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Lucia (con los ojos derretidos- “lo míos”):

Un día quise poner un delirio en una caja. Claro esta nada peor. Uno se pone de mal humor; el delirio no entra, se va corriendo y nos deja a todos con la boca abierta de par en par. El jodido quiere libertad, algo que no pensamos darle. Yo veo a Lucia en todas partes, es parte: de la calle, parte de los charcos de la calle, algo que puede estar detrás de cada semáforo. Una imagen que tiene suerte de fantasma en alta definición.

Explicaré como funciona el mecanismo. Lucia es una suerte de veneno, es veneno puro. No tener a Lucia es como tirarse el piso, la sensación de calambres en la garganta sin sentimentalismo. Así hace  que se entienda que su valor casi trasciende lo sentimental.

He hecho una buena cantidad de Lucias cada una con su timbre, cada una a su propia medida. La propia mirada de lucia puede hacer de  una vez que haya destruido las otras ideas. Es decir, Lucia es la espada del patrono, Santiago. Lucia puede imponerse sin estar. Lucia es aquello que presiento cuando necesito tener algo cerca. Una suerte de sensación igual a la de un cigarrillo, la idea de un olor de un sabor ausente y la de una mente que corre por el vacío. Esta conciente de su carencia, ama ese color negro que puede descuartizar las diferencias triviales. Ese negro que parece ser la sangre que se extrae de los granos del café, aquella que mantiene despierta a esa maquina infernal. Una maquina bellísima que aspiramos a que trate de matar, la suerte de una serpiente en el cuello de quien escribe, buscando el occipital para dar su versión.

Rodillas rotas, expuestas, sangre en el piso. Sentimentalismo ausente, pasión por la imagen cruenta. Profundidad del negro. Unión con el negro, una noche que nos puede cubrir. Un meterse en una tumba, continuando las ideas esenciales. Una tierra que se quiere exprimir; una tierra que esta viva. ¿Será esta suerte de porosidad? Esa manera en que la gravedad perversamente se une las cosas una y otra vez. Temamos su fin, su verdadera ausencia, la plena y llena desilusión. La perdición de la luna llena, la suerte de dientes en línea que sonríen para conquistar al fin el espacio.

Sí es un delirio rebelde, va saltando; se trepa en medio de las noches de calor, sacando el aire. Condena a que desconfiemos de todos los lugares. La esperamos con las marcas previas, queremos ya ser impresos. Queremos ser dirigidos, magnetizados en forma en que ya fuimos vistos por su imagen. Ahora queremos que nos perciban, sí a cada uno de nosotros. El delirio se expande, quiere teñir todo con la misma intención, cortando segundo a segundo el contacto de lo corriente. Deferíamos que su piel sea de acero, su pelo de hierro, sus gestos eternos. Así conquistaría la altura de una vez y para siempre, el frío, la indiferencia de los incrédulos, entonces podría no estallar por el simple paso del tiempo.

Considero a este delirio enfermizo, naturalmente ramificado. Sí por ello tengo que omitir detalles los omito. La suerte que me toca es esa. La suerte de conocer Lucia, de ir haciendo muchas lucias iguales que se caen por pedazos, haciendo que la original crezca día a día. La condena del que adora mientras se muerde la lengua. No maldice. Prefiere su pequeña frase, y así repetirse. Acusan entonces de esta forma de obsesión. Acusan entonces de pecado inicial, acusan y acusan. Saben que la suerte de aquella dama es la propia de un pecado, ser necesario y volver a repetirse, cada vez con menos culpa. Puede ser entonces maldito. El delirio se escapa por las esquinas, se mueve frenéticamente. Escapa una y otra vez de mí. Creo que acepta su destino, es falsa su virtud; una moneda rota. La dama pone la fuerza en lo que fija, y a lo que niega desaparece. Dejando en sombra eterna cada cosa que se haga en su nombre, envuelve en silencio a los que no favorece, es la suerte de la muerte por sed. Llamaríamos la muerte si pudiésemos creer en otra vida. Pediríamos mucho más a la suerte que no iríamos contrariando una y otra vez.

Aquella suerte es la que derrite los ojos. La que los hace doler, es la búsqueda en lo profundo el querer ver en medio de aquella oscuridad lo que impide ser de otra manera. Si el problema está en la frente, será en la nuestra porque deseamos; mi deliro y yo besar el paso que ella deja. Queremos seguir la estela, somos presa de la sensación del opio. No hemos consumido el veneno negro pero entendemos que esa imagen, la imagen que cambio la vida de ambos, ha dejado una huella muy extraña y duradera. Por fin tenemos idea. Una idea perversa, extraña, chirriante. Esta se escapa de nuestra cabeza, inflama nuestra lengua retorcida. Es testimonio al fin. Las palabras siempre son cortas con Lucia, siempre han sido cortas. Hay que ser mesquino para intentar pensar que una catarata de frases puede algo. Quien tiene la figura le falta el contenido. Parece que necesitamos de esa cosa, parece que estamos delirando desde la quietud indiferente ante una idea. Un verdadero e insano fantasma que necesitamos demasiado. Ausencia de bondad, una realidad de una miseria, un divertimento. Una insana excitación nocturna, la cual deja los ojos abiertos que no ven nada pero esperan lo que quieren ver.

De todas las cosas que desesperan vale la pena no renunciar a esta. Que los dientes se corroan así mismos antes de perder estos días. Porque uno cree en dioses humanos, interviene en las desmesuradas proporciones, despatarrando una y otra vez las frases aún es fresca. Pura, sus labios negros desesperan e inspiran lo peor de nosotros, el delirio sufre de una insana taquicardia que lo invita al sueño. Un terror nos grada, la presencia de le metáfora por ella misma. Lucia es el negro, la renuncia, el mañana, el principio de la mitad de la noche. La ciudad aplacada, la ciudad decendida. El canto profundo de la tierra misma. Han debatido mi locura, la llaman capricho, chiste, no es osado es cotidiano. Espero encontrarla aunque sé que no va a venir. Pero espero esa es la enfermedad del obsesivo, pensar y pensar mil veces. Esperar, en la propia noche cerrada mientras voy poniendo a los asuntos, letras. Soñar que me invade de una vez por todas, quiero terminar el delirio con fiebre. Seco, ya muy débil. Quiero sus ojos para caerme. Deseo poder descansar.

Esta es la manera de un ángel feliz del cementerio. Frente al primer criterio descriptivo ahora, la luz aquella que siempre incrimina, deja la serie de hilos tensados que engendraron lo anterior. Se pide perdón por la devoción ya hemos robado la imagen, hemos violado con la mirada. Hemos disfrutado, eso es…. Disfrutado. No nos podemos arrepentir.

Un tipo que cuelga con una capucha ahorcado en sus últimos momentos. Espero que aprendan a tener esa idea. Lucia lo ha logrado en mí.

Encuentren ustedes quien lo haga posible. Al fin lo puse al delirio en una caja sin embargo se mueve. Por un momento me asuste. Pensé que ambos estaríamos unidos para siempre. Ahora esta preso en una forma extraña. Pero sueña con salir. Siempre sueña con salir, en vano siempre sueña con salir. Tal vez encuentre la realidad y al fin la despedida. Su misión esta hecha. Todo tiene que ser al fin, ¡un fin!

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