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La cena:

Encuestologos, rabioso neologismo. Para un mediocre da bien. Como proceso, la continuación siempre es un proceso el que se limpia el culo después de cagar respeta un mandato.
Comidas de mentira, morder con la bandejita de plástico no alcanza, no puede alcanzar al final del día. Eran todos así burdos, muy burdos, con remeras de futbol sin lavar, y dientes muy profundamente llenos de caries y sin remordimientos morales. Tienen como se dice capacidad para atragantarse hasta el infarto, y viven porque tragan agua.
No hay paz para el gobierno, ni cena para la gente cansada. Todo es un delirio de terceras personas, locas, vivaces pero locas. Cuando se piensa en esto, se recuerda, la comida puede llegar de cualquier parte, este oficio es fundamental. Si el novio lleva la comida, puede que se salve del odio ancestral de la familia, si es un parásito, ese que no debería estar es mejor de lo mejor. Contar estas cosas no tiene demasiado oficio, ni limpieza es una servilleta llena de grasa. Como todo lo que se fríe más de una vez. Al cruce de calle, de calle con calle. Todo junto, con la bandejita caliente mientras se van comiendo papas fritas en un día lluvioso.
Llegar a veces no es llegar, no se llega más. Todo es humo, bocanadas de humo e intolerancia, se traga en el punto camino a la muerte. Pero como los libros que quedan sin leer y se han pedido para joder…. para robar….., para decir, me he de quedar con esto por siempre. Como ese relajo de todas las cosas que siempre fueron y siempre serán. Como las gloriosas letras de los Gedes que hablan de defecaciones. Como el problema de los parásitos izquierdistas en Salta.
No quiera Dios tener garantías, pero como se contaba, cuando se había cocinado esta cena, que tal vez ni era. No era ni sería, no podría ser de otra manera. Cuando el hombre es machista, infiel, lector de lo que sea, consumidor de series ya pasadas de moda, nostálgicos de todos los culos. Cuando se trata de eso, se hace un Stop.
Cosecha magra del estomago que avanza como una tropa de suicidas. Cualquier cosa podría matarlo, un chori de la calle, un sugus. Una bala, podría al final suicidarlo. Como un hombre que camina a ver a Moisés con la marca de Caín. Mediante la profunda literatura de ser iletrado obsesionado con la teoría del valor. Dejando vacío a este mandarinato, sin poder comer uvas como emperador romano. Es más como suma, sin ser un ejemplo. Meando en un árbol y en sus zapatillas con la panza que va creciendo, y la remera que no lo cubre. Pero tiene hambre levantar y bajar cajas es un arte, casi es un reino judaico sacado de un califato islámico, es la barbuda Beatriz de Eurabia, es fresco como un pedo o una burbuja, y enamoró por eso.
Pensamos en suma, pensemos todos, que se trata de una cosa bien conocida, un forro que tiene suerte, un forro que es parte de una serie de errores. Como el nacimiento de las estrellas, pasó y seguirá pasando hasta que no se lo vea más. Cuando se rasca el sobaco mientras va por la calle piensa que le pica la raya del culo. No tiene romanticismo alguno, ni mujer en especial pero tiene novia sí, porque así parece que las cosas se han dado. Porque está en un barrio que nunca estuvo le da vuelta a las cosas sin saber para donde va.
Con los restos de las galletitas va preparando el abdomen para la proeza que si al menos no es sexual al menos tenga que ver con el esófago. Con todo y con fuerza, como cuando la mierda no sale en unidades grandes, está llegando ya para la dependencia.
Cuando se ve la casa, se sabe que la puerta es grande y el olor de la comida no se huele fácilmente y eso es terrible, tanto más terrible porque se piensa que la dieta será terrible, podrían ser sin dudas en toda esa familia como en esa novia, veganos. ¿Qué puede hacer un tacho de basura del fast food entre estos moderados? Pastará como una vaca, una vaca en paz, y en medio de ella pensando donde será siguiente última cena.
Seamos justos, porque se trata de líneas ella es un alambre, un alambre entre alambres, un mujer del harén de percheros del siglo XXI. En medio de esta barbarie, casi medio empastado de haber pisado un sorete una cuadras antes, ahora si dispone a tocar el timbre. Sabe que la cosa viene lenta y se sienta de espalda a la puerta como quien renuncia al cielo porque sabe que no existe. Su angustia en saber que esa familia será un dolor de huevos. Nadie le dijo que el impuesto por coger es la obligación burguesa. Preferiría él librado del régimen de propiedad no ser el novio oficial e ir picando toneladas de sobras de la ciudad de Buenos Aires, cuando se dejan incluso entre la basura.
Como parte de esto, como parte de la suficiencia, cuando se tiene buena facha se come mejor. Lejos está de tener en vivo un tenedor libre de puerto madero ni un paty de cancha. Pensemos en la angustia de un crudo mediodía, muy crudo medio día, el estomago es como la tierra, ante el hambre se rasga a sí mismo implorando un alma o una lluvia de semén o de papas de pancho para ser al fin liberado de la sirena de la dieta. Todo eso es profundamente monacal y a la vez cloacal.
Como un ballet la puerta cede con el idiota mirando  a la nada. Un destino, que lo vean como el borracho, sucio, no muy lejos de la verdad. En el principio, fue limpiarse con la mano con un pantalón lleno de mala fe. La persona que lo recibe es una mujer bastante más armada que la novia que toca en suerte un caso suegra más pulposa que la hija, es decir promesa terrible de un suegro cancerbero y en eso no estaba muy lejos, se lo ve como loco, como de mandíbulas grandes, violento, violador de oficio. Pero la casa apesta a faso lo que da apetito, en este momento, el hambre un gulag hablaba por los pelos de sus bolas que sólo pudo rascarlas. En eso, lo vio al suegro, loco, ido, violento pero demasiado fumado, con un caño del tamaño de un rollo de diario. No hay que ser un filósofo para entender que la marihuana había salvado a este yerno, le tuvo que dar pitadas y estirar el humo. Era una casa de hippies y milicos donde reinaba el faso, la Inmaculada Concepción, San la Muerte, Samid, ¿por qué no? Y Bob Marley.
Como toda idea funesta, este hombre debió der un tirano hobbesiano de bolsillo, un eterno miliciano de custodia de edificio de clase media, un robocop sin súper villanos. Pero era lo de menos tal vez ni su novia estaba, y ni era la casa, pero ya era demasiado tarde, ¿con qué excusa salir? Por suerte nada era tan malo, atino a darle un chupón a una botella de vino blanco. Entonces sí, estaba en su salsita de fabrica multinacional, sin saber dónde viene y sin saber qué efectos tiene. Todo pasaba mientras estaba el futbol para todos que en esa casa nadie veía. Un amor, un amor por la tele prendida. Nuestro héroe casi se tentaba en la extraña escena con el culo de la suegra, es de lo peor decirlo pero así era. Casi un incestuoso sin quererlo, sin saberlo, sin pensarlo.
Se debería tratar sin duda de un video pornográfico de un dios pornográfico, de una estancia pornográfica en el infierno. Como todo, lo que vio eran platos, no muy limpios pero vacíos. Pero la angustia que la tenía en la punta del glande se le fue. Estaba allí siendo pelado, un buen queso Mar del Plata. Triunfan las masas al final frente a los peinados, los cultos y los distintos. Todo esto en la ausencia de la novia que tal vez el podría haber matado y violado, dejando ahorcada a un par de cuadras en una familia ensamblada y esquizofrénica a lo <Giles Deleuze> lo dantesco sólo podría haber sido sometido por una sorpresiva cadena nacional que nunca llega. ¿Dónde está el Estado? El mismo sentido, es casi de la Cábala Judía para un ignorante. Todo era quesito con agujeros, iban todos bien, tranquilos, pacíficos, estaba la foto del Papa Francisco pero sólo servía de plato para el queso. A nadie le importaba, pero cuando llegó el cantimpalo, la cosa se puso mejor, el papa estaba lleno de grasa. Nada importaba, hacendosas manos de suegra, iban de cerdo en cerdo que eran penes artificiales que se hacían fiambre, todo obra del Papa. Como todos eran generosos, el hombre duro, pero clamo, le iba sirviendo el vino. Hasta a veces no coincidían entre ellos y el piso se iba llenando del líquido. Pasión, los vecinos gritaban gol.  
Como todo el que sabe, el que sabe puede no saber, y en eso que estaba comiendo ya el salamín veinte, se percata que su novia no va a llegar, ¿estará mascando aire? Como la memoria de una cucaracha eso no lo angustia. Pero eso no importaba porque él se dio cuenta cuando se puso a mirar que nada estaba bien allí.  Un pedazo de queso ya se agusanaba. Era burdo, blancos gusanitos parecían salidos del culo. Pero era todo sobrio. El papa Argentino, ahora olvidado en el piso rociado por el vino sólo faltaba que el suegro mease el piso y le diera la puntada final.
La cosa era un delirio un puntinazo barroco al arcángel San Miguel. Por eso mismo, no se dio cuenta o no quiso dar cuenta que lo que se caía de sus bocas, una paloma diligente se lo comía. Pero eso era porque se había olvidado, ¿qué estaba pensando? Convencido se perdía, y se encontraba, estaban seguro sobre un cementerio indio. Pero nada de eso importaba porque su angustia, era distinta, se pregunto incluso si en medio de eso podría haber pochoclo. Falsas ilusiones bien recompensadas. Cruda y fatal, había.
Cuando estaba seguro al final, sabía que iba a tomar chocolatada, pero sus labios se chorreaban y el liquido también. Con angustia sabía, que su boca debería andar mal. Cuando se dio cuenta su suegra era como un espectro. Su suegra estaba muy buena, y él era un burdo, ¿sería el padre un abusador de su hija? Como no lo sabía, se dio cuenta, cosas extrañas. La foto de Juan XXIII estaba invertida, pero eso no era lo grave. Lo grave era saber que el pollo iba a ser al spiedo y papas rejillas. Mientras tanto la suegra en medio de esa no familia, no discutía con nadie, no podría hacerlo, sólo veía a esa mujer sudar, y en la cocina si es que hay una se caldeaba el infierno y estaba un trirreme con un tambor decía que la comida debería llegar muy muy muy rápido.
Tan ocupado estaba en tragar que el tiempo de la ansiada presentación no llegaba. Como parte de un rito, solo quedaba comer, por apetito, apetitito que se hacía comedia. En el medio de todo eso, la suegra, estaba empapada, casi desnuda en su maquinal caminar. Pensaba en que pasaba en el muchacho va su suegro de nariz sangrante. Parecía que el hombre esperaba la combustión espontanea, morir de una, ser puras cenizas, en la forma de muerte más terribles; ser una vela maldita. De lejos se oían los orgasmos de su novia, y el ruido de un cerdo. Pero el no podría levantar. Todo eso pasaba en la forma terrible, en la forma terrible de que le pesaban los pies. Era terrible, en un momento se dio cuenta que estaba escupiendo pastillas.  Todo era así, todo era así, siempre igual. Todo era una serie de gritos, estaba a punto de bajarse los pantalones para cagar en medio de ese living. Cago un conejo, lleno de mierda, el conejo lo primero que hizo fue morder a la paloma, y la paloma murió. Era un poco molesto pero se subió los pantalones.
Todo iba bien, llegaba paté, y más paté, pero nadie estaba interesado en saber, o si porque estaba comiendo así, ahora su suegro sabía que no era el cerdo con el que su hija tenía coito que había sido engañado que era un mero amante mantenido, el cerdo era el novio, su hija estaba entre el cerdo y el gordo, pero el faso le duraba, y estaba clavado tomando y tomando; en un momento pregunto: ¿Vos sos montonero? Pero nadie le contesto. El conejo mordía un mueble, rabioso y violento. Pero en otra parte, ya pensando en el espejo siempre perdido, siempre omnipresente podría ver allí a su ser estando en una mesa, si tan sólo su alma estaba allí impuesta como el impuesto a las ganancias para alguien más. Todo era inútil, tenía calor, su panza tiraba una cantidad de agua interesante. En un momento el cerdo entró; era negrito, era como un alma, y se fue, y vino, y comió choclo.
Su novia iba y venía desnuda, sin dudas que no haciendo otra cosa que licuados, preguntándose si estaba o no estudiando para un parcial. Era digno de un dios, los culos estaban clavados en el espacio. Ella un alambre, y el tragando sin cesar, hasta que nuevamente bajándose los pantalones cago otro conejo nuevamente. Cuando fueron dos, la suegra los tomó y cuando les cortó el cuello, su sangre mancho la foto engrasada del Papa. Juan XXIII, cerraba los ojos, parecía uno de esos irreverentes del sabor de Knorr. Los cabellos dorados de un Jesús, la vida de un efebo que nunca la ponía no estaba allí. El novio escuálido no estaba, seguramente del otro lado del espejo, todo era real, y el simplemente era un microbio. Estaba alienado, podría vomitar sobre un libro como el Quijote. Bien, podríamos decir, que estaban hablando, el hombre aburrido, el suegro abre una caja de consoladores. Sí negros y grandes, y se los iba tirando con fuerza. Por suerte, aburrido, la suegra ahora casi con las tetas al aire, llevaba platos hondos muy hondos llenos de fideos. Repletos de ellos, casi como el aprendiz de brujo, y la novia, ya no tomaba licuados sino que lágrimas de perfecto y corrido rimmel dibujaban símbolos perversos en sus caderas y luego se perdían por detrás de las piernas.
Todo parecía el gobierno de un manco que alguna vez había sido conductor de lancha. Todo era así, parecía, y encima de todo, la suegra se hacía arcada sobre una rica torta de chocolate. Pero tan rica la cosa, que con la mano, este hombre gordo, ese que hace un tiempo estaba en las calles de buenos aires, fue sacando con la manos con la bilis todo para comer, más y más, y todos decían cosas pero él no las oía. En un momento suegra e hija se ponían cachondas, si tan sólo pudiera excitarse estaba como perdido.  Perdido con los restos de la torta pero cuando se dio vuelta ya se encontraba con papas fritas, estaba loco. Perdido, fumado, liquidado, ahora del suegro quedaban puteadas contra los subterráneos de Buenos Aires y sus zapatillas el resto eran cenizas.
Con todo, nunca se pudo pensar a sí mismo así, estaba seguro. Piensen y gocen con eso, con todo, con todo, con todo, casi como un mantra. Estaban todos allí, y le estaba para lo que fue saciar su hambre, y todos los demás eran cosas. El cerdo quería derribarlo para violarlo pero no podía, el cerdo era su suegro, era salvaje poseedor de esa familia que el mismo había profanado, sin duda que si, el sentido era ese, el mismo estaba casi seguro que debajo de sus ropas habría una sotana. Pero para peor, la foto de Juan XXIII ya no lo tenía. Pateo el cerdo en la cara, y el cerdo le dijo que era un inmoral que sólo habría estado cagando y eyaculando, una y otra vez, por horas, y horas, que para peor, quería continuar su frenético coito con madre e hija, y que ellas no se opondrían. La pregunta es si después de comer y beber casi en sacrificio, se entregaría el mismo a dar su ano.  
En esa casa, el partido ya estaba en su hora número once, y no se movía más nadie. Para peor, cero a cero. Claro que era un simbolismo del otro lado del espejo, el padre los había llenado de plomo a todos. Estaba sí apasionadamente besando a su hija, eso era terrible pero era otra película, allí Leonel Messi habría muerto, eso habría generado la furia asesinar del padre porque Argentina perdería el mundial.
No contento el cerdo busca derivarlo, va a caer, pero no hay dudas que si cuando se mira a la mesa aún hay brownie con helado se debe seguir comiendo. No se trataba de que nada succionara su culo y se hacía cargo de su intestino ni traba de matarlo. Algo digno de una casa tomada por varias dimensiones de lo fumado estaba ocurriendo. La pesadilla de la pesadilla con gusto a no miedo pero si patetismo, ¿sería que la azúcar y la grasa estaban logrando un efecto maravilloso? Cuando se dio cuenta que era mierda y no brownie vomito con fuerza. Claro que no sabía ni que comía, y el terror fue una consecuencia no deseada. El cerdo se lo estaba violando. Pero no estaba disgustado, sino que terriblemente veía que estaban comiendo vivo su cuerpo. Acaso los muertos sufren mil veces sus muertes para nunca reencarnar.
Una gallina que se creía Winston Churchill decía: “El Santo Grial no es más que la fondeau de queso con un poco de gusto a Zombie”. Quiso cerrar el esfínter y haciendo fuerza como si no pudiera cagar, con su culo trituro el pene del cerdo. Y le comió la cara sin dudar, se arrastro al menos para apagar la televisión pero la suegra y la hija, le estaban pateando la cara perdiendo ojos y dientes y en su arrastrar casi mecánico se dejo morir, y entonces lo hirvieron, y se lo comieron entre ellas como empanadas, cuando la suegra parió un conejo con el tatuaje de Juan XIII, era seguro que estaban dando vueltas como locos, la policía encontraba muerto de un tiro de la cabeza al padre, y para peor, en la locura, el flan casero, la única cosa que había hecho la novia, el extraño compromiso para ir, se lo había olvidado, y parece que nunca cruzo, y nunca fue, y que nunca nadie se encontró porque todos murieron ese día, en instante y en segundo calcificados todos, acelerados todos, pero como grito final sus imaginaciones estallaron en violencia, en medio del hambre de cadáveres infinitos, metidos en la vientre de una virgen nuclear de una bomba.

Cuando se dio cuenta, el mismo que nunca estaba donde tenía que estar, que imaginación era poderosa, sólo pudo darle el saludo de adiós a la familia y saber que tenía en sus manos aún pedazos de comida, nunca había parado de comer. Pero nunca había llegado a ver su novia, deliro sin encontrar la casa por el hambre, y la memoria se le fue. Ni se acuerda como se llama, o si simplemente era una excusa, alguna forma pura de autocompasión. 

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