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Jefe de procedimiento:

Una sala con escasa iluminación, un hombre acusado, una caja de cigarrillos. Dos hombres en total, las sillas enfrentadas. Una luz sobre el acusado, un tipo que tiene cara que nada le importa, ni la vida ni la muerte. “Soy un hombre entrenado”- así se presenta nuestro acusado, su nombre Franz Haus. No se puede olvidar que lo que hizo él es una serie de asesinatos en masa. A nadie le conmueve lo que pueda pasar con él pero sin embargo se busca su confesión, su motivación para dar forma a la gran matanza y que no parezca un simple hecho accidental como el estallido de un volcán. Porque estas son la clase de cosas que conmueven a los estados de una forma u otra. Esta es la manera en que las podemos ver cuando los ojos vacíos de las personas, cierran el diario sin pronunciar palabra.

Su acusador se llama Alba Ricatti, fiscal. Su vida es poner a tipos que como este en la cárcel y no piensa parar, hay que sacar a la basura de la calle. Lo extraño de todo, Franz, el asunto concreto es que este era el jefe de todos los asesinos. La cara del tipo revelada que un ser humano puede vivir de cualquier manera. Por lo menos de cualquiera manera no humana. Se demuestra así que la vida humana puede ser bastante misteriosa, ¿Se puede matar a tanta gente? La respuesta es sí. Él lo tomaba como un ejercicio de eficiencia. ¿Hay acaso dolor en ver morir a otro ser? Por lo que se puede ver en algunos casos es completamente ausente y ni siquiera hay que economizar las muertes. Franz decía: “Las muertes pasan porque pasan” y si no pasarán: “no habría ni estadísticas ni tribunales”.  El hombre mató a diez mil personas en una semana y descanso el domingo obviamente. Aunque según dicen, los domingos salía a cazar patos, es decir, seguía matando cosas. El decía que de día hay que tomar agua. Los que tenía bajo su mando sabían que nunca se equivocaba, era un obsesivo. Todos conocían lo malo de oponerse al procedimiento. ¿Tan difícil era seguir las reglas?

Una vez un idiota como el llamaba a los que mataba por pisar el palito, le arrancó la lengua y se la dio al propio perro de la victima el cual la comió sin pena ni gloria, mientras el dueño atado a una silla trataba de gritar por esa lengua “ausente”. Franz, mataba de todo, si los bebés de los encerrados lloraban los mataba. Un cartel decía: “El silencio es obligatorio” y nadie puede salirse de lo que dice el cartel. El cartel sólo podría ser contradicho por otro cartel y en ese caso, el delegaba la decisión a alguien que estuviese más arriba. Estos seguramente le autorizaban el hecho de seguir matando gente. Pero el no era un sádico, el decía que era profesional, en sus propias palabras: “Se tortura a modo de ejemplo es una especie de pedagogía del terror”.  

La vida profesional de un Jefe de Procedimiento es exigente. Ejemplo que dio que Franz de esto: “Tuve que matar a un policía un día ¿sabe? El desgraciado no sabía que había que disparar en la nuca y disparaba en la frente.” Alba escuchaba y anotaba. Franz no pedía perdón por parte de la ley, él entendía que la ley había cambiado. El fiscal miraba al hombre como un sujeto carente de toda ética posible, era un engendro moderno, un asesino que no tenía grandes excusas. Sólo tenía un manual, un libro rojo. O un libro negro. El mismo hizo unas sugerencias para el manual para que fuera de más fácil uso.

Una narración se rebelaría contra ese contenido el cual parece simple y llano. Lo malo es que simplemente era un tipo que mataba de acuerdo a lo que decía un libro, es decir el libro del libro de los muertos. Las preguntas avanzaban pero nada sorprendía. Todo fue registrado con minuciosidad, cada ser humano muerto fue registrado. La cara de Franz mostraba todo lo que tenía que mostrar satisfacción por su trabajo. La satisfacción de un genocida es una cosa rara, muy rara para la gente que lo lee desde afuera. Alba por su parte sudaba mucho, parte de su sudor era tener que registrar cada barbaridad que decía este hombre. Casi se estaba condenando pero el gobierno quería todos los detalles, las cosas políticas son así, se iba a hacer un libro un monumento exhortando a la moral frente a asesinos como este. Uno puede dudar, Alba duda que tuviera mucho sentido. Pero esta son la clase de cosas que ponen los pelos de punta son un nuevo Apocalipsis, el fin de los genocidas es una promesa que se tendría que cumplir.

La cara hundida de Franz era un poco irritante. Todo lo que hacía era hablar con monotonía, su vida era así. No tenía molestia alguna, el mismo mató a su mujer por salirse de la norma del libro. Según sus palabras: “Linda, buena y todo los demás pero demasiado desorganizada”, la ahorcó y la puso en el mismo horno que todos los demás. Alba pensaba en la suerte de que ese hombre no tuviese hijos. Por algo la vida se consume de esa manera con estos grandes criminales, casi son artistas. Son una forma más de expresión y dedicación que todo lo invaden. Su crueldad es una serie de razonamientos errados. Franz tiene ese buen gusto para poner los cadáveres de forma seriada como si fueran la carne en un negocio, casi sueña con llenarlas de plástico y guardarlas en una heladera. Esta es la vida del Jefe de Procedimiento. La última junta los creo para poder centralizar sus problemas en una clase de hombres.

Los datos eran bastante netos, 55 años y asesino de más de un millón de personas. Era un record interesante. ¿Por qué nunca intento ocultar nada? La respuesta obvia y extraña era que no le importaba, la impunidad no es el poder, sino el miedo de los otros. No tenía miedo de morir. Escapó porque esa fue la orden y al final se entregó porque otra orden lo indicaba. No tenía miedo de la gente ni de la justicia, simplemente hacía lo que decían. Alba simplemente pensaba que ese hombre era aberrante. Nunca se supo cual fue la cosa que hizo que este hombre tomará este papel ante la vida. Ahora ya era demasiado tarde. Las cosas pasan y los grandes crímenes son así. La sonrisa sería de esa forma, una amplia sonrisa en la cara de un genocida cuando no sabían que mas decirle. Parece que Franz ama la estupefacción de la gente. Es su santo grial.

No obstante Franz era un hombre corriente, un hombre que sobrevivió al procedimiento y esto fue por la ineficiencia de este. Al principio los desgraciados que usaban a la gente como animales no eran suficientemente dedicados. Uno de los tipos que pasó hasta el final fue Franz Haus. ¿Por qué sobrevivió? No se sabe, la clave sería esa disciplina de hierro, perdió treinta kilos, pero miraba con recelo a sus carceleros. Esta es la manera en que un tipo como este es engendrado. Apenas salió, le dieron un premio porque el plan de reeducación del régimen tuvo cuatro personas exitosas. Uno de los desgraciados que estaba ahí dijo que nada sería mejor que poner a este tipo a hacer todo el proceso que había visto. Justamente esto fue lo que ocurrió, estos hombres aparecieron en los medios, caras duras, sin miedo y sin sentidos. La palabra de los cuatro: “Gracias”. Cada uno le asigno una división. Al tiempo, las maquina de matar trabajaban cuatro veces más rápido. Incluso al final Franz, fue matando a todos los antiguos miembros del procedimiento. Estos eran blandos y borrachos, dormían más de cuatro horas. El genocida pudo hacer esto cuando pudo crear su procedimiento para disciplinar guardias. Al tiempo, todos eran pulcros asesinos. Era la imagen de un frigorífico y no la de una cárcel la que se podría ver desde lejos.

Alba, sólo tenía aliento para seguir escribiendo. Es decir, la victima o lo que sea que este hombre piense que es, engraso y amplió la maquina. La Junta estaba feliz, al tiempo, Franz vivía muy bien. Su mujer que había temido perder a su marido conoció por poco tiempo una casa lujosa y la buena vida, antes de morir claro esta por su marido. Haus, tenía esa manera de moverse, siempre que pudo comió lo alimentos más caros. Tal vez esto fue por la repugnancia que le daba la comida que servían en estos centros de detención. Él y sus oficiales, comían enfrente de los barrotes, donde la oscuridad los miraba, los presos no querían verlo a Franz a la cara. Ahora el juicio iba contar esas cosas. La gente que sobrevivió de otros campos haría analogías de estos procesos. Pero en verdad el más exitoso era Haus, el resto terminó mal, uno de ellos se mató al tiempo. Los otros, tuvieron conflictos con el régimen y fueron muertos.

Así fue la vida en esos diez años. Navidad se pasaba en el centro y año nuevo también. En el árbol de navidad puso los anillos de los “idos”, y estos iban de regalo para la gente del partido en navidad como una carta que decía: “De los dedos enemigos para usted”. Franz tuvo siempre una forma de planear muy sana. De hecho tenía en una casa todos los documentos de aquellas personas. También gozaba de tener una libreta que contaba algunas cosas que le parecían importantes de recordar ejemplos de ello: A la mujeres usaba palabras como: simpática, molesta y maternal. No obstante en la cárcel de Franz, Ningún preso se hacía el loco. Nadie hacía nada si el no lo decía, hubo un intento de violación por parte de dos hombres contra una pendeja. Franz no dudó, la pena se dejaba a cargo del jefe de procedimiento. Franz se indigno tanto que por medio día, se suspendieron los suplicios. Se vació el cuarto grande de torturas se llevaron reflectores y se puso a cabo el procedimiento Haus número uno. Este se basaba en el criterio de la pena máxima: “Todo Jefe de Procedimiento tiene el derecho y el deber de pensar la mejor manera de mostrar y demostrar porque es importante que las normas sean limpias y claras frente a los subversivos y subordinados”. De esta manera los dos acusados les arrancaron los genitales y fueron obligados a que se comieran lo de los otros. Del otro lado el público fue obligado aplaudir. Franz, al costado narraba lo bueno y lo útil que era seguir las simples normas que en ese establecimiento seguían. Ya que las consignas eran estas, si sobrevivías, serías libre, si morías podrías por lo menos no ser humillado.

Siempre recordaba que ellos eran parte del estado y nadie puede por encima del estado. Esta es una de las frases que uno de los empleados recordaba con bastante exactitud: “Un hombre en sí no vale nada, la vida es un acontecimiento pasivo. Son las normas, ellas son toda la sal de la vida. Seguir y obedecer, incluso en la muerte, incluso en la muerte.”  Franz era el prototipo de todo facho, todo facho complaciente pero en este caso con el suficiente respeto por las formas. El mismo se lo aclaro a su confidente judicial: “Mientras los otros cerdos, se plantaba con banderas, violaban mujeres y tenían motines. Los míos tenían todo ordenado y casi era un chiste pensar que estábamos en el mismo bando. A nosotros nos respetaban por miedo y por eficiencia, a los otros los despreciaban y no los mataban por el simple hecho de que estaban armados. Era simple y llana ridiculez. Esta es la manera en que hay que hacer las cosas. Uno no gana un sueldo para nada.” Ni que hablar, el h tipo era un demente o simplemente era demasiado hijo de puta para cambiar. La suerte igual era que tenía una suerte de tenia acida para tirar: “No tendríamos que haber hecho tanto pero la burguesía los pone, la burguesía los saca. A mi me lo mismo gatillar a un genio que a un delincuente, a mi me dicen el volumen.” Mientras pasaba el tiempo se iba llenando el cuarto de humo y el cáncer de pulmón se iba a llevar a Haus antes de tiempo. Por eso, Alba tenía que seguir llenando. Preguntó el fiscal- ¿Cuántos cree que ha matado?, Franz necesito saber si directa o indirectamente, ella le dijo que de todas las maneras. Entonces pudo decir que con precisión más de cuatro millones de personas habían muerto en un periodo de diez años. Un millón directamente y el resto en los diversos centros de todo el territorio, los cuales el termino administrando cerca de la mitad del tiempo. De alguna manera esta mente criminal fue derivando a sus encargados en todos los lugares. Los imbéciles se creían dioses eran reemplazados por asesinos en serie. Los trajes negros, los autos negros, y el temor de la gente en la calle cuando iban caminando de un lado para otro, son las diapositivas de esa época. Lo bueno de esas épocas tal vez pensaba Franz, por lo menos esos pensaba el fiscal. Pero la verdad es que no parecía afectarle el estar preso, de hecho en el presidió la mayoría de la gente que estaba allí cuidando delincuentes le conocía. El jefe Sergia siendo respetados. Después de todo tuvo la generosidad de firma y declarar que el había extorsionado a esas ochocientas personas para que hicieran lo que tenían que hacer. Lo cual no era cierto, se puede ver que esta gente vivía en cómodas casas y en condiciones mejores que la mayoría de las personas. La sonrisa de Franz cada vez que iba de un lugar a otro de las cárceles le recordaba que de alguna manera él las había perfeccionado.

Alba tenía ganas de preguntarle como era eso de ser odiado por todo el mundo. Pero no quiso hacerlo tenía miedo de que el cinismo le ayudase a que el mismo lo matase de un golpe por la espalda. Haus, tenía siempre con el su libro. Es más pidió que si lo mataban tuvieran la deferencia de arrojar el libro con él fuese a donde fuese. ¿Por qué tanta perversidad? No se podría saber. Lo que si sabía era que los amigos seguían porque cosas le llegaban a la celda y él cuando no sabía que hacer con ellas se las regalaba al resto de los presos. Lo extraño era el papel de Alba de un lado para otro pensando que estaba en la antigua ratonera de Franz y que quizás nada era lo que parecía.

Uno de los grandes misterios que ocurrieron con esta historia es que al final Franz se cargo a la junta entera. Una orden confusa se dio y esta decía que el gobierno ya no era más el gobierno, un grupo conspirador había cooptado la mitad de los medios. Franz, en uno de los misterios cumplió la contraorden y considero a la Junta traidora de la causa. Los buscó y los mató una noche de enero. Así uno de los grandes asesinos del sistema se llevo a los jefes y quedó virtualmente como uno de los responsables. Mientras los conspiradores llevaban las primeras planas. Franz se pasaba el tiempo en su casa en medio de unas vacaciones casi vitalicias. Hasta que le llegó la carta que le decía que tenía que declarar. En ese momento y con un traje que metía miedo entró a las oficinas de la policía, donde la mayoría de la gente lo conocía, entregándose. Así fue como casi dos meses atrás entro a este penal. La prensa por órdenes expresas del gobierno no habló con él. Ahora las paredes de las calles se llenaban de insultos contra su persona y todo lo querían ver muerto. Alba sólo retrasaba ese proceso y por eso, todos juzgaban que era cómplice, y a la vez pensaba que el gobierno era muy blando con el genocida que paradójicamente los había llevado al poder. Esto a veces demuestra lo complejo y confusa que puede ser la historia. ¿Era necesario juzgar a los tipos como estos? Puede que lo sea, porque de esa manera se veía toda la verdad. Verdad que no podría ser dicha del todo, el nuevo gobierno estaba en parte integrado por ex miliares y ex policías. La victima era Franz Haus, el Jefe de Procedimiento. Su traje negro, sus botas brillantes, la gorra que casi nunca usaba y que llevaba bajo el brazo.

La risa espantosa que tenía y la manera en que no podía parar de reír por varios minutos cuando le recordaban que su situación era muy mala y que el castigo iba ser ejemplar. Se sentía que el mismo había inventado esas palabras y eso le hacía gracia. Nadie lo podría joder del todo. Su manera de plantarse ante la realidad era esa. Por extrañas razones sólo cumplía órdenes. Nunca quiso quedarse para siempre, y su cuerpo mostraba los tormentos que el mismo le había hecho a los otros.

Pero el interrogatorio seguía. Un guardia trajo un sándwich enorme de salame y queso para el jefe, si su ex jefe. Casi lo miraba como pensando que eso era un idiotez y nadie entendía como Haus se había dejado atrapar por esa manga de incompetentes. Algunos países le ofrecían asilo. No tardaron en llegar ofertas y personajes casi tan oscuros como él pasaban por su celda. Alba tenía que sentirse bastante frustrado y de hecho lo estaba. Nada de lo que allí se hacía era justicia. Se podría ver como Haus mostraba la cárcel a los morbosos visitantes millonarios y había fotos de aquellas cosas, que misteriosamente desaparecieron en el mismo penal. Alba pensaba que todo lo que había recogido iba ser desestimado cuando llegará la hora del juicio. Nadie iba revisar con detenimiento, todo era una cosa facciosa, matar a un hombre que ya nada le importaba era un trámite. Es decir parecía que se le daba la razón a lo que el mismo había predicado. Alba pensaba sobre esa necesidad del estado asesino. Pensaba en la gente que estaba feliz por todas las muertes en todos los momentos y que siempre esperaba nuevos patíbulos para ver desde su casa en la comodidad del living y para indignarse siempre.

La burguesía tiene esas cosas. Las cosas tienen que ser dichas para no ser oídas, porque las respuestas ya se las tienen. Ahora desentierran a los muertos viejos, y les hacen homenajes. Aunque no desearon parar las matanzas. El creador del horror se iba a juntar con sus víctimas. En medio una suerte de industriales vería un monumento a la concentración, un granito indiferente. Alba era un prometeo legal tenía que hacer la suerte de pobre hombre, debía llevar la ley a la carnicería. Esta es la manera en que la venganza se venga de la gente cualquiera. Hubo industriales muertos, esos fueron las víctimas más notables. Algunos hijos de ricos, también estaban en las manos manchadas de sangre de Franz. ¿Puede que a Haus no le importe la infamia? Nadie cree que le importe. Este era un hombre que camina por la cárcel sin guardia. Alba empieza a dudar que no escape de la cárcel porque no quiere. Nadie se queja cuando el amor del terror esta en la casa, ningún preso común quiere que el jefe se levante de noche de mal humor y le diga a sus ex-empleados que hagan lo mejor que saben hacer. Esta historia no es un accidente. Un preso que se trastorno en el camino tiene el poder armado de un país y no hace nada. Todo esto debería poner los pelos de punta pero nada pasa.

Por algo se empieza, pero nunca se termina de depurar completamente la idea. Ya se ha instalado, una de las cartas del estado, es la gente como Franz. El trabajo es incómodo poco grato pero hay gente que lo hace. La pregunta es si los socios, lejos de allí sienten algún pesar o andan por el mundo comiendo y bebiendo pensando que después de todo, los capturados se lo merecían. Alba, no puede decir nada de esta gente porque en el fondo son los que le pagan el sueldo. Lo que si sabe es que el libro no se destruyó sino que hay copias en las comisarías, y en los barrancones del ejército.  La frase era dicha entre los lugares, y en los baños de los empleados del penal se hallaba: “Un hombre en sí no vale nada, la vida es un acontecimiento pasivo. Son las normas, ellas son toda la sal de la vida. Seguir y obedecer, incluso en la muerte, incluso en la muerte.” Alba pensaba que de alguna manera, había creado ya con el paso de estos diez años cientos de estos jefes de procedimiento que ahora dormían esperando que su época vuelva.

Este era el miedo de Alba un miedo que no iba ser cubierto por matar a este hombre. Ya que de alguna manera ya había una pedagogía perversa. Esta era la suerte de las fuerzas de seguridad. ¿Quién va a matar a estos más que sus sucesores? Ellos se ríen. Franz, conoce que su destino es ser el héroe de sus hombres. Podría decirse y eso se ve en las miradas cómplices de los guardias que de alguna manera ellos darían su vida por él. Mientras que el público los putea como cuerpo, ellos ven como su Jefe, se la banca sin inmutarse. Inspira esto a estos hombres para salir a ponerse ese traje negro con las botas brillantes.

Nada molesta al Jefe de Procedimiento, la muerte tecnocrática es lo que ha regido su vida. Casi hay una monografía. Parece que mucho más se esconde, aunque el no va tirar nombre, nadie se va con él. ¿Quién se va animar a correrlo? Todos tienen un poco de cagazo. Los dientes partidos pero brillantes, terminan el sándwich, y se lleva el plato. El hombre esta con la realeza. Este es su hogar. El presidente dice por televisión que nada de esto volverá ocurrir pero eso no se cree cuando se mira la cara de Franz Haus. Este es un nombre cualquiera que se va tiñendo de color, color rojo a medida que pasa el tiempo. Pero es un apellido común bastante común por lo que no podría quitarse del medio. Es que Franz Haus, es un hombre común jefe de una maquina de asesinar personas. No es un dios, no es un genio. Sabe poco de todo, menos de matemática y de administración. La manera simple de ir a la oficina y volver al hogar.

Era el tiempo de ir terminando con el día, el último día de interrogatorios, el juicio estaba pensado para cuatro horas. Las primeras tres eran presentaciones de cargos y material por parte de todos fiscales. Luego estaban cuatro sillas, una sólo sería ocupada por alguien ya que los otros jefes de procedimiento habían pasado a mejor vida. El jefe de la corte, conocido de Franz, va darle la pena de muerte y va a volver a pasar su última noche el penal. Por suerte para todos presenta una sorprende docilidad, cargar con la pena. La pena de ser un mártir de los genocidas, y Alba sabe la verdad. Sabe que estos penales, tienen escritos en las bases de sus ladrillos, la cara de Haus. Por algo las cosas pasan como pasan. Terminó cerró, la carpeta, la abrieron la puerta. Al tiempo, detrás de él y muy próximo Franz Haus, caminaba sin intimidar a nadie. Su ropa de recluso, cosa que el sólo llevaba parecía una parodia.

Así pasaron las horas. Llegó la mañana. Alba llegó a la Corte. Primero, siete jueces, periodistas, muchas personas. Muchas personas que necesitaban respuesta. Pibes que no sabían bien la historia. Antiguos conocidos se hacían los extrañados. Muchos fingían estar enojados. Pero no era cierto, había que hacerles creer a esos que los habían perdonado que el mal estaba en un solo hombre. El mal tiene a sus enviados, a sus mimados, a sus locos. Por eso, Franz entró con su traje negro. Silencio, todos ahí sabían que por poco ese hombre se podrí haber quedado con todo. Este hombre mato a la junta. Sin junta. ¿Quién mandaba? De repente elecciones, y un presidente extraño. Parecía la contra, un demócrata. Pero el país tenía democracia, parecía que no. Los dueños de los diarios, cambiaban las fotos. Pero los titulares en los mismos: “Condena” y “Muerte”.

Por algo, estaban todos allí. La iban a juzgar por ser el rey de los asesinos, el que trajo el reino del terror. Bueno parecía, la curia no miraba, observaba para el techo. Esta fue la clave. Tres horas de cargos y fotos, casi un homenaje. Franz duró como una piedra. Casi se aburría tenía que verlo todo de nuevo. Parecía que le iban a dar un premio. Luego el propio Haus, aceptó los cargos, era demasiado evidente que las fotos probaban todo. Al fin los antiguos amigos, los jueces, dejaron todo claro. Culpable por crímenes contra desde el estado en el estado. La condena la muerte. Franz estaba ansioso por saber cómo lo iban a invitar a la muerte. La luz de las cámaras le daba un aura que nunca había tenido en su vida. Televisión nacional, cadena, ¿se puede creer?

Ahora, el tipo tranquilo. Tomó el vaso de agua gratis en la mesa. Saludo a la corte como se saluda a los jefes. Las puteadas desde el fondo de oían. Así se termino el juicio, tres canas adelante, tres canas atrás. Así se fue por el tribunal; las cosas ya están dichas.

La noche, la última noche. Once guardias que llenaban las esquinas con ametralladora. El jefe, comiendo, una cena suculenta, la carne picada. El traje negro una luz potente, un lugar sin imágenes. Esta no era una escena para los recuerdos. Franz dejó la gorra en la mesa diciendo: “El que la quiera se la queda”. Nadie ponía cara pero los once se iban a matar por la gorra del Jefe. La gorra del Jefe, era casi mitológica. Terminó de comer, se bajó el vino que le llevaron. Al final, los hombres, los supuestos guardias. Le decían que no era necesario que muriese, no era necesario. Le dejarían huir, o matarían a cualquier hijo de vecino para que dijeran que el se había ido. Pero el Jefe mostraba que el procedimiento no se puede romper. No se puede, si se rompiera, los tipos como ellos, tendían dudas. Era la hora de que se hiciera lo necesario. Terminó. Dejó la gorra en la mesa y se fue. Se fue sin miedo, era el mismo de siempre, señor de sus guardias.

Durmió, tranquilo, las ocho. El hombre con el traje y el libro. Un patíbulo, una cuerda. Varias luces, un cura que no se presentó a la confesión. La gente del penal. Un saludo al verdugo, un saludo contestado. Una mirada. Unas últimas palabras que nadie registró pero que se dirigían a la gente que estaba allí y que de alguna manera agradecía que lo acompañen. Uno de los periodistas censurados dijo otra versión. Lo que dijo Franz fue: “Hoy hemos vencido somos la ley”. El Jefe de procedimiento se puso la cuerda en el cuello no se tapo la cara. Puso el libro al costado. La trapa se activó y se quedo seco al rato.

Este fue el fin, Alba, no tuvo suerte. Lo despidieron y tuvo que vivir de una pensión de invalidez cuando un día fueron a su casa y lo robaron. El jefe según dicen algunos fue enterrado en medio de los milicos. Otros dicen que lo tiraron en una fosa común, otros dicen que lo quemaron. La gorra se vendió por millones en una subasta. Su nombre fue quitado de las partidas de nacimiento. Su lápida fue borrada. Lo único que quedó fue el juicio y una partida de defunción de N.N.

Esta era la historia de un método. De una genealogía de hacer crímenes. La historia ahora, puede leerse en manuales y no parece tan tremenda, casi pasa desapasionadamente por las aulas. Se toman pruebas de historia donde se habla de la historia, de la obra pero no se habla del autor. Esta es la historia del cazador cazado, la historia de un engaño. Todavía se ve en las fuerzas de la ley, esa suerte de dientes de piraña. ¿Quién sabrá porqué? El miedo, esta en las personas que no deberían temer. ¡El Jefe vive! dicen algunos desplazados por el nuevo gobierno. Gritos de esta clase causan espanto porque que no hace tanto, el jefe con su libro se paseaba por la ciudad a cualquier hora del día yendo de casa en casa. Sin otra cosa que el silencio por enemigo. Los vecinos que no miraron y la gente, se han olvidado de él. Pero sus secuaces que le envidian que su muerte le deje en paz, ahora son parias. Esto fue el relato que Alba dejó para sus propios hijos. Pasado ya tanto tiempo que no tiene mucho sentido extrañarse que parezca una fabula grotesca y absurda. Un cuento de terror o miseria existencial. La memoria es difícil y discontinua, la gente piensa que nada pasó. Mira los semáforos y la noche. Todo es regular. ¿Será que son la ley? El Jefe no parpadea. El Jefe no existe, o mejor dicho, parece que lo han esfumado del todo. Era un conjunto de locos que nadie conocía al mando del demonio. El libro ha quedado en las librerías, y cada tanto un agente poco escrupuloso lo vende muy inflado tanto adeptos como a coleccionistas.  

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