Su patria era un colchón. Ni siquiera una cama, y todo era
casi al ras del suelo. Tal vez casi en la forma minimalista. Siempre termina
siendo un recorte, un ojo, una boca. Un poco de aliento. Pero en su forma menos
romántica. El acontecer frente a la ilusión, creo que tal vez así era su
historia. Se miraban así, no se hablaría de las grandes palabras. Las palabras
siempre sobran. Las palabras son en parte una excusa para las acciones.
Determinadamente, sin prisa y sin pausa. Creo que se esa
imagen desde lejos. Esa forma particular, esa manera de ocurrir. Creo que esa
es la manera en que se percibía las cosas. Atados allí por el azar. Todo era
azar, hasta el destino inventado y el crimen, hasta la nostalgia, hasta las
historias imposibles todo era azar. Aunque ella no era azar, era la objeción al
azar. Simplemente era, porque cuando no está es más obvio, toda la imagen se
diseca. Sólo cuando se olía, cuando se la tenía cerca. Esa manera, ese cuerpo,
que se hace único con cada observación y cada vez más humano. La idea de que
tiene que ser recordado, ya sea, con o sin alcohol. Esas manos, esa presencia.
Tal vez sea la vida, la vida de otra persona. Ha aquí su particularidad.
Pero si justamente cuando se encontraban, cuando
intercambiaban saliva. Justamente allí, creo que no hay tantas palabras.
Justeza en la imagen, despojada de todo intento. Lejos de lo sublime, lejos de
lo perfecto. Concreto y contradictorio; poesía muy propia de nuestro tiempo.
Frágil y pasajera, la sombra de su mente era su cuerpo. Cada expresión de su
cara, estaba conectada. Sus expresiones eran un mapa denso. Su afecto era
húmedo, cargaba en peso empapaba todo aquello. Dejaba sin aire, esa era la
cuestión.
Desde la oscuridad de la noche a la impunidad de la mañana.
No espera otra cosa, y eso la hacía profunda. Como si estuviese el cielo
invertido. La luna bajada a un colchón. En un mundo sin pasado, el limbo. Una
tierra de lotófagos. Una verdadera patria como se entiende, una mente. Una
mente materializada por azar. Tal cual si fuera una especie de música extraña a
la cual el oído tiene que acostumbrarse termina siendo inabarcable a la primera
vista. No se entendía, como eran las cosas allí. El hombre estaba absorto,
perdido en medio de la cercanía. Tal cual si viesen nubes que se fugasen a una
velocidad irracional. Tal cual no fuese necesario otro sentido de la amplitud.
Creo que era la esencia misma del viento. Pasar, aliviando.
La esencia misma de lo pasajero. Tal cual cada vez que se la
ha visto. La necesidad que desaparece. Un reino bastante desconocido. Como
dije, un colchón. En vez de invitar a simplemente perderse en el instinto,
hacia que en el medio de los cuerpos, las meditaciones continuarán. La
invitación a pensar, la formulación de la clarividencia se daba allí. Tan cerca
pero fundamentalmente lejos, era divino entender que todo es pasajero. Era como
ver las estaciones de tren. Era como irse, viendo alejarse todo segundo a
segundo. Cruel será el día que seguramente acontezca cuando ya no quede mucho
por pedir. Pero eso no será lo peor. Creo que la peor irrupción será la de un
acento. De una ruptura. Tal cual si uno pensase que aquí hay más bien un telón.
Pero eso era, una metáfora de carne y hueso. Una emanación,
una cosa que no correspondía a lo que erraba por la ciudad. Algo que escapa a
la luz naranja. Algo que se podría descubrir. Pero parece que no fuese humana,
y justamente no es eso. Es humana, porque él sabe que es humana. Y lo confirma
segundo a segundo, casi se obsesiona por entenderlo, casi se aferra a esa humanidad
sin otra razón de ser.
Parece que después de todo. Esta pasión es más oscura que
otras, no se hace obvia. Nunca es precisa. A la vez que se desespera por
concretarse desaparece. Y de alguna forma extraña, vive. Así como si fuera un
crimen. Como si se tratase de una carga, una carga que justamente tiene
sentido. Una ley, una ley grabada en su silencio. Una sensualidad extraña, una
pretensión evadida. Una salvajada imposible, una entelequia. Una quimera, en
poco menos de un metro ochenta. Hecha de carne pero digna de un enigma.
Su forma la de una estepa que arde, y luego de ella cenizas
negras. Sustrato. Sustento, tal cual si esa misma imagen tuviese fuerza
suficiente. Es ese mundo inmaterial que se accede. Porque después de todo la
patria es el colchón e incluso un televisor encendido; el cual hace el juego
absurdo de una interferencia. Así se le da a todo tinte, tal cual si los
sonidos, no muriesen. Y así cuando él la tenía encima, no tenía presión. Y así
dormía, seguro, lo cual es casi imposible. Lo cual es casi improbable, y en un
sueño vacío, el cual es por naturaleza negro; no esperaba nada. Sabía morir.
Cuan justo, es saber morir en esos casos. Cuando se ha superado a Calígula,
cuando al fin se ha bajado a la luna. Se podría decir que esto es efecto del
ego, y sin duda que lo es. Es esa necesidad de seguir, contando. De arriba se
la veía como un paisaje y a la vez se veía, la placidez, la extensión. La
ausencia de sacrificio, la variedad de los conceptos y el grado de realidad.
Hacían de ella una cosa que no tenía nada que ver con el delirio. El delirante
era él. Simplemente delirante cual si estuviese drogado, y a la vez, lúcido.
Tal cual si su ojo no parpadease. Así era esperarla. Una mezcla de silenció y
desesperación.
Una humanidad condenada en un camino sin salida, ausente de
sentimientos. Una maquina de plagiar cosas. Tal vez, en el medio, un espacio
elástico. Enormes horas para pequeños días, estrangulamiento de las
circunstancias. La imagen horrible, la llenaba de horror, pero era simple.
Simple como el silencio, como el silencio que todo el mundo espera encontrar un
día. Estrecho por ser un texto débil, parece nutrirse de miel y sangre. Parece
estar cocido a mano.
Fundamentalmente así era, vivir en la luna, con el cuerpo en
un colchón. Justamente pensando, que no se estaba en este mundo. Al fin
durmiendo, terminando los días como si renaciese. Tan liviano, era para él
dejarla como terrible, saber que la vida se le escapa como la Luna , en el cielo.
Indiferente y soberbia. Fija e insolente. Belleza absurda, imposible de contar.
Fundamentalmente, silencio con aliento de ceniza. Prefacio de la muerte, de la
buena muerte; es decir de la plenitud de la vida. El éxtasis y la libertad.
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