Bueno, hay veces que lo único que te pueden decir es que: “No la tenes clara.” Cuando se va por la tercera cerveza y se fuma un cigarrillo por la Avenida Boedo no se tiene precisión de los sistemas que se están encadenando. Aunque ciertamente para desgracias nuestra creo que somos miles de terminales diciendo tantas cosas que importan tan poco que hasta podríamos decir que hay superproducción. Siempre nos sobran las ocurrencias, las imágenes, los vapores para profecías. Pero ante todo, lectores que caen. Ellos no saben de las uniones covalentes que unen largas series de delirios.
Un llamadito para terna en la medianoche. Una voz, la voz de antes. Las cosas viejas, los “oldies”. Hay gente que dice se esta loco y otra que se esta borracho. Por eso el elogio a nuestra improductividad. De Twitter en Twitter, de Facebook en Facebook. Pasaremos la vida papando moscas. Maldiciendo la vida.
Compartir cerveza para olvidar, tener fija mirada sobre la voz símil caribeña de una banda de cumbia en medio de la noche. Cigarrillos Camel. Nada de andar diciendo que fumar es interesante. Era una cosa cuasi anecdótica. Por lo demás en el ejercicio de escribir mal vamos todos parejos. Largas introducciones. Cosa que ustedes saben quien, le increpaba a Víctor Hugo. Pero las noches son largas y nunca se terminan de despuntar. Y los textos son una mierda. El calificativo de bosta había terminado de premiar anteriores desempeños. Ante todo. La idea.
Literatura, burocrática. Esta es la conversación con el editor. ¿Vos hijo de puta tenes editor? Algo así, no desesperéis. Después de hacernos todos tanta mala fama entre nosotros debería sernos justo alguna vez poder hacernos justicia. Pero seguramente eso no va a pasar.
Todo es mentira y farsa, como un dedo en el orto. Como una discusión con gente que sabe y el burro que no es mesías y no es Jesús. Es decir que no deslumbra sino que harta a los rabinos. Y eso que están saliendo buenos libritos a quince pesos. Y hay que divertirse, porque hay que morder toneladas de parque. O podemos gastar colores. O… ¿Quién sabe? Todos somos poetas… estrellas de quince minutos.
Nuestra versión de opereta es lo que acerca a cosas como la mía al tipo de relato descerebrado de la televisión. Solo que no hay debates sobre la inflación o la seguridad pero la insensatez está.
Caminar de noche. Ejercicio de la falta de sustancia. Escribir caóticamente no es lo mío sí escribir como el orto. No se pretende ser la voz de una generación ni tener las ranas de Walt Witham. Algún que otro amante, quien sabe… no mentira. No da para tanto. La cosa es que yo escribía para divertirme. Como quien come caramelos de azúcar. Después nos vamos haciendo idiotas con los años y creemos que tenemos que ser especiales. Pero si mear, mear en los árboles es natural. Todo es corriente y racional.
Hay que volver a la diversión la voluntad casi de mal periodista, por no decir de oligofrénico de contar mal las cosas. Casi como la suerte de una buena y justa lobotomía. La carita dura. Y le mirarían, nos mirarían; puede sumarse. Y nada podríamos decir.
Tan bien portados, tan educados. Y oleríamos a mierda un día. Pero claro, la crítica por parte de todos nosotros. La “comunidad de los creen pensar es infinita”. Pero eso va en contra de la idea de la biografía. No importa cuantas pelotudeces a uno le lleguen. No importa cuan poco podamos valer en la boca de los demás. No importa si estamos en el fondo del escarnio. Esas cosas son las grandes ofertas en el mundo donde muere el espíritu. Y hasta debería costarnos, pero ya no hay nada que temer.
Por eso y por las buenas costumbres, hay que cuidarse de las dietas, y ni siquiera vamos a vivir bien los cien años que nos toca vivir. Bien de cosa burguesa, casi terapia. Pero hay que volver a la fuente. “La procesión se lleva por dentro”; la gran apoteosis del solipsismo. Eso y dejar que las cosas pasen porque sí, o por que no se pueden predecir. Bueno todo daría igual. Ya no importa.
Juegos de números. Perder el tiempo con lo peor de lo peor. Viajar en subte, llevar los mismos pantalones sucios. Y es más, no más atenciones. No más necesidad de irnos a morder los talones como el mundo no tuviera algo más importante que hacer. O finjamos que es así, por lo menos para pretender tener buen gusto. ¿Dónde habrá quedado esa caja de Camel? ¿Se habrán prendido todos ellos? Ojala que sí, ojala que esos alvéolos alquitranados estiren minutos. Hemos aprendido que no somos especiales. Que esto de la estética es puro cuento. Como se ha dicho después del horror de Auschwitz, ¿Qué mierda importa la forma?
La manera en que nos subimos al mundo es en la fonda de la indiferencia. Un vaso lleno de gritos. Pero claro, sería bueno superar los doscientos caracteres. Y claro que esta clase de cosas. Eran las cosas que terminaban por ser divertidas tantas y tantas veces. Por eso tengo que dar mucho crédito de quienes hacen los textos que valen la pena. De los que improvisan, todavía con menos astucia en quien sabe qué atolones.
Igual el salvaje el buen salvaje siempre tiene una ventaja. Y por eso, tiene que ser el mejor de nosotros. De “Todos Nosotros”, dándole un giro mediático y socarrón. Y es cierto también porque todos andamos metiendo las narices en los culos de los otros terminamos oliendo pedos. Ojala que podamos algún día mejorar la dieta o sacarnos la nariz.
No con el orto escribo. Sino mal. Y sin buenas razones, como todos los escriben. Y por eso termino por creer que las cosas irían mejor en otro mundo. Donde los vestidos negros con pedacitos de color y las personas que están en un escenario y no saben que son vistas; cuando estas cantan y pasan el tiempo en una liviandad que apenas podemos imaginar en el mundo real.
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