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Malvinas en una agenda más amplia (V)- D


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Forster se plantea que gran parte de las decisiones que han surgido en el último tiempo tienen que ver con al recuperación de la política, y esto es en parte por lo menos un enunciado ambiguo. Lo que podemos decir es que a medida que hemos avanzado en estos últimos años la propia conformación de las necesidades productivas (sobrevivir económicamente sigue siendo el primer objetivo de la sociedad e incluso lo más cínicos creen que eso es el eje electoral por excelencia), eso ha generado sucesivos roces con distintos sectores de la sociedad sobre lo que confiaba que eran sus intereses comunes, es decir que nos hemos dado cuenta que en cierto sentido los intereses primordiales de esa sociedad están mediados por la hegemonía social y por lo que termina por ser después de todo la dictadura de la política, su régimen esencialmente coercitivo. En democracia siempre existe la idea de que la represión le pone fin. Aunque ciertamente la democracia liberal de poliarquía lo tiene y lo peor lo niega. La pretensión de la seguridad a priori por medio del control y no de la idea de un conflicto que termina de ser pacificado por la unidad de la cúpula política con sus consecuencias que pueden ser tenidas como netamente arbitrarias.

Este es el sentido de lo que se quiere interpretar como la propia noción de los conflictos. El sistema democrático con sus limitantes en el cual vivimos es asechado por dos polos permanentes, la idea de que nada cambia, que las demandas son infinitas y que nunca serán satisfechas y la de idea de todo cambia y que nadie esta completamente seguro que el poder termina siendo una cuasi-autoritarismo totalitario. Lo curioso es que el proceso como tal se mantiene porque para las fuerzas políticas, les es… “necesario” participar. Sucesivas barreras para sucesivas demandas, necesidad de resolución casi extrema de problemas a largo plazo, hegemonías caducas, relaciones asimétricas en el plano económico son lo que configuran el plano político. Con el tiempo la demanda de cambio al sistema político va chocando precisamente con lo que querrían muchos llamar políticas de largo plazo. Tema tabú sin duda. ¿Qué cambios debería haber en sistema político si las decisiones cardinales fueron tomadas con mucha anterioridad? ¿Tiene que ser una mera administración que sólo se esfuerce por hacerlas realidad?

Con estas nociones se pueden plantear cuestiones como Malvinas. Porque podríamos de allí tener la viabilidad de la contradicción entre lo que pensamos que está bien o mal, es parte de un gran sistema que parte de la idea de la propia supervivencia de la idea de una cultura con límites difusos pero que es producto de una unidad política. Es decir que incluso como adjetivo existe, si se quiere pensar para hacerlo grotesco como: “lo argentino” como una eterna indefinición. Para peor eso es parte de la vida de todos los estados. Esto es algo curioso. El capitalismo ha resignificando el punto de partida de una nación varias veces. Tan así que logra crearse un discurso a medida. De alguna manera, la historia argentina tiene que ser una creación que pasa de una tradición a un saber, y que luego pasa a una educación. El límite de la propia ética de la política en casos particulares termina por ser la historia, la “ética” de la memoria. ¿Es posible tal cosa? Se podrían hacer muchos cortes al respecto. Cosa que sigue siendo parte de la obsesión como siempre de los estados, conseguir la piedra filosofal que resuelva la última eventualidad que surge en el momento menos indicado y que pone en equivoco la historia como algo lejano. Allí por ejemplo surge la idea del caudillo. Palabra que tiene tantas ramas que casi es imposible de responder hasta dónde llegan sus frutos. Argentina extrañamente elige la opción de la lucha no entre dos pueblos sino entre civilización y barbarie, hasta en cierto punto la agota, ya que es un juego y un eterno baile. Las salvajadas y los excesos indigeribles para una “Historia oficial” terminan por ser tapados. ¿Hay netos triunfadores en esta historia nacional?

Esta es una de las partes que pareciera ser la mentira, o el canto de la sirena. Esos que son los triunfadores son los que bastardean la política misma. La idea de la revancha parece ser más cómoda porque promete futuro y además habilita moralmente a cometer medidas extremas. Con esto se da por seguro que algunos futuros son más promisorios que otros. Esto es un tema propio de la política que muchas veces la reflexión contemplativa no puede aceptar. Toda respuesta posterior a los sucesos políticos que la originaria cuenta con cierta cuota de cinismo en el cual pareciera que mil caminos distintos se abrieran. La repetición de lo mismo entonces aparece como una mala voluntad insoluble, maldición, “Rosas era el castigo de la Argentina”. Lo que se convertía luego en “Por Rosas deberemos castigar a la Argentina”. Justamente con esto se busca pensar muchas veces la propia idea de lo que fue la política. Basarse en una contracción tal vez mínima pero a la vez contemporánea. Iban procediendo con lo que podían. ¿Cómo fue que algunas acciones tienen tanta resonancia en el tiempo? No era un tema metafísico. Por el contrario, como hoy el tema de la resolución de las aspiraciones terminaba siendo una suerte de medios y de fines. Esta es una cuestión que termina por ser un gran agujero. No se puede esperar que la historia sea confiable. Se cree en una forma extremadamente literal de la historia. La justificación no termina por ser el hecho. Justamente la política siempre anda en búsqueda de demostraciones para habilitarse. Aquellas son las que ponen en valor las interpretaciones. Esa historia termina por ser muy interesante porque es lo que hoy termina siendo el paradigma predominante. A partir del conflicto con los medios que se da en todas partes del mundo, a saber el conflicto que hoy mismo tiene Murdoch, dueño del diario del The Sun en Inglaterra. Lo que quiere decir que al fin de cuentas, hoy día la creatividad no es simplemente la búsqueda de la historia. Sino la creatividad de la política. Este es el gran problema que se puede observar cuando se quiere pensar en algo superador que sea endógeno por parte de la sociedad. ¿Dónde esta el papel de las variantes de las propias necesidades de los proyectos políticos?.... ¿Autonomía o heteronimia? Para que eso sea real y sean una dialéctica, la sospecha tiene que existir. Malvinas habilita a sospechar completamente sobre cada una de las cosas que consideramos un mero acuerdo. Las Madres de Paza de Mayo tenían la inscripción movilizante: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. ¿Qué forma más concreta de tener una certeza al respecto de lo que es la política que tratar dos temas que parecieran que se diluyen en una misma cuestión?

-        Una buena parte del relato de Malvinas está constituido por la falsa antinomia de lo posible y lo imposible, a veces caricaturizado “País Real” versus “País Virtual”. (Siempre se argumenta que Argentina por alguna razón es incapaz de hacer muchas cosas… “hay que decirlo así porque siempre se escapa lo más posible a un pronóstico concreto”. Lo cual termina redundando en un esquemático formato de respuestas predeterminadas. Curiosamente esto suele ser un relato, “el relato contemporáneo más dominante” importante en la sociedad ante el encubrimiento de intereses que parecen que se rebelan o que se tratan de presentar como un destino.)

Gran parte de lo que se considera la integridad de un territorio, puede verse los caso de las unificaciones o las divisiones de las naciones en el mundo contemporáneo, tiene que ver con el siempre vigente debate de la relación entre (el Estado/ el sistema político/la Nación). Curiosamente esto nos lleva a decir que en medio del problema de lo que se consideraba el progreso del país, el arco político tomo a la Nación como una de sus bases fundamentales. Entonces el discurso de la nación fue tomando y formando una idea de un problema mucho más denso y difuso sobretodo después de la mitad del siglo XX. Ciertamente que esto tiene un sentido mayor cuando un estado tiene menos peso que un gobierno. A la vez cuando esta contradicción que parece pequeña parecería llevar a otra mayor, ¿cuántas veces se ha “re-fundado” el estado en la Argentina? Estas son las dudas de los grandes “relatos” argentinos que terminan por ser muchos que terminan por dar una imagen de una historia que es rica que vive debajo de un carnaval de pre-conceptos. ¿Acaso no fue esto lo que dio a la argentina una serie de contradicciones que se suman unas a otras y que son vividas por tales? No fue eso lo que habilito la idea de una sociedad que tenía por: salidas autoritarias o por gobiernos de mayorías absolutas la única manera de gobernar. ¿Ha habido en Argentina gobiernos de minorías reales coaligadas? ¿Por qué la Argentina tomo el camino de la exclusión del adversario? Curiosamente siguiendo el eterno juego de los partidos y las oligarquías, la Democracia es de los partidos y la República es algo anterior a ellos, una parte casi imposible de pensar. Roca como a-partidario, la negación de la política de notables, que por más injusta que fuera tuvo cierta legitimidad extraña.

Estas cuestiones son las que rondan siempre con la obsesión que existe en argentina sobre la idea del plebiscito. Si la sociedad se equivoco debe cargar con una maldición, aquella que dice que aprobó quién sabe qué. Curiosamente, esta idea siempre tiene de trasfondo la sentencia de la propia exclusión de las mayorías de los procesos políticos. Curiosamente, la propia democracia argentina, llegaba en 2001 ha tener una severa crisis de representación. Debate interesante sería o quizá banal según como se lo aprecie pensar la idea de si las tragedias argentinas fueron por exceso o por falta de representación. La idea de que al final de cuentas un día vamos a tener que tener un as de las pautas a las que nos vamos ajustar parece que nos dijera que vivimos en un momento “constituyente” con su antinomia necesaria “destituyente”. Esta cuestión es un dilema para los proyectos políticos y la vuelve presa de las decisiones que escapan al propio estado.

Constantemente una idea exagerada de la nacionalidad podría generar de por sí la necesidad de saltear los pasos. Esta ha sido una de las grandes promesas que quedan truncas justamente con la guerra. Porque las guerras quieren así mismas meterse como eventos políticos ordinarios para que el sistema político, las asuma de manera fácil y sencilla pero suelen ser en sí mismas casi un motivo de más ruptura con la idea de orden en sí. La idea tan preciada de “seguridad” y de relato puede destruirse por medio de una guerra o puede mantenerse ante ella una severa esquizofrenia. 

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