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El fariseo: (I)


                                                                       I-


Con gusto y hasta con cierta impopularidad, el monstruo sin duda es el que todo se adapta, el que nada le afecta, el hombre que no es hombre, el ser que no es ser, el que respira bajo el agua en suma. La careta universal, polisémicas y polifacética sería el gran desvalor y tal vez lo sea, es el instrumento de todo poder, el que puede ver sin ser visto, la desconfianza del bonachón, frente a la sinceridad o “sincericidio” del hijo de puta.

Podríamos decir que se trata de una lectura indirecta, el fariseo no quiere entender, de lo que el hipócrita abusa, el fariseo en suma, cree que con las formas les bastan cree que el purismo es la gran perfección de las cosas, esto tiene sentido, el fariseo en suma, sólo cree que tiene el privilegio de tener la memoria corta, sobre simplificada. Cree que la idea se puede defender en abstracto y que todos los demás tienen un recodo, una excusa con la cual ocultan aquello que la idea perfecta no puede cuajar.

Con suerte, la verdad, se ha hecho un problema de la política en todas sus formas, la verdad, es la forma de imputar la debilidad, la irrealidad, el discurso y el relato. ¿Qué es la verdad acaso? Ya no importa que es la verdad, sólo importa si se usa o si no se usa, incluso cuán fiable es creer mentiras, o cosas que son errores, cuando es justo ajustarse a un dogma y qué dogma es el mejor de todos, y por eso se pretende muchas veces bien y muchas veces mal adosar a la estupidez la culpa de las resueltas determinaciones.

Pero claro que los prejuicios tanto iluministas como moralistas vienen de una educación iluminista y moralista, ajena a la idea de “voluntad de poder”, ajena a la idea de la ideología, ajena a la idea de contingencia. Todo es para siempre, hay culpables para siempre, hay santos y hay héroes. Pero este no es el caso, el fariseo muere por no ser hipócrita, exuda moralismo, sabe que probablemente todo sea por las formas, ciertas formas de escándalos fariseos van bien con actitudes hipócritas de todas formas, por que la realidad, más la realidad política es un lugar hostil. Todo puede ser puesto patas arriba, todo puede ser rebatido, y es el reino de la chicana y del insulto.

El carácter histérico que salta a la primera reacción, la falta de paciencia la sobre-excitación, la opinión como lo convencido la “denuncia” es el arma del fariseo versus un pragmatismo de formas bastante poco limpias del hipócrita, el denunciador serial no se conforma con ser denunciador serial, además quiere ser héroe y profeta, quiere ser un no mártir, quiere ser un incomprendido sin compromiso, el hipócrita en cambio que si sabe su norte puede escalar, puede vender, espejitos por oro, puede hacer lo que quiera. De alguna manera, el León y el Zorro, han transmutado hoy, las dos caras de Maquiavelo en la democracia mediática son sin duda, León, la fuerza de la hipocresía, el buen portarse, el buen medir, la buena cámara, la “generosidad” sin límites versus el zorro, la chicana, la denuncia, el eludir lo más urticante del sistema mismo. En todo eso se arman las fachadas que absorben buena parte de la vida política.

La “traición” hoy tan mentada, la “lealtad”, la acción versus la reflexión, deberían ser un poco ensuciadas por estos desvalores tan propios. El fariseo podrá sin duda ser leal a lo que el quiera serlo, y le será cómodo, ser leal con discursos puramente prefabricados, es leal en tanto que cree que el mismo es parte de una imagen perfecta. En este sentido, el deber ser la información objetiva, la claridad contra toda esperanza, y el manejo del enojo ajeno son parte de la lealtad del fariseo, es sencillo ser opositor a algo y caer en el fariseísmo. Nunca se verá el fracaso necesario de muchas alternativas para entender cierto estado de cosas, se cortará camino, el mal estará en un solo lugar. Las democracias mientras más mediáticas, más maniqueas, el enemigo del pueblo o del televidente, nace, crece y muere muchas veces en medio de una farsa, de una gran farsa, y ahí esta su poder. Poder que es tal que muchos se creer por demás los más esclarecidos entre todos, cuando en realidad lo único que pueden hacer es vivir a duras penas con las consignas que algunos les propone. Por eso, el juzgar, es algo que el fariseo no hace, el fariseo que cree agita cuando molesta, y cree que su verdad tiene peso porque ofende, pero como se sabe, la verdad histórica, cómo ocurren las cosas poco tiene que ver con la verdad política, lo que hace que las cosas ocurran.

Si el hipócrita es un optimista a toda prueba, tal cual se acusa al poder establecido y puede serlo en un mundo donde la propaganda gana más espacio sobre la realidad, el sentido último de este binomio es interesante. Tanto los completamente indignados que apenas respiran en sus gritos sordos y roncos, como aquellos que son completamente optimistas y creen la utopía en la vuelta de la esquina tienen cosas mejores que hacer que entender que es la realidad, y cómo se la ha de modificar.

Con todo podemos decir sin temor a equivocarnos que llegado cierto punto, esta discusión “metafísica” podría ser una buena fuente de las democracias liberales en su avance a la realidad, el fariseo jamás apoyará a un proyecto político x, ya que esto le quitaría pureza de formas, su manera de estar, de estallar de romper, de acabar con todo, su no desaparecer, su no dar la vida por la libertad, su martirio siempre pospuesto es una justa manera de entender su “sabiduría”, no tiene que salvar a nadie, no es un mesías, el hipócrita, sabe como salvar el mundo pero eso lo harán otros, o sabe quienes lo arruinan pero prefiere percibirlos y sentirse mejor. Esa suficiencia, ese regodeo de seguridad es lo que ha generado cierta cultura donde el denunciador que fracasa, y que a la vez vive bien, puede hacer de su bilis miel, y que la queja que antes se hacía en nombre del “demonio”, uno o dos o los que fuera ahora fuera una patina de quejas.
Tal vez con el tiempo el fariseo conquista las buenas formas de la política, la política que no se puede hacer es la mejor, la política que nunca se intentó es la mejor, la política en suma que jamás existirá es la mejor, por eso el fariseo puede estar en cualquier partido, él sabe qué no hacer, sabe que llegado cierto punto no habrá retorno, que quedará pegado, su apoyo o es crítico, o cree que critica apoyando y es necesario, limpia un poco del engorro apesadumbrado de la existencia real de la política, el problema se lo vende como la solución, la hipocresía de quien sabe como es el poder, del cual no se puede escapar más cuando se esta beneficiado y del que no puede romper, del cual es comprado para decir y sostener cosas intermedias, es el que ha de manejar el odio ajeno, mientras que el hipócrita podría ser definido como el eternamente sonriente mascaron del engaño, no como la comedia, sino como el drama falseado, el que nunca termina bien pero no importa, a la política que siempre le sobreviene una desilusión, sino las sociedades no avanzan le queda cierta cuota de estupidez cuando el fariseísmo entra en escena, las apelaciones imposibles, los imposibles como método, el mal carácter como muestra de profunda inteligencia, el no poder romper con el sistema y fingir hacerlo. Estar dentro pero pretender estar afuera, ningún fariseo poderoso es suicida, sabe hasta donde tira la cuerda, ninguna curda ahorca tanto al fariseo, mientras que la bronca puede ser genuina y hasta el odio sincero, hacer del odio un negocio, sea del partido que sea, es parte de un hábito, un cierto carácter que pretende ser grave y sentencioso siempre, el que no pierde la punta ni el filo jamás.

El fariseo no cree en la prudencia, no vive para la acción política, no quiere ganar, quiere parecer un buen jugador, hace la pantomima de la lucha política, es parte necesaria, si la historia tiene geniales maquiavelos menores, gente sin talento que llega muy lejos se lo puede aducir a la corrupción, al nepotismo y a lo que se quiera, también se le debe regalar el espacio al fariseo. Pretender pertenecer a donde uno no está es parte de la magia, cuando el periodismo, la intelectualidad y los políticos pretender ser lo que no son para personas desesperadas por creer tesis sencillas, todo se reduce a adelantarse a los acontecimientos, todo se resume a no pensar, si la política tiene algo difícil sin duda ha de ser la derrota, y las derrotas ocurren, y en esos momentos queda claramente prefijado cierto perfil. Un pesimismo amargo emerge, todo lo que se creía que podría haberse perdonado aflora, y el exitismo forma deformada y condensada de la victoria arrebatada se apodera de todos.

El fariseo muchas veces no traiciona, se pelea, y se aleja, muchas veces para nunca volver, el fariseo puede iniciar cien veces lo mismo y dejarlo cien veces, en suma el fariseo no es la “antipolítica” sino que la antipolítica es una fuerza poderosa, dentro de la política, decir que tal cosa es algo irrealizable en medio de profundos, odios invectivas hacia el enemigo, deformarlo para poder atacarlo mejor, que poder hacer más pasables los medios que se usan contra él es una de las formas clásicas de la lucha, el fariseo es el que convencido charlatán, es el intelectual veloz, es el arma que va de la mano de la doble mascara que es el poder, entre conservar el poder, y pretender el bien común, eterna quimera imposible al menos aún hasta hoy. Tal vez sea, esa mezcla de bien común inmaculado, de maquiavelismo de las buenas formas, y ciertas pretensiones que quieren escapar a lo insalvable, la responsabilidad de la sociedad llegado el caso nos alcanzará a todos, pero eso no es culpa, la culpa es una de las armas más comunes para las estupideces colectivas para el derrotismo o para el abuso del poder, el fariseo es parte de ese ariete necesario para poder poner la carga donde es necesario. Es lo justo para poder vender la política cómoda, aquella que dicen no pueden porque no quieren, la política como espectáculo como narración, eso es la forma del fariseo, mezclado con el hipócrita, el que sabe que tiene que tejer las alianzas necesarias, el que tiene que contradecirse por ir más lejos, el que tiene que tener en su mano a los que necesariamente son sus medios y no sus fines, en un mundo donde la moral no es perfecta pretender que la política lo sea, es ante todo un racionalismo ingenuo, una aristocracia imposible, y una lentitud de reflejos. El cómo y el qué, en política siguen siendo una materia insondable, dos dimensiones distintas que sólo pueden ser mediadas por el conflicto, no tiene sentido pensar, ni medios ni fines, sin contradicciones, llegado el punto eso los hace imposibles, y su mera declaración una forma más de la resignación, de la servidumbre voluntaria, del SÍ al poder en el sentido más inmaterial de la palabra.

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