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Las crónicas de la princesa LSD y el 24 de Julio:

“Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo.”- Eva Perón.


Nuestra historia tiene tres vertientes, la de la princesa, la del narrador y de otros fragmentos, ninguno de ellos es la historia real ya que nadie esta en condiciones de afirmarlo con certeza. Lo que si puedo decir es que toda la imagen trata de ser poética, que no había olor a orines, les detallo también la presencia de un cuadro del Che Guevara. El cual según Santoro (Artista plástico argentino) expresó que hubiese sido fusilado por la señora Eva Perón. Hemos elegido a Eva Perón casi por una consternación religiosa, casi como algunos frailes meditaban sobre los misterios de la virgen, he optado por contar una historia empezando con una de las tantas frases celebres de “Evita”. Por eso contaré uno de los grandes ejes de la noche, la perdida de las nociones alrededor del peronismo y todo lo bueno o malo que pueda tener.

También las demencias de un predicador que quiso convencer en nombre de un Perón a toda la concurrencia. Un predicador que le dijeron desde pelotudo hasta trotskista. Pero eso es lo de menos, la luna era llena, lo cual es positivo para la gente de signo cáncer, es también muy notorio que era un sábado un día de descanso. Por otra parte, la ubicación del lugar en un punto no muy populoso ayuda bastante. A decir verdad deja impasible de ser alterado por una gran afluencia de gente.

La predicación poco mesiánica constó de una mesa de buen tamaño donde los polos se cargaron y no hubo judas. Al no haber judas, no hubo ni vencedores ni vencidos. Pero de alguna otra manera había muchas otras cosas, toda la suerte de atolladeros en los que uno se enrosca. Toda esa serie de incidentes, aquellos que logran crear un relato, el genuino caos. Patético puede ser, como lo es sudar. Más no por eso menos interesante. La prédica como dije se tornaba violenta, demasiado violenta pero a la vez débil.

Entonces aquí, la cuña entra y salen de ella tres relatos. El primero dice que lo que conoce la princesa LSD; el segundo es el relato del predicador y el resto son las medias verdades de todos los demás que suman aunque no dan el punto justo de encuentro entre las dos versiones. La pusimos princesa del LSD para se justos a medias, para subirle el rango sin sentido para darle aura, sin embargo compensa todos sus defectos, tiene la poesía de una granada. La de un arma, porque toda arma es poética, las armas llaman a la muerte. Entonces se trata de saberlas usar. Por eso, es tan divertido siempre contar las aventuras de la princesa LSD, ya sea desde que defeca hasta que entona alguna nota. Tanta amplitud de registro vital no se da en toda la gente alguna, inspira amor o compasión, algunas odio y asco. Y otras, pocas tienen la fuerza conjurar todo eso a la vez, desprecio y estima, una guerra en el propio cerebro de la victima. Es decir que ella en su posesión de LSD, expande las sustancias a través de sus gestos funciona como su sacerdotisa. Mil relatos se han escrito sobre las virtudes del ácido no se si tantos sobre las virtudes que con el ácido se potencian. Por eso cuando se escribe no se deben olvidar aquellas cosas, todas ellas suman. De hecho, es esta especie de afecto, intento de lirismo, lo que pone los circuitos a funcionar, la mujer tiene un traje de cables. Esta abrigada con cables, tiene los pantalones con agujeros y el chiflete del frío no es tanto. Es una especie de decadente del siglo XXI al peor estilo ciencia ficción. Ahora digo también que tenía los ojos remojados en sangre y eso era profundamente excitante porque daba ganas de arrancárselos para poder ir sorbiendo la sangre de a poco. Estas formas de compresión de la realidad llevan al canibalismo.

Ella misma es la que se niega a pensar las cosas de esta manera. Para ella, sólo se sostiene que es un error con gracia y por lo tanto injustificable. No podría negarlo, es más no negándolo lo confirmo. Las pestañas de alquitrán apenas se separaban las unas de las otras. No se puede decir menos o mas, casi se la quería prender fuego. Prender fuego de una sólo y puta vez.

Por otro lado del otro lado de la mesa, estaba el predicador, hombre ojeroso, memorioso, imbécil. Creyente de formulas y hombre de entendimiento corto. Adicto al alcohol, compresor de alcohol, quemador de alcohol, un pensante de combustión interna. Claro que eso no dificultaba la batalla entre la idiotez y la brillantez, entre los libros versus el capricho no se puede decidir. El resto miraban, y se hundían en sus propios relatos, evadiendo el meandro de aquella discusión. Es el río de las palabras lo que se logra generar con esto. La sensación, una persona más, una persona que teme a ambos, al capricho y a la razón, al día a la noche. Estaba allí presa de las manipulaciones de los locos empetrolados, los dementes químicos.

La distancia entre aquellos era enorme, nunca se conocen y es en vano que lo intenten. Están hechos de materias distintas por más que hayan pasado por los mismos lugares. Mientras uno busca, el predicador, utilizar las terminaciones nerviosas para terminar de adentrarse en la mente del otro, para secarlo, el contraataque, lleva consigo ir quemando cada una de esas cosas en ese sonido inconfundible de los acentos de un instrumento de una sola cuerda. Es el atropello de las palabras y de los golpes los que acompaña por la pelea por el espacio. Por eso, el predicador hace lo único que sabe hacer para lo único que lo han inventado, intentar convencer. La princesa del LSD en cambio, la mujer intenta, ir desoldando la historia y con esa confianza que da la ignorancia con carisma o las razones personales sobre las librescas. Uno respira aceite y el otro azufre, y el lugar parece una caldera y el griterío se suma, la gente de afuera se altera y dice imbecilidades. Aquí hay una gran Jerusalén llena de judíos postmodernos y cristianos sin escamas. Entonces se habla siempre de lo mismos. De los eternos prejuicios. Las frases van y vienen, cuando el caldero de la historia sólo conoce a las masas.

Tanto el escritor como la cantante, dependen de las masas. Las masas que aman o condenan, que no conocen nada más. Larga vida a aquellas masas. Son todas invencibles por más que se las busque convencer. Eso es lo bueno y lo más prospero. Dijeron que se le derritieron los ojos, y casi cerrados parecían vacíos. Sin duda que era así, el delirio, hacía que todos despreciarán el tiempo y el reloj. Pero el reloj aún vive y elige a quien calzarse. Solamente la droga queda bien en las personas poéticas en las otras es burda muestra de la imbecilidad humana y su decadencia, es en lo extraordinario cuando se fríe un cerebro con gracia. Por eso la desgracia del drogadicto puede ser asar a un infeliz o pender fuego a un ángel. Todo depende del juicio del caso. La princesa del LSD es un ángel, un ángel infame, sin alas, con olor alcohol, un ángel para enterrarse. Un ángel para ahorcar, un ángel para asesinar, para abrir en pedazos para comer sus entrañas. Tanta es la suerte, de que cada vez que la vemos morir un poco la apreciamos más. Queremos que se muera, si todos queremos que se muera o matarla, o montarla o destriparla, esas cosas siempre llegan a mis oídos. Hay que matarla, es un asunto que no se resuelve. Verla morir sería demasiado triste.

Pero eso no es lo importante, mientras su habla se pierde y el susurro se hace interesante como quien se excita al oler la quemazón de una sustancia toxica. Nada mejor que esta discusión, al predicador lo miraban con ojos de plata, ajenos a este mundo que describo. Ajenos a esta cosa que parece una galaxia que se devora a otra. No obstante, era la manera en que este puente se sostenía era el cable el acero, el elemento indiferente pero necesario, la térmica. Aunque sea en parte el entrecruzamiento de dos potencias. Puros gritos, gritos, infames. A medida que el alcohol se iba dislocando e incluso chorreaba por las mesas, la certeza era obvia. Nadie tenía más idea de lo que sucedía, esta no era la tierra de la mujer cebra. Este era el reino mágico de la princesa, en la cual el cerebro iba bajando de tensión. Cuando las atmósferas subieron, cuando el frío del invierno, fue suficientemente puro. Entonces si, se disociaron, porque nada estaba resuelto, la antinomia es necesaria. Más considero que por minutos, el predicador se impuso, dejando a la princesa, en un daguerrotipo en algo que no queda ahora para conservarse. Brutal es arruinar, el rimel pesado de la princesa. Jamás llora, pero sus tripas se conmueven porque ella es la patrona del fatalismo. Un fatalismo que casi es un himno de los perdedores. El drama de una generación que roe los talones de la cultura, tal vez por tener que estar arrodillados con la cabeza pegada al suelo. Una pesadez, la lengua del predicador se lleno de sangre y entonces robó, y consiguió robar, un poco del fuego. Logró mover las piezas, lastima que se odio, se extingue rápidamente y el crimen que pretende no fue un disparo a su silencio. Dicen que sus pómulos de cerámica eran insensibles, ella espera mientras se incendia, y la queremos ver muerta, muerta, muerta por nuestras propias manos. Queremos que se caiga de redondo, de una sola vez. Sabemos de su terror, queremos que exhale ese grito de confusión. Cual si estuviese degollada, al final eso esperamos. Pero el predicador, había conseguido quitar por los medios inversos, no era otra cosa que otro predicador. Un predicador que había hecho un acto de desprecio, cosa que a la mujer no le gusto. Ser el centro pesa, y pesa cuando se cree que ser el centro es el deber.

Podría decirse que el 24 de Julio hubo una revuelta, el predicador perdió las palabras, y la mujer ardió más débil. Palabras a medio caer, cual si un astro pequeño se apagase, cual si una mecha se rompiese. Arruinada, arruinada con esa forma en que esperamos que se arruine. Los otros decían que era tan genial decían desprendía feromonas combinadas con heroína, sólo el THC, señores, sólo el THC, hace que estas cosas se pasen como agua. Porque si fuesen personas violentadas por martillazos publicitarios se tendrían que haber gatillado entre todos como manda la ley. Es decir arrancarse los unos a otros las impropiedades. Parece que esto es casi imposible, parece que al fin de cuentas es un hecho casi inconquistable. No serían cien días de amor, serían un día de dudas, una mujer que se tiraba hacia el hierro, y un predicador que se convertía en piedra.

Por suerte, no se deciden a resolver nada. Todo esto es un síntoma más entre las minerías, de Mr Yorke y la señorita Morrison. El cual carga con toda esta suerte de evacuaciones, orgasmos, asperezas, incertidumbres y que roza la perversidad más grande los textos. Es decir se vuelve incomprensible.
eso era lo de menos, era parte de la vida. Una vida que se iba. Una vida absurda porque veía a las moscas por todas partes de ese cuarto. Miles de ellas, millones de ellas, ¿Cómo podría haber tantas? Mientras tanto esta mujer lo iba mordiendo, sucesivamente, y el sentía que le iban arrancando los pedazos de una sola vez. Así estaba lleno de felicidad y de culpa en una manera que debería repugnar y no hace. ¿Por qué? ¿Quién podría saberlo? Nadie. La verdad se escapa, la mujer, estaba en encima ya no tiene idea si esta tirado en su propio cuarto, pero ahora nadie tiene ropa. La vecina no se preocupa nadie se preocupa, hay sudor, hay moscas. Terminaría convertido en un escarabajo lo duda, demasiado triple X para ser una metamorfosis, hay un delay. Se oye el ruido de una pava hervir, y eso es todo, acaba, se termina de liberar, y se va.

Eso fue, por un tiempo, según cuentan. La vieja a las puteadas, demasiado escandaloso por los gemidos el asunto, que según ella duró horas. Eran simplemente unos degenerados y nada más. Pero días mas tarde, el casero quería cobrar la guita que le debían. Porque esta vez, nadie siquiera salio a rogar que no le cobrasen, llamó a un cerrajero para abrir la puerta del departamento. Ahí fue la sorpresa, no hubo otra cosa que ver a la vecina que era propietaria, que el mismo vio una vez en el consorcio dura como un maniquí sobre el tipo que estaba casi completo menos por la cara que estaba carcomida por moscas. Moscas corrientes, no había sillón, no había restos de la bebida verde, no había moscas extrañas. Nunca se supo demasiado se especuló demasiado pero sin remedio por lo que quedó como siempre como un misterio. Pero nunca se supo que clase de misterio compró el hombre lo que se si sabe, es que hay cosas que mejor, no buscarlas, entre ellas las soluciones a todos los problemas o cosas demasiado baratas.  

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