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La idealización del tipo de cambio en la Argentina.

Hay una “falsa pregunta” en cuestiones de tipo de cambio en Argentina. Esta reside fundamentalmente en qué sector de la economía con sus contradicciones tiene más o menos posibilidades de manejar el país. Curiosamente, el CEPO al dólar, las marchas por el dólar, y todo lo que tenga que ver con la relación dólar/peso responde a esta lógica, e incluso se bastardea tradiciones del pensamiento económico. Se dice con grandilocuencia que ciertas formas de gasto son keynesianas, y ciertas prácticas son monetaristas, pero no se aclara que el tipo de cambio no fue nunca la base de la reflexión de Keynes ni de los monetaristas primero por razones obvias, monedas fuertes, Keynes pensó desde la Libra esterlina como moneda predominante, como la moneda fundamental del comercio y la banca, y los “monetaristas” de la escuela de Chicago pensaron desde otra moneda fuerte el dólar, el cual si bien puede ganar o perder valor, y siempre contra su propia tasa de interés es la reserva de valor, que con el tiempo se siguió expandiendo y que conforma aún hoy el 70% de las reservas internacionales. Es decir, el volumenes de dólares afecta a gran parte del mundo, sobre todo porque gran parte de su respaldo en la propia capacidad de la economía norteamericana y la emisión de esta deuda en dólares.

¿Qué ocurre entonces con el tipo de cambio? Primero que puede ser el resumen de la actividad económica y de la previsibilidad económica, es falso que el tipo de cambio alto o el tipo de cambio bajo le quiten efectividad a las prácticas financieras, si lo hace el control de capitales y cuando se hace bien. Por lo que el que quiera entender qué pasa con el tipo de cambio no tiene que pensar sólo en la fuga, tiene que pensar en la economía negra que el Estado no puede “combatir” tiene que pensar en la economía en sí que aplica el Banco Central sea o no independiente. “Independiente” de acuerdo a la protección del valor de la moneda. El tipo de cambio idealizado tiene todas sus fases y fantasías en la historia de la democracia argentina moderna, la fuga hacia adelante absoluta vía el gobierno de Alfonsín, dónde las tasas, las devaluaciones, y la especulación se basaron en la velocidad, el mercado triunfó “cambiariamente” antes de la llegada de Menem. Menem, con la facción más financiera del capital argentino, entre otras cosas, jugo a la rentabilidad de la convertibilidad. El impasse del menemismo cambiario, fue la capacidad de hacer garantías en dólares por préstamos en dólares, reventó, y casi sepulta a la banca nacional. Duhalde salva a la banca nacional sin asco. Todos los bancos que son “algo argentinos” le deben a la devaluación mucho más que la posibilidad de tener trabajo por parte de los argentinos (nuevo modelo productivo).

¿Cómo fue que el tipo de cambio competitivo fue la piedra angular del “Orden y Progresismo”? Para reírse de esa fantasía cultural hay que ir al hueso. Capacidad instalada, superexplotación en términos reales, de la base del consumo por sobre la base de la capacidad para “exportar” de la nueva argentina. La burguesía nacional, decoró la torta, y la repartió desigualmente. Por eso, actividad económica no refleja puramente el sentido del éxito del modelo económico. Sí el superávit gemelo comercial y fiscal. La fantasía de la burguesía nacional se hunde a la par que el límite entra en contradicción. Argentina comienza a pensar en una matriz cada vez más ambiciosa de la renta, eso fue el conflicto del 2008 en términos cambiarios, más dolares por soja, más dolares que eventualmente, en un esquema de gastos conservador, impulsan, el peso, el ingreso, y tal vez, en ese momento de ortodoxia, la inversión.

¿Por qué la pesadilla comienza como la fiebre? Primero por un síntoma, la dicotomía entre expansión monetaria en pesos y deseada, eso es y será el keynesianismo fiscal. Si la inflación, es baja, y la expansión de la producción de la economía real es alta, es un pequeño impuesto al laburante, lo que se dice “competitividad”. La fantasía no confesada de Aldo Ferrer, vivir con lo “nuestro”. Argentina repite sabiamente su contradicción de 1880 a 1930, la frontera productiva del agro, y la superexplotación del trabajo. En ese esquema, la industria automotriz va desde la exportación a una parte del mercado interno. Esta es una de las más representativas, y por eso, el tipo de cambio alto, es parte de un régimen político. En este momento por las grandes ganancias de las empresas; la burocracia sindical, no tiene otro problema que ir por detrás de la tasa de ganancia y acompañar a las empresas, casi el Estado tiene que ser “garante” y no mucho más, la estabilidad de Tomada en este sentido es una confirmación. Este es el nudo más importante. Moyano arregló la paz social con empresas sin mediar el Estado. Pero incluso allí estuvo la amenaza más importante que pudo hacer la burocracia al “status quo” el poder la histórica participación de las ganancias (para el sindicato), esta fue una de las primeras fisuras y es importante. Implícita en la Constitución Nacional, eslabón perdido de la constitución de 1949.

Ahora bien, qué pasaría si consideramos que no es fatalidad el cambio de régimen político (gobierno), y el tipo de cambio, si no es casual que las alianzas varían. Las políticas sociales tiene una parte importante de dos factores, el monto, concreto nominal, y el valor real de esa transferencia. Cuando se piensa que la inflación, tiene que incidir en esta variable se descarta que toda la política social pueda realmente crecer por fuera del valor real. La inflación puede crear caros subsidios, y caros planes sociales en un medio de vida también muy caro y la pobreza como tal se solidifica y se estratifica. Curiosamente es un momento donde la relación con las clases media va del amor al odio.

Uno podría decir que hubo dos hegemonías claras “monetarias” del 2003 al 2015, la de tipo de cambio alto, capitalista salvaje, dura, sindical, propiamente duhaldista, productivista, -la que sospechosamente nos hacía “brasileños”, el PT nunca la abandonó del todo, por eso tiene recesión a un 7 u 8 % pero no no tiene una recesión en el sentido que la puede llegar a tener la Argentina, con un gasto fiscal más ampliado pero con una inflación de 30% o 22% o la que más guste, porque en estas, el PBI tiene que ser la guía para poder inducir la totalidad de las ganancias en el año en ejercicio. La relación “inflación/actividad” en este esquema productivo es casi una ley de hierro. Se bandea y se obtienen metas de inflación sobre desempleo. Se disciplina “laboralmente”, sin concesiones. Este modelo de gusto asiático fue el que tenía una transversalidad política pero no social. Pocos aliados “sociales”, muchos aliados políticos en la reconstrucción de un régimen que hoy está más sólido y con menos poros. Incluso la paradoja de un sindicalismo unificado, sin conflictividad que iba por detrás.

La otra es la hegemonía de tipo de cambio alto. Peligrosa, y que parece muchas veces denotar el bienestar. Esta es una hegemonía social pero no política, lleva a que las “corporaciones re-surjan de las cenizas”. Desde el punto de vista cambiario el 54% de los votos se pueden entender en términos cambiarios. Más ingresos para las clases populares en términos reales sin más horas de trabajo, más dinero para las clases medias en torno a bienes aspiracionales, y ganancias fabulosas en términos de empresas de servicios, y un desarrollo de un mercado interno que va por las necesidades diferenciadas. Porque en este esquema la tasa de ganancia se va esfumando y surge el dolor de cabeza. La paz social en esta luna de miel dura poco. O se atrasan los ahorros de las clases medias altas, o los salarios de los trabajadores bajo convenio o la remisión de ganancias a las casas matrices. Ahí es cuando el dólar, se vuelve un valor. El tipo de cambio alto fuerza a mantener préstamos blandos que mantengan la actividad pedaleando. El préstamo al empresario a tasa de interés por debajo de la inflación. Con todo la inflación no desaparece pero sí, se mantienen relaciones más transversales en cuanto al consumo aspiracional.

Este embrollo es el que muchas veces se confunde torpemente y se dice que la CABA con sus subsidios y tipo de cambio alto (2007-2008 en adelante, esa es la consolidación del macrismo) le tiene un miedo especial al avance de otros sectores sociales. No se trata de una cuestión fascista sino de la política concreta y contradictoria de, “dar a consumir”, la feroz competencia se trata por todos los privilegios implícitos o explícitos en la economía nacional. Esta es la crisis social última del ciclo hegemónico en términos cambiarios,  alguien tiene que perder. No pierde políticamente, como un esquema donde un gobierno aplasta a una oposición sin “oposición”, sino pérdidas reales, que muchas veces escapan a la lucidez de los participantes. Esta es la crisis que lleva a mantener la paz social con tipo de cambio atrasado y endeudamiento, limitando el poder real de compra no ya por el atraso general como en 2003 a 2007, sino por la pérdida progresiva, la inflación va en contra del pacto tácito de buena convivencia. Todas ella, la economía negra es imposible de registrar y el cierre de paritarias por debajo de la inflación es el disciplinamiento.

Hoy en día, el atraso cambiario logró una campaña en paz, tal como la de 1999. “Paz social”, en medio de grandes problemas de fondo. Paz social con grandes experimentos de coaliciones. La promesa de la alternancia política que mantenga la supuesta y abstracta inviolabilidad de la distribución del ingreso, una vaca sagrada. En este sentido, el propio Scioli, Macri o Massa, son un cerrojo como lo eran Duhalde (salvando la distancia de que Duhalde luego devaluó) y de la Rúa, porque la no corrida cambiaria y crisis terminal, como en 1989 y 2001, da espacio para la maniobra- por eso la puja feroz y la especulación mefistofélica en torno a la realidad de las reservas del BCRA. No tiene que caer alguien para surgir alguien. Ante el hecho de que la puja intersindical en una economía diferenciada no le va dar a ningún sindicato un privilegio por ser más amigo del gobierno que otro, la central se unifica funcionando como un segundo cerrojo. Capital y Trabajo, “ordenados” por las corporaciones que disputaron la distribución del tipo de cambio alto, del consumo en suma, cierran filas. Esta suerte de “hegemonía” no discursiva, que responde al ciclo económico, de una clase dirigente, tiene sí alto de profundamente gramsciano, el empobrecimiento del lenguaje político, la nebulosidad de ciertas explicaciones electorales y los empates por tercios o de la división no “populista” de un electorado son aleccionadoras.  

El telón de hierro de una reconciliación bien restauradora, puede deprimir el tipo de cambio,  y vencer por medio de esto la resistencia a gran parte de la cohesión laboral. Todo conflicto político/sindical e ideológico se tiñe de emergencia, lo refundacional se da a la par de que la recomposición de la tasa de ganancia se hace posible.

Como una nota de color, España y “Podemos” son una muestra de un naufragio de la teoría populista de la hegemonía por medio de un fuerte arielismo, discursividad y respuesta del Estado a “demandas”, casi una metáfora invencible de lo que sería el “Welfarismo” sin el “Welfarismo”. Su posición relativa pero su llegada tarde a la forma más fuerte de ajuste salarial y recorte presupuestario. Hace que sean una respuesta tardía, solamente el chavismo, pudo ser una demostración empírica donde el discurso y la reorganización de la economía se dieron a la par y sin fisuras, por eso una rica y diversa fase ecléctica. Este desfase, dió sí la impronta del “populismo” laclauniano.  El PP y el PSOE tienen en su forma de comportarse con respecto al capitalismo un orden mayor, más cohesionado que las variantes locales por eso, su 78 (Transición democrática) y su reaseguro, la Unión Europea; es mucho más sólido que nuestro 83, 91, 2001, ¿2016?

Los discursos quedan atrapados por los intereses. Hoy la indefinición de ciertas fuerzas sociales como Ciudadanos o el massismo responden más a variantes poco probables de organizar el país, el capitalismo. Lo cual para un escéptico diría que son irrelevantes. Lo son en parte, en tanto que sí o sí, entran a sustentar el gobierno de otros grupos más consolidados. Esto hace que el “populismo” de derecha sin raíces sea “anticorrupción”, “pro eficiencia” pero que no tenga una buena definición económica innovadora- curiosamente esta falta de innovación mostraría que hay populismos de derecha de la avanzada neoliberal, Reagan, Thatcher, Fujimori, a la ofensiva, y populismo de derecha a la defensiva como Massa, Ciudadanos, “el Frente Nacional”, ahora light. Ciertas variantes del Panradicalismo y del Frepasismo pudieron ser eso con el talón de Aquiles de la convertibilidad, inviolable, “progresismos que se desintegraron”.
El tipo de cambio en su forma político económica es una síntesis medio obsesiva en torno a la régimen político en estos 30 años de democracia; muestra la fuerza de la fase financiera del capitalismo en la formación social del capital en Argentina y en el mundo, y como la moneda única en Europa ordena el bien y el mal “El Euro”, de las propias clases gobernantes. Lo imperdonable es el colapso económico del cual se construye una narración política. Los esfuerzos tortuosos de ocultar el cómo se negocia el lugar de cada cual hace que el “Cepo” y su liberación, muestren gradualismos de un sólo esquema teórico, político y económico- un “Gran consenso”. Un bloque histórico, una época, un “momento” una hegemonía. “Culturalmente” puede ser muy pobre, esto mostraría la persistencia de ciertas figuras políticas, pero fácticamente muestra que la categoría de transformismo que Basualdo aplicó para la historia económica nacional puede funcionar “bastante bien”.   

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