocos lectores, por suerte tengo que decirlo nadie me apura porque el talento no aflora y no me desespero por nada del mundo. Deberé un día tener el título de frutero. Tal vez los mejores de los mejores lectores ya se han ido. Pero pese a todo, pese a que la vida tenga que seguir y que haya sido un día de mucho sudor. Tengo que seguir narrando.

Pero con aclaraciones. Soberanamente creo que hay una cierta suficiencia de los que creen que leyendo o “entendiendo” cambian sus vidas. Pero todos sabemos que el mal gusto que les genera en la boca a los que parecen que han leído todo y que pese a todo, son solo un istmo. Yo no puedo decirles nada, son verdaderos genios ilustrados. Pero por otra parte se me ocurre pensar en la cultura de masas que tanto asco les da, en sus individualidades hipersensibles pero además híper-caprichosas. Imagino que el “amante rabioso de la cultura” debe tener este lema, de querer tener ese lujito de tener lo que pocos tienen. Aspirar a esa aristocracia. A mí no me parece más que un reducto de chabacana ilustración. Pero estas ideas justamente vienen a mí porque soy un atolondrado que suma su propia vida a lo que viene escribiendo y entonces no me tomo el tiempo para procesar.

Por eso cuando sé que hay gente que tiene las citas o no, o el pretendido cientificismo casi de intelectual humanista, o el de la cultura postmoderna que busca cruzar todo con todo, o aquellos que aún esperan que la torre de marfil tenga aire acondicionado. Todos ellos me suenan parte de una moda pasada. Y es cierto que a ellos, los que piensan que los nuevos medios, la masividad es cosa de becerros. De gente que no ha hecho el esfuerzo para leer. ¿Qué leer? ¿Qué demonios importa? ¿Acaso se lo pregunta esa mezcladora de cultura, esa batidora que es el que escribe contemporáneamente?

Así que uno tiene tiempo. Y con eso apenas, le basta. Total le han de decir que después de todo es un bizarro. De eso aparentemente no se vuelve, quizás hasta uno termina a la misma altura y categoría que el periodismo de televisión, lo cual es otra joya ya no de la cultura (que es información privilegiada) sino de basura (que es información corriente y llena de amarillismo.)

Por eso cuando yo empecé con esto del amante rabioso, no pensé que se pudiera extender tanto muchas veces yo mismo podría creer que lo fui. ¿Por qué no pensarlo? No creerlo. Porque no pensar que nuestra vida tiene esos seminales influjos románticos, esos embarazos. Tendríamos que pensar que sí, pero no me gusta pensar que tengo que apadrinar estas ideas. Quiero que pasen de una a la otra sin duda. No me importa si formo o no parte de una masa mediocre. Como si no fuera el burgués en promedio siempre mediocre, aplaudiendo por la plata. Porque nadie que se cague de hambre hasta el punto de la desesperación va a mirar el cielo azul.

Yo se que esa moralina rompe las pelotas. Porque es demasiado obvia, aparentemente cualquier idiota llega a tamaña idea. Yo puedo formar parte de ese generoso conjunto. Ahora bien eso me aleja de la crítica y del buen gusto. Esto parece una mera meta inflacionaria de palabras. Puede que sea así, no me arrepentiría un instante de que así fuera.

Esta cosa del combate del tener que tener la razón, de esta irracionalidad del que humillado es peor. Eso moviliza o dice movilizar el espíritu. A veces uno le parece preguntar ¿Qué demonios es el espíritu?  Incluso cuando esto se quiere convertir en la idea de la pasión vital de un hombre de una época de un tiempo. ¿Acaso tiene sentido esa pasión deportiva por no llegar a nada? Sin caer en la libertad como ocasionalismo. ¿Qué demonios desean? ¿Hay una necesidad de pensar en un fantasma para que ayude a nuestras cansadas espaldas? ¿No será que las culturas se imponen clásicos para tener algo sobre que pelear? Esto vale para el amor, el arte y las letras sin caer en cosas terribles.

Si a esto le sumamos muchas incorrecciones nos daremos cuentas que los “bárbaros indios”, “amantes rabiosos” que había inventado y los “filisteos de la cultura” tienen mucho en común, hasta sus hermanos joviales vitalistas podrían emparentarse. Pero lo más jovial siempre es olvidar algún error capital y seguir por la vida lo más bien.

Si encima nos damos cuenta que tal vez no son otras que nuestras manías las que nos llevan a parar incluso en los más indecentes fines, ¿qué hacer?

He aquí nuestra fascinante meta. Nuestra bella meta. Nuestro salvaje amado y odiado. Nuestro otro.

Ahora bien considero que esto cuesta demasiado poco. Ni se trata de una fidelidad a medias ni mucho menos. Se trata de genuina diversión. Quizás no tanta como la del humor del numerario Roberts, el cual cree que un personaje le cae simpático por estar a gusto como el Proceso. Aunque uno hace lo que puede.

Pero ciertamente que si creemos en la “Libertad” y en la “democracia”, nos queda difícil creer en las otras posibilidades.  Porque el cosmopolitismo muchas veces no revela otra cosa que el sistema de deglución de todo lo distinto, puesto de una vez por todas en una cajita. En ese sentido hay que decirlo. Estos pobres fascículos que van sobre el tema del “amante rabioso”; sus guerras, sus trifulcas y sus refriegas cada vez me son más ajenos. A medida que veo que el amante rabioso, podría ser un cuidado contemplador de la flor del cerezo, un borracho que anda manoteando trates o un hombre de acción un transformador de su realidad social. El amante rabioso no es más humano que los demás, ni vive ciertamente más intensamente, sus problemas como los problemas de todos pueden desestimarse como estupideces o tomarse demasiado en serio para que sean la razón de nuestras vidas. Pero en verdad y en ese sentido no creo, que exista una sola manera de “cuidar a las ovejas.” Nuestros soldados amantes rabiosos de bellos poemas son eso, encendidos en babas, celosos perpetuos, mares alquitranados. No mucho más. Ciertamente que a la burguesía para vivir le encanta eso, miren que bello lo que he expulsado, que mío que único. ¿Existe algo más? ¿Tiene que tener función?

Ahora bien porque en arte nada supera a nada. O si lo supera es porque se ha creído que es así. Porque el arte mientras más arte quiere ser, y a la vez que es humano es contingente. Y no puede ser creído como algo que pasa porque si o por lo menos se supone que no es tan natural como el movimiento de los astros. Porque se puede dudar de la historia del amor, y de la historia del arte. ¿Qué hacer? No todos los escritores son anécdotas, amigos y enemigos deben entender esto. No todos son aventureros, y eso no quita que ellos puedan capturar nuestros ¿corazones? Por un rato. De la misma manera en que lo hacen los hijos de puta de toda especie sin distinción. Ese alivio siempre suma.

Porque esto no es el boletín oficial, y realmente importa poco. Me doy estos lujos sobre lo escrito en el pasado. Pero claro que ahora que mi memoria me viene a cuento, y que no tengo nada que perder, recuerdo las quejas pesadas de estos siempre “artistas incomprendidos” que todo les atañe. El arte es un principio que muchas veces engendra a los más bellos parias pero la gente quiere sentirse mejor al servicio de la desgracia ajena entonces sí, todos hemos masturbado nuestros cerebros. Todos debemos sufrir su mundo, aunque como es la sociedad nos importe una reverenda mierda. El tener que toparnos con la vida de los otros nos molesta. Esos otros que piensan cualquier cosa pero que para peor podrían pensar lo mismo que nosotros. Porque pese a que cambiemos los modos solemos compartir mucho los porque.

Por eso la maestría de los discursos suele caer en saco roto. Kant ya nos dice que debemos tener cuidado de las escuelas, de lo que hoy se llaman “tradiciones epistemológicas”, ya que ellas solo quieren probar su existencia. Y suele darle a esto el crítico sentido de que la gente ,el vulgo, aquellos que no son iluminados por la ciencia, jamás acceden a estar áridas arenas. Lo peor es que Kant como buen liberal tiene razón por más que aterre a muchos quizás el arte tenga demasiado que ver con la moda para despreciar su influencia. Igual siempre está el “este” para denigrar, este dice que Platón y el peronismo o el comunismo van en la misma vía. La mayoría de las idioteces nacen de la necedad y del orgullo que hoy en una lógica de competencia absurda se combinan con fuerzas de una rabia apenas comprensible.

Me gusta pensar que este liberalismo cáustico que quería darle matriz a la razón deja paso al otro, al romanticismo “Belle Epoque”, donde una vez que el mercado existe, la gente debe dejar de pensar. El Cristo que cotiza el que tiene que morir es el del siglo XIX. ¿Por qué caer en la decepción? Porque pensar que los “engañados” son peores. O acaso que alguno de estos enviados a la tierra, aquellos que deben “cambiar el mundo” esta dispuesto a que otro lo haga por ellos. Podríamos decir que el arte muchas veces es pura venganza y veneno. Que la enfermedad son las palabras. Así que sentimentalmente hemos educado al amante rabioso bestia apenas visible.

Ya no me interesa ningún caso particular. Simplemente creo que lo he sufrido bastante su presencia ahora me resulta conmovedora. Aunque a la vez, prefiero pensar que soy de los “revolucionarios de café” o de los que nos tildan de folletineros. Ya ellos se darán al fin con gruesas guías telefónicas; “Por mi culpa, por mi culpa por mi gran culpa”. Si algo debe darnos gracia es esta indecencia que parece decir que la vida es difícil tal cual si fuera una conclusión. O en todo caso que como la vida es difícil y no es sencillo abandonar y quejarnos, rebuznando como idiotas eso sea un logro. El arte es conseguir que la rabia se atempere y que se afine que se haga canto de sirenas que capture idiotas.

Por eso el intelectualismo sale a nuestro encuentro. Debemos dejar el vino. Debemos dejar de pensar que de taquito nos saldrán las cosas bien. Aunque es un enfoque conservador pero hay cierto horrible conservadurismo que quiere preservar lo ya sabido. Porque son solo cierta clase de pelotudos, no monacales los que creen que descubren cosas todos los días. Aquellos que volverían a poner las patas en la fuente sin dudarlo. Aunque eso es vital. El chusmerío jacobino, el andar matando gente en medio de la jarana. Entonces habría que ser anti-intelectual. No será que alguno que otro caerá simpático en los oídos y nada más.

Para cerrar en este breve y asqueroso compendio de divagues berretas. Cosa que lleva siempre al escándalo. Ni siquiera para esta altura usted debería estar dormido. O insultándome, porque esto tiene que ser una “chorrada” palabra que supongo que es un sin sentido, una porquería, una cosa que podría hacer cualquiera, o un idiota demasiado complejo y brumoso casi diarreico. Hay que criticar este amor, como se crítico el amor del amo, el amor del dios. El amor de Dios, el cual dejó de existir. Pero sentimentalmente nos haría falta su cobijo, y no lo digo en el sentido de Claudio María Domínguez. No es un mero optimismo que casi es una cosa parroquial. Aunque el cántico puede ser descerebrado quizás cuide, tiene que cuidar nuestra naturaleza. El amor de este tirano que quiere a su mujer, pero como que el nazi, como cualquier sujeto que desea el poder, como el comunista porque no, esta entre que lo inventa y lo descubre. Entre que dice y que acepta. Mi “amante rabioso”, es una especie de criollo que parece que tiene un derecho a decir lo que las cosas son. Aunque como diga Kusch, el criollo y el porteño, no sean más que hombrecitos y solos atomizados ante el mundo.

Debo terminar describiendo a ese hombre de cortas razones que sale con el látigo no muchas veces seguro, y en eso lo apostrofa un “Bigotudo, el más famoso de ellos” que poca suerte tuvo con las mujeres pero que las odio menos que Schopenhauer. Este quiere al fin con el látigo si las cosas salen mal hacer mierda a la mujer. Porque después de todo quedar en ridículo sería un absurdo. Parecería que la patética idea de la carnicería en búsqueda de un reconocimiento de su deseo, de su prepotencia debería bastar. Allá ellos, disfrutamos, cuando estamos sin babas por lo menos nosotros de pavimentar la selva del recuerdo para que la sepa que hemos intentado no ser dignos de nuestro pasado sino herederos de nuestro presente. El cual siempre termina por ser más inquietante.

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