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Pocillitos:


Cuando un texto se incuba demasiado se muere. Un tiempo mata un texto y entonces acontecen otros, cuando hay mucha mortandad de textos. Hay un texto que viene al final y los va devorando uno a uno. Como si sus miedos, si sus repliegues, no tuviera otra razón de ser. No podemos pensar el objeto, si no podemos pensar el objeto de nuestra pasión acariciamos con palabras lo que acontece. La confusión eso es lo que nos ha fascinado. La verdadera confusión si la vida no tiene un a donde ir, tendremos que flotar y no verternos, ansiamos verternos, secarnos y desaparecer.

Podemos vivir una vida en un tiempo, en un tiempo justo. En una naturaleza redundante del tiempo. Se puede encontrar sin buscar, hasta que punto se podría encontrar sucesivamente miles de cosas. Podríamos decir que el sufrimiento inervado es genial. No digamos, otra cosa. Otra cosa sería pensar y quedarse allí, disfrutando de una mezcla de frío y mosquitos. Algunas razones, pocas, razones, son superiores. Hay una tentación hacia lo humano. Una tentación que suele preguntarnos muchas cosas, en medio de los debates somnolientos que se dan entre los hombres polvorientos en una historia que se debate entre carne y ser. Una historia que reclama para sí autenticidad y a la vez éxito. Una historia que pide sufrimiento y felicidad, que pide tantas cosas que no puede esperar que las cabezas no hagan otra cosa que fugarse. Esta fugaz cada vez menos deseables lo único que hacen es ponernos la propia muerte en la punta de la nariz. Sin otra opción. Sabemos que todo lo que queremos puede irse, ya no importa si lo queremos por bien o por mal ni cuan sádicos somos en nuestro querer, sino que despertamos a esa idea tan molesta de tener por cierta la muerte de todo, incluido nuestro deseo. Aunque esto; ¿tiene que ver con algo? Sí tiene que ver, hay una tentación de que las palabras, se nos enajenen que se nos rebelen que hagan la gran suerte de “Aprendiz de brujo”, libres a su designio, se combinan de manera espantosa en combinaciones absurdas. Ellas inventan nuestros dioses, y nos rajan la realidad siempre que pueden. Así vamos despertando cono cada día más miedo a todo lo que ocurre y pensamos que si debajo de nuestra piel ya somos escarabajos. Lo peor cuando miramos esperamos que esa sospecha se transmita y se traspone de una sola vez.

Nuestra vanidad se genera en parte de nuestra mejor intención, no parecer débiles sino que ser aquello que se dice poder querer, el poder. El deseo, ciego aquel que se nutre de los cuerpos ajenos y de su sangre. Este sueño perverso es el que acuna los desastres, la vida es tragedia y no tiene sentido buscar más allá otra respuesta. Porque la tragedia no nos puede calmar, porque estamos en plena lucha entre presente, pasado y futuro. Nuestras misiones se disuelven por éxito o por fracaso, nuestro cuerpos ceden. Reímos entonces, podemos reír. Sabemos que reír es una exhalación brutal de nuestra “alma” aquella falsedad que nos trajo al mundo. Pero esto puede tirarnos en una cama y hacer pensar que el movimiento no existe. Pero claro que es así, aunque no sepamos a donde vamos si corremos, nuestro corazón se fatiga. Lo mismo pasa cuando terminamos de saber cosas que no nos responden nada. Lo mismo pasa cuando devoramos lo que tenemos cerca, cuando nos volvemos monstruos anti-humanos en una crueldad que nos hace despegarnos de los seres humanos para no llorar. Todas estas cosas pasan cuando no se refugia uno en otro que ya ha pasado para tener un manto cómo y ver que tal vez la propia mente limitada jamás encuentre siquiera una tentativa para la vida medianamente afable. Cuando se da cuenta que corre en un pasillo inútil.

Si huída no es otra cosa que asumir que se esta a punto de perderlo todo, si no cree que ese altruismo le pueda ser recompensado si duda de la emoción como una trampa más. ¿Qué queda? Un juego estéril del lenguaje, o seguir buscando en caras o palabras ajenas aquel misterio que nadie puede vencer que es terminar pasando el tiempo en un lugar sin respuestas. Pero caso que es menor. Lo peor siquiera no es eso; sino que luego pensamos que eso es todo. Pensamos que nuestro heroísmo es meternos a lamer la pelusa de nuestro ombligo. Sin embargo miles de nubes negras, descargan siempre sobre nosotros aquellas marcas de la angustia que podría venir de alguna parte. No podemos ser justos con el padecer ajeno ni con el placer propio. Por eso hay textos que llegan a comerse los anteriores y sus teorías, además de sus imágenes. Hay momentos donde ya no importa ¿qué se quería escribir? Ni que se escribe, sino el hecho de seguir escribiendo como si la silla donde se escribe y el que esta sentado arriba estuviese encadenado. Por eso muchos no pueden escribir; porque no pueden aceptar que sea en vano lo que escriben. Tal cual se sabe desde el principio, el arte es inútil. Prurito querer llegar más lejos. Mentira del “artista”; mentiroso crónico que ve una mujer y piensa que es dios, o que un dios y piensa que es mujer. Porque para el caso da igual, quien no podría con justeza pedirse un dios. ¿Quién no llamaría a eso un consuelo? Quien no podría creer que en la sociedad postmoderna, solo quedan dos caminos, la extrañeza de un mundo creado por otros para recorrer como un silente observador pétreo pecaminoso en la quietud. O, ser otra cosa, un buen hijo de Boris, cagarse en todo, decir que así sea. Rezar debajo de una tetas, una continuidad de besos. ¿Cuándo digan si es amor? Se tendrá que responder que es simple postmodernismo. Simples letras, de una época sin brillo donde sus alabanzas y sus comedias se parecen.

Hay veces que nada mejor que pensar que somos feos. Feos que se encaman, feos que se muerden, feos que se pierden. Feos en actitudes irreverentes y masturbatorias. Feos porque pueden ser lindos si lo quieren pero no están determinados. Por eso la práctica inhumana de la existencia. Si no se sabe de otra cosa del silencio, de olor de los cuerpos. De la no necesidad de andar, sacando cualquier cosa por cualquier cosa. De parar la película que se nos ha adiestrado. La cuestión es verse fallar, y comprender cosas. Comprender el silencio, comprender que nada esta demasiado junto con nada. Comprender que cada cual hace una sinfonía egoísta y que el aproximarse es síntoma de barullo. Saber padecer, padecer lo que sea. Porque eso señores es la nada, uno puede hacer que el abismo como dijo el polaco “prusiano” maldito mire en uno. Cuando tenemos en vacío en los ojos. Sólo queda absorber la humanidad ajena, incluso cuando cierra sus ojos y duerme. No se trata de otra cosa, ya que la muerte no existe. Que no somos en la muerte, la muerte de hace vida y hay gente que buscando la vida en todas partes tiene lo ojos de la parca. Preguntándose casi con maldad, ¿No será ya tu hora?, ¿la mía? O la de aquel…

En ese plano es muy difícil tener moral, tratar bien a la gente en esos casos equivale a cosificarla. Por eso, sin un deber ser, entregados a una mezcla de ponencias, estamos siendo sufridores al pedo. Recordemos que el cristianismo venía salvarnos y el capitalismo a darnos la felicidad, pero el que ama la belleza. No puede ni quiere ser por siempre feliz, quiere que las tripas se le muevan contrariamente a su voluntad. Quiere la crueldad, quiere matar y morir pero no como un animal. No quiere ver eso. Quiere pensar, quiere pensar ese en vano en forma de cuerpo ajeno. Una verdadera objeción a nuestro en vano, una verdadera limitación de aquel. Ya que el solipsismo nihilista sigue en una especie de ruleta rusa bastante patética. Odiamos a los culturosos absurdos que reaccionan ante la superabundancia de palabras en una indiferencia arbitraria. Como dignos hijos de la época de lo criminal estamos en otros planes. Preferimos otras clases de invasiones, no es la de la fantasía cuasi absurda de un affaire. Una especie de juego, no, mejor un drama, si una locura de peluquería con todos sus conflictos.

Mejor pensar que las cosas pasan que las manos se guían pero que no se coge por nada, sino que además en la síntesis de todo eso que pasa. “Dios sálvanos de un culto que nos comente en doscientos años”; diremos con justeza que nuestra falibilidad era lo mejor. Nuevamente en un colchón, quiere un absurdo para un escritor, alguien que le diga que no sueña con escribir y con no publicar. Quiere el mismo absurdo para un mal escritor, que el supuesto escritor nunca llega a publicar seriamente nada y entonces esta casi en el mismo plano que lo desafía. Nunca se puede pensar que estas cosas son gratuitas, es la eterna dialéctica del amo y eslavo. De amor al esclavo, y del esclavo al amor. Un amor que es infame que parece igual que los genitales hinchados de sangre. Cosa que no soluciona la propia personalidad, quizás no somos peores por suerte. Quizás nunca buscamos ser mejores.

Hay veces que somos peores pero más felices. ¿Cómo podríamos serlo? Bueno justamente es la doctrina de las bestias que son felices porque no les importa una mierda toda la historia que esta atrás de ellos y apenas les importan ellos como los demás. Se trata de eso. De la anticultura, coger y contar como alguien se aferra a un brazo de otro tiene que llenar el espacio de los encuentros de los inmortales o de la idea de que somos la mierda destilada de la cultura. La cual no tiene otra función que seguir con las cadenas de un “humano” que fue deseado y parido por ritos malditos. Por eso habría que preguntarse por qué este tabú tan fuerte por no mostrarse salvajes, llorones, mordelones, hijos de puta, miedosos, nenitos, perversos y violentos. Si la vida puede que no tenga sentido, ¿Por qué algún obstinado hijo de puta sale a la salvaguarda de todo aquello que es el mundo?

Bueno esa es una de las piedras angulares del rompe cocos. Porque así fue como de la escuela de Platón de su academia nacieron muchos escépticos. Nuevamente se quiere un drama existencial con reminiscencias de Dalí con robos a mano armada contra Kafka. En la lucha contra el mundo como plantea el checo, lo mejor es cagar y tirar mierda contra la autoridad para después terminar calándonos de la risa. ¿O no somos idiotas?

Hay que empezar a tragar la tierra con la cual nos van a empezar a tapar. Pero en el medio hay que agarrarse a los vientres y a las tetas o a lo que sea. Hay que sentir que el tiempo se paso de una y sin otra causa. Si es que eso, hemos elegido, que los relojes también se vayan por los inodoros como todo lo demás. Entonces sí no será arte, será vida autentica con todo lo que pese. Así será que e nuestra desgracia estaremos más desnudos, y nuestra humanidad ulcerada por dientes ajenos no conocerá punto medio.

Por eso, esta clase de experiencia que desafía las cosas que antes se escribieron, hace el juego justo. La perversión del que escribe es poderlo escribir todo. Todo lo que es justo y deseable escribir, todo aquello que quiere despedir de una sola y buena vez. Tal vez por eso en las ausencias se escribe mejor, se puede hablar mejor de una imagen cuando no hay un cuerpo, se puede delirar mejor con una palabras cuando la voz que la entona no la sobrecarga de emoción. Debe ser por eso, que preferimos en la ausencia, los que escribimos como la mierda, escribir a padecer el tiempo vacío como una espera o esperanza de que algo mejor esta por venir.

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