Hija de un coagulo de sangre. Perfecta como una hemorragia con sonidos afinados. Sus ojos tenían el misterio, su boca era desértica. Mi cerebro estaba débilmente electrificado, las extensiones eran casi impensables. Empezó a sangrar, su columna vertebral se ramifico en forma de cosas que pretendían ser sólidas. Desde mi propia frente en el mismo espejo que me solía ver.
Ella, Portugal, surgía como un ramo de grandas. Sangrante y absurda. Pero ya era todo indiferente, ya no era dios sino una creación de mi persona. Era una cosa más, frágil, destripable como una muñeca. Claro eso era profundamente divertido. Si unos ganchos le podrían haber arrancado el útero. Pero de allí nacería otro Portugal. Mi hermana imaginaria, primer recuerdo, delirio congénito. Hoy, sombra.
Vomite para respirar mejor, mis ojos se desorbitaron, el en suelo. Mientras mi cráneo se fundía con el piso, pude ver crecer a Portugal hacia arriba. Todo lo que ella hacía era extraño, los ojos iban a la máxima velocidad de una punta hacia a la otra. Había olvidado a las buenas drogas por lo que solo quedaban las malas. Una de ellas estaría con esto.
Los dientes de Portugal me mordieron las orejas y porque estas no se salían fueron voraces. Yo sonreía mientras era ingerido de la forma más horrenda por mi propia obra. Todo era sublime. Sin embargo su boca era el desierto. Conforme se descascaraba, tuve una sensación. Era la locura pura. Ella uso sus puños contra mi cara, eso alteraba mi visión. Parecía horrorizada, ella antiguo dios parecía ahora muerta. Una maldita cosa. Una cosa mortal, supe que ella misma miraba con timidez. Ya no podría hacer otra cosa. Así se engrosaba sucesivamente en la forma más peculiar. Ya no se podría hablar, los gritos de Portugal eran como las peleas entre las galaxias, ferozmente inútiles, mágicas y delirantes. Poesía en la muerte por medio de la luz.
Los dos íbamos a morir; ninguno podría ser independiente. Cuando ella separó más su columna me quede sin tórax, su vientre se estiró. Parecía que iba reventar, era hora que ella me dejará y yo fuese una suerte de constelación de moscas. Yo mismo la ayudé con toda mi fuerza impacte su rostro, conforme a que me retorcía. Sí era un insecto que se muere, una cosa que lucha por vivir mecánicamente. Le rompí la cara, ella era ahora una suerte de cosa aborrecible. Usamos nuestros propios brazos para alejarnos de una vez. Logrado esto, dos pedazos, informes respiraban. Sólo había ruido a pasos.
Durante años fue sin duda uno de los elementos más importantes de mi propia vida, tendría mi mente como dueña, era mi dios. Mi único dios, ese omnipresente, esa cosa que se escapa de mi boca. Luego sobrevino el horror y la indiferencia. Una bala, una suerte de metal no otorgado por mi voluntad. Propició que fuera una espora. Ella su versión más pura, una verdad de una realidad, murió en pos de su independencia.
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