2- Sobre el voto a los 16 y el “tener que compararse con todo”:
Desarrollamos un instinto extraordinario para negarnos a
pensar muchas cosas, el fatalismo es parte fundamental. Supuestamente o estamos
siendo digitados por un mundo de idiotas poderosos contra personas muy
inteligentes y capaces, o es al revés, o simplemente el poder tara a cada una
de las puntas de la cuestión.
Ciertamente que ante todo, el intercambio de ideas será
pobre. Tenemos la comodidad suficiente y tenemos además una idea bastante
cínica de nuestro lugar en el mundo le hemos dado valor a la insignificancia,
quizá demasiado. Buceando entre eso, tenemos la suerte de gran desencantamiento
por un lado y el “fanatismo” como su otra cara, hasta como su cara deseable. Ciertamente
el extraño desafío siempre es buscar lo nuevo. Porque buscar lo nuevo es algo
solitario y delirante, quedan pocas cosas que valgan la pena. Pero sí podemos
decir que en todos estos errores, y en todas estas malas interpretaciones el
poder se ve como aquello a lo que nadie quiere renunciar, perdido por perdido
se toma lo que se puede. ¿A qué se debe esta clase de miseria? ¿Será por una
declaración de ideales demasiado grandes? Puede que sí.
Nos resulta fácil aplazar indefinidamente a los otros
sujetos, y además a eso lo llamamos tolerancia. Llamamos cultura a un
refinamiento secundario de ciertas pautas, nos damos aires y lo que sobran son
los textos. Encima tenemos dos lujos, el primero escribir como nos viene en
gana cosas que pensamos que impresionan, el segundo pensar que somos
“privilegiados” por lo que creemos que hacemos y no por la posición en la que
estamos.
¿Acaso tiene sentido que voten
los pibes de 16 años?
Puede tenerlo,
depende para qué.
¿Tiene sentido que todos los
colegios primero tengan centro de estudiantes? ¿Qué los pibes puedan votar en
su comuna?
Sí, claro está.
Sí, claro está.
No podemos pensar muchas veces sino con soberbia y
superioridad aquella etapa que creemos que ya hemos pasado. Como si la adultez
política, “sea lo que ello quiera significar” algo tal que nos haga realmente
concientes de lo que hacemos. Con esto no quiero decir más, ¿qué hace a un
adulto más conciente que un joven sobre sus intereses?
Ciertamente que pensando, se puede decir, que la belleza de
pensar en esto es bastardear eso que pensamos como adulto o no creer eso que
idealizamos de los niños, algo que termina por ser accesorio. ¿Cuántas veces va
a resurgir en el país la ideología del pibe chorro? Y a su vez su gris, “ningún
pibe nace chorro” cuando se usa mal, y sólo se usa como slogan para cuando
queda bien decirlo. Este es el problema nos devoramos los sloganes, nos creemos
a salvo de lo que hemos de condenar.
Encima para mejor la sociedad da cierta comodidad a toda
clase de meditadores, desde los religiosos a los culturales para que traten de
dar si pueden en el blanco. Nos debemos incluir casi todos en esta respuesta,
porque nos negamos a experimentar muchas cosas y terminamos padeciendo otras.
Las “mentes”, (intelectuales de toda cepa) más esclarecidas en este sentido son
las peores. Fácilmente podemos ser fácilmente inconformistas, es decir podemos
decir, no estamos conformes.
Alguna vez dedique torpemente un tiempo a la idea de la
juventud en la política que se había convertido en el fetiche, luego se
convirtió en la excusa, y ahora es la bomba de tiempo en una “carrera
armamentística”, y además podemos sorprendernos del oportunismo. Esto pasa hoy,
hay buenos argumentos para ir en contra de la democratización de muchas cosas.
Entre ellos que son factibles de manipulación, “dictadura” o manipulación, he aquí la cuestión parece decirnos la
persona esclarecida. Los más fatalistas dicen, “Dictadura y manipulación”.
Siempre en todo tiempo y lugar, porque la legitimidad vale más que la
transparencia se abusa de la prensa, el voto, la restricción al voto, y las
interpretaciones de ello. Muchos dicen que los pobres adultos no puede votar,
pregunta afín: ¿Quién es menos responsable el pobre o el nene? ¿Podría entrar
el anciano? Seguramente podría ser útil, solamente el buen vecino vota. Una
buena parte del voto por los 16 tiene que ver con un electorado que sería
cautivo técnicamente. Mejor aún, sería una manera de pensarlo, vale para los
locos y los criminales, vale para los extranjeros. En cada uno de los casos,
hay buenos motivos para sospechar. Además las condiciones heterogéneas para
votar implican que de por sí el voto no es tan ideal como se había pensado. Es
más como siempre el pensamiento político termina por ser circular, siempre se
ve las diferencias en el poder.
Ante estas respuestas, se asume que cada cambio irá para
peor. Es más se piensa que se convive entre la conspiración y la improvisación
constante. ¿Estamos tan seguros que los votantes de 16 años son tan
manipulables? ¿Creemos eso ciertamente? ¿Por qué solemos creer eso de gran
parte de la sociedad? ¿Qué nos impide creer que nuestra lucidez es frágil?
Simplemente, nos hace gracia el saber que solemos perder una y otra vez
representatividad dentro del sistema. Esto es parte de la propia historia del
sistema que para poder sobrevivir cambia la representación. No es una necesidad
fáctica, no se dice y no cree que las conquistas democráticas sean eternas,
profundas y constantes, creer eso sí es ser utopistas naif.
Abandonados a su suerte se duda de lo que es la “familia”,
se duda del poder formador moral de ella, la cual ya debería suponer ciertas
cosas que no terminan por salir bien. Es por cierto curioso que un chico que ha
trabajado muchas horas por día en un medio como la calle tenga muchas cosas más
claras de su supervivencia que uno que no lo haya hecho. Por supuesto que
llegamos tarde a esto como a todo lo demás. Ciertamente que los precios, las
elecciones, las divisas, los planes educativos, los medios, y la cultura se
pueden modificar la cuestión es para qué.
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